20 años no es nada: Primavera de 2000

20 años no es nada: Primavera de 2000

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Querido primo Teo:

El cinéfilo medio español salía completamente abrumado del despliegue de buenas películas que habían supuesto los tres primeros meses del 2000 y se adentraba en su primavera con la incertidumbre de saber que la del segundo trimestre suele ser la cosecha más discreta del año.

El caso es que la temporada primaveral se abría con toda una excentricidad en el panorama cinematográfico español del cambio de siglo: un "slasher" de clara vocación comercial. Tres años habían pasado del éxito de "Scream" en nuestras carteleras, y, tras aprovecharse de la ola los “Sé lo que hicisteis el último verano” (1997) o “Leyenda urbana” (1998) de turno, se estrenaba “El arte de morir” en la que varios actores españoles, surgidos en su mayor parte de la serie “Al salir de clase”, trataban de aprovecharse de esa tendencia de mercado. La película terminaría haciendo dinero, pero lo cierto es que todos se la tomaron un poco a guasa: la crítica la destrozó y el público se cachondeó un poquito de la propuesta. Prácticamente nadie salió bien parado de aquello: ni los intérpretes (Fele Martínez tenía el estatus para encabezar los créditos de aquella), ni el peluquero de Gustavo Salmerón ni, por supuesto, el logopeda de María Esteve. Y no seré yo el que la defienda, pero lo cierto es que la industria española debería haber agradecido un poco más la existencia de esta propuesta. “El arte de morir” puede ser fallida, sí, pero también ambiciosa y muy cuidada en lo estético. Y el interés de Álvaro Fernández Armero por crear un producto tan atmosférico no es ya que mereciera un aplauso, pero, cuanto menos, hubiera sido de justicia un silencio más respetuoso.

Y si bien es cierto que “El arte de morir” era un producto atípico para el cine español de su época, pero ni aun así aprovechó la ocasión para hacer el ridículo en lo que respecta a su fecha de estreno, una de las maldiciones de nuestras industria. Así, decidió que el mejor momento para desembarcar en las carteleras era justo una semana antes del estreno de "Scream 3", porque nada mejor para la copia que enfrentarse comercialmente con el original. El caso es que la recepción de "Scream 3" también fue especialmente tibia. Entendiendo por tibia, claro, que su recaudación mundial final cuadriplicara a su presupuesto. "Scream 3" fue la primera película de la saga que no contó con Kevin Williamson en el guion y, a fecha de hoy, sigue siendo mayoritariamente recordada como la peor de la saga. No es mi caso. Creo firmemente que el cambio de guionista le sentó especialmente bien a esta serie de películas y que Ehren Kruger supo dotarla de la intertextualidad que ya formaba parte de la marca sabiendo desprenderse de ese tono de sabihondo tan típico de los guiones de Williamson. Ni que decir tiene que todo lo que en la actualidad sabemos del caso Weinstein logra que su vertiente metacinematográfica se dispare hasta el infinito. Y eso añade nuevas capas de disfrute veinte años después de su estreno.

Créanme si les digo que no fue la actriz que peor lo pasó en un almacén de Miramax.

Lo cierto es que el empoderamiento femenino no era un valor comercial vigente en la primavera del 2000, pero, de haberlo sido, la película que mejor hubiera podido jugar esa baza hubiera sido "Erin Brockovich". Y a pesar de ello, fue todo un éxito, ya que su recaudación mundial quintuplicó su presupuesto de apenas 50 millones de dólares. "Erin Brockovich" también tuvo dos felices consecuencias directas en la carrera de dos de sus principales responsables. En primer lugar volvió a colocar en un primer plano de la industria a Steven Soderbergh que, tras convertirse en el ganador de la Palma de Oro más joven a finales de los 80 gracias a "Sexo, mentiras y cintas de vídeo" (1989), había acabado construyendo una carrera con muchos más bajos que altos, y estaba bastante más cerca de ser considerado un juguete roto que un niño prodigio. Y, por supuesto, también sería la película que terminara otorgando a Julia Roberts la etiqueta de actriz respetada. Y es que, si bien por aquel entonces ya era la estrella femenina más rutilante de Hollywood, también es cierto que seguían existiendo muchos que todavía le negaban el estatus como intérprete que por su trabajo merecía. Y, si bien es cierto que ganar un Oscar tampoco es el tipo de logro que consigue hacer de cambiar a ese tipo de detractores, lo cierto es que a partir de ese momento resultó bastante más difícil seguir haciéndola de menos. Por lo demás, "Erin Brockovich" es una película bastante convencional dentro del subgénero judicial de "beber agua en Estados Unidos es poco menos que tomar cicuta" que termina funcionando más por el buen hacer de su reparto que por el talento de Soderbergh como narrador pero, por algún extraño motivo, terminó cayendo en gracia y arrasando entre crítica y público, así como optando a un buen puñado de premios de la Academia.

Aunque, para éxito entre los premios de la Academia, el de "Gladiator", otra de esas películas que volvió a poner en el terreno de juego a un director al que Hollywood estaba a punto de dar por perdido. Y es que, a medida que la década de los 90 avanzaba, la carrera de Ridley Scott iba marchitándose. Hasta que DreamWorks tuvo a bien entregarle más de 100 millones de dólares para sacar adelante el primer "peplum" de gran presupuesto que una "major" se atrevía a producir en décadas. Y si bien durante los meses anteriores al estreno se podía masticar la tensión acerca de cómo la recibiría el público, lo cierto es que "Gladiator" fue un éxito descomunal. Éxito que, además, se mantuvo en el tiempo hasta llegar a nuestros días, en la que suele ser mencionada, junto a "Braveheart" (1995), como la película favorita de muchísimos cuarentones, rudos pero sensibles. Y, como si no fuera suficiente con este respaldo popular, diez meses después de su estreno, "Gladiator" terminaría ganando 5 Oscar. Entre ellos, el de mejor película y mejor actor (no así mejor director, generando la Academia una deuda con Scott que a fecha de hoy sigue sin resolver), convirtiendo a Russell Crowe en el tipo de estrella que aman los Estudios, aquella que consigue que ellos le admiren y ellas le deseen (si hablamos de público heterosexual, tampoco nos metamos en jardines). ¿Fue merecido todo este reconocimiento? Está claro que esta unanimidad y su pervivencia en el tiempo nos indican que sí, y es que pocas películas de hace dos décadas siguen tan vigentes como este "cocktail" perfecto entre "Espartaco" (1960) y "La caída del imperio romano" (1964).

Erin Brockovich, gran abogada, mejor jugadora de Twister.

Pero no fueron "Gladiator" y "Erin Brockovich" las únicas películas llamadas a protagonizar la carrera de premios del año 2000 que llegaron a nuestras carteleras durante esa primavera. Porque el 2 de Junio se estrenó en España "Campo de batalla: La Tierra", un sindiós que terminaría ganando 7 de los Razzies de aquel año. Y pocos me parecen. "Campo de batalla: La Tierra" surge como un proyecto personal de John Travolta que buscaba visibilizar el universo creado por L. Ron Hubbard (fundador de la Iglesia de la Cienciología) en varias de sus novelas de ciencia ficción. A fecha de hoy todavía no está claro de dónde sacaron los más de 70 millones de dólares de presupuesto, ni cómo consiguieron embarcar a Warner Bros. para su distribución. Porque "Campo de Batalla: La Tierra" es uno de los blockbusters más feos y ridículos jamás rodados. De un plumazo, Travolta perdió todo el prestigio que había recuperado cinco años antes de la mano de Quentin Tarantino, y Barry Pepper se despidió de la posibilidad de convertirse en estrella. Por no hablar de Roger Christian, director y uno de los principales responsables de este desaguisado, que llenó la película de planos aberrantes o de Patrick Tatopoulos, al frente del diseño de producción y que, sin duda, vivió días mejores. No es que el tiempo la haya tratado mal, "Campo de batalla: La Tierra" ya era ridícula en el momento de su estreno y ahí sigue, veinte años después, como una anomalía difícilmente explicable que terminó haciendo perder en torno a 60 millones de dólares a sus responsables.

Cantidad que tampoco anda tan lejos de los 45 millones que Brian De Palma le hizo perder a Disney con "Misión a Marte". Película, por cierto, por la que también fue nominado al Razzie a peor director, aunque, para compensar, la buena gente de Cahiers du Cinéma determinó que era la cuarta mejor película del año. Y ni tanto ni tan calvo. "Misión a Marte" contiene todo el disfrute visual habitual en el cine de De Palma, pero lo remata con un tercer acto especialmente arriesgado, de una fallida profundidad filosófica, que termina afectando bastante al resultado final, dejando una sensación de leve ridículo. Una especie de "2001: Una odisea del espacio" al alcance de cuñados. En todo caso, "Misión a Marte" es un película más que reivindicable y que, de haber sido estrenada en la actualidad viniendo firmada por algún director de prestigio (ejem, ejem, Christopher Nolan), sería mucho más considerada de lo que lo fue en su momento.

Inolvidable el cameo de Cayetana Álvarez de Toledo en "Misión a Marte".

La apuesta por la ciencia ficción que sí terminaría resultando exitosa en la primavera del 2000 fue, en cambio, la mucho más modesta "Pitch Black", que con sus poco más de 20 millones de dólares de presupuesto acabaría por dar lugar a una trilogía y por convertir en estrella a Vin Diesel. Y es que, gran parte del mérito de "Pitch Black", radica en su sencillez, en disfrazar de terror espacial un argumento y estructura narrativa propia del western clásico. Así, tenemos una nave donde antes había una diligencia y unas criaturas extraterrestres con fotofobia en vez de indios. El resto de estereotipos (el sheriff malvado, el anciano, el niño, la joven con un corazón de oro, el fugitivo de la justicia) permanecen igual. Y es precisamente por ese equilibrio entre el respeto a la narrativa clásica y la imaginación de su guión por lo que la película funciona a la perfección. Veinte años después, "Pitch Black" sigue pareciendo barata, y la realización de David Twohy sigue resultando tan precaria como es costumbre en sus películas, pero el resto ha resistido el paso del tiempo a la perfección. Y eso no es poca cosa.

Aunque si de lo que hablamos es de una película de ciencia ficción que haya generado una aureola de culto con el paso de los años, hay que mencionar a "Héroes fuera de órbita", una apuesta de DreamWorks de mediano presupuesto que en aquella primavera de 2000 recaudó lo justo para no dar pérdidas y que veinte años después tiene hasta documentales explicando su fenómeno. Lo cual es especialmente irónico y nos ofrece una broma completamente metalingüística, porque toda la película no es otra cosa que un chiste sobre este tipo de fenomenología fan. Y es que esos héroes fuera de órbita del título no son otros que los actores de una tan vetusta como exitosa serie de ciencia ficción (en un malicioso guiño a "Star Trek") que son confundidos con héroes reales por unos extraterrestres que, tras consumir su serie sin tan siquiera sospechar que existe el concepto de ficción, solicitan su ayuda para salvar a su especie. "Héroes fuera de órbita" es un chiste ingenioso que se beneficia de un grandísimo reparto (Sigourney Weaver, Alan Rickman, Tony Shalhoub o Sam Rockwell) pero que en ocasiones resulta demasiado deudora de tener que ser una película protagonizada por Tim Allen. Y resulta imposible no pensar qué tipo de película hubiera podido ser de haber estado protagonizada por Kevin Kline o Kelsey Grammer, por ofrecer un par de nombres que, sin lugar a dudas, la hubieran mejorado.

"Y me dijeron que apellidándome así no podía entrar en Madrid Central".

Otra comedia a la que el paso del tiempo ha acabado dotando de la aureola de título de culto es "Alta fidelidad". La película de Stephen Frears protagonizada por John Cusack ha terminado convirtiéndose en la comedia romántica favorita de cuarentones solteros con sobrepeso y camiseta de leñador, porque habla de ellos, de su música, sus obsesiones y lo mal que siempre les han tratado las mujeres. El caso es que en el momento de su estreno, "Alta fidelidad" hizo perder unos 13 millones de dólares a Walt Disney Pictures (qué tiempos, ¿eh?, aquellos en los que Disney distribuía comedias románticas "R") pero sirvió para lanzar a la palestra a dos personas: por un lado, un desconocido Jack Black que robaba todas las escenas en las que aparecía y que compuso un prototipo de personaje que sería recurrente en su carrera hasta el día de hoy; por otro, Nick Hornby, el autor de la novela en la que se basaba el guión, cuyos libros adornarían a partir de ese momento las estanterías de tantos y tantos melómanos incomprendidos. Asimismo, John Cusack arañaría una nominación al Globo de Oro por su interpretación en esta película, y llegó a vivir unos seis meses en los que los periodistas canallitas culturales le definieron como el mejor actor de su generación mientras se llevaban las manos a la cabeza porque nunca hubiera tenido una nominación al Oscar. Madre mía, qué tiempos más locos aquellos.

Tan, tan locos, que a Sam Raimi le dio por dirigir un drama romántico. "Entre el amor y el juego" era una historia deportiva crepuscular en la que parecía que un Kevin Costner que ya sabía que nunca volvería a ser aquello que una vez había sido, quería despedirse del género a lo grande, con una película con una duración cercana a las dos horas y media y de 80 millones de dólares de presupuesto (¿en qué se gastarían tanto dinero, por el amor de Dios?). El resultado, como no podía ser de otro modo, fue un descalabro monumental, que le supuso a Universal una pérdida de en torno a los 60 millones de dólares. Y el caso es que, más allá de su megalomanía, en "Entre el amor y el juego" late una bonita película decadente que el público, evidentemente, ya no demandaba. Hay algo bello en las cosas que algún día fueron elegantes pero ahora resultan aparatosas y fuera de lugar. Y tanto Kevin Costner como esta película fueron ejemplo de ello en aquella cartelera de la primavera de 2000.

"Y este "peo" se lo dedico a todos los críticos que escribieron sobre Mensajero del futuro".

Pero, para fuera de lugar, el paso por las salas de "Trabajos de amor perdidos", una comedia romántica musical basada en el célebre texto de William Shakespeare que intentó estrenar en aquella primavera Kenneth Branagh, ya que su recaudación tanto en el mercado americano como en el extranjero no llegó al medio millón de dólares. Branagh, que ya venía del estrepitoso fracaso comercial de su monumental "Hamlet" (1996), no volvería a levantar cabeza y terminaría reciclándose de niño prodigio de adaptaciones literarias a mercenario de los Estudios, abandonando su estilizado sello por un tono cada vez más convencional y alimenticio. En otras palabras, esta fue la película por la que dejó de querer ser Laurence Olivier para convertirse en Brett Ratner. "Trabajos de amor perdidos" es un proyecto que sonaba muchísimo mejor de lo que terminó resultando. Y estoy convencido de que Miramax y los Weinstein tuvieron muchísimo que ver con su desangelado tono final. Sin tener más información, basta un simple visionado, con lo desequilibrado de sus actos y todos esos tramos de película sustituidos por una especie de noticiario, para darse cuenta de que esos 93 minutos de metraje final son un cortapega que nada tenían que ver con las intenciones iniciales de un megalómano como Branagh.

Poco más de 90 minutos también duraba el debut como realizadora de la que terminaría por convertirse en directora de culto en la década que acababa de comenzar. Sofia Coppola se estrenaba tras las cámaras casi al mismo tiempo que su padre empezaba a perder el interés por dirigir. Y "Las vírgenes suicidas", cuya carrera comercial fue cuanto menos decepcionante, sí que se erigió como una pequeña sensación entre la crítica y el público de tendencias más sensibles. Y es que podremos discutir si Sofia contó con las mismas oportunidades que el resto o no, pero lo que este debut dejaba claro es que era una directora con recursos, sensibilidad y muy buen ojo a la hora de elegir un reparto y conseguir extraer lo mejor de cada uno de sus actores. Puede que "Las vírgenes suicidas" fuera concebida como una película moderna y jugara conscientemente con la estética publicitaria de su época, pero tanto su historia como la dirección de Sofia Coppola estaban forjadas con el material con el que ruedan los clásicos. "Las vírgenes suicidas" era, y hoy lo sigue siendo con la misma fuerza del día de su estreno, una bellísima y desoladora fábula sobre el paso a la edad adulta, una película tan atmosférica que casi podría decirse que se sueña más que verse. Probablemente el "coming of age" más triste de la historia.

Cuando sus padres les dijeron que tomaran ejemplo de Tita Cervera se referían a que intentaran casarse bien, pero ellas lo entendieron "regulinchis".

Otro miembro del clan Coppola que también visitó nuestras carteleras en aquella primavera de 2000 fue Nicolas Cage (cuyo nombre oficial, no olvidemos, es Nicolas Kim Coppola), que protagonizaba la nueva película de Martin Scorsese. "Al límite" nos invitaba a acompañar a un conductor de ambulancias a lo largo de tres noches de trabajo por Nueva York. Y quizás fue la última vez que Scorsese se permitió rodar una película menor. Menor, al menos, en metraje, ambición y presupuesto. Porque "Al límite" es café para muy cafeteros. En su momento pasó un tanto desapercibida, quizás porque llegó en un momento extraño en la carrera del director neoyorquino, tras el fracaso de "Kundun" (1997), y porque por atmósfera y temática quizá debería haberse encuadrado entre sus películas ochenteras. Sería interesante saber qué opinan los admiradores más jóvenes del director, que llegaron a su filmografía de la mano de sus grandes películas del siglo XXI protagonizadas por Leonardo DiCaprio, de una película como "Al límite", epítome de su colaboración con Paul Schrader.

Y si el guionista era uno de los reclamos de "Al límite", también lo fue de otra película mucho más amable estrenada en esa primavera de 2000. "Stuart Little" fue uno de los grandes éxitos comerciales de la temporada (recaudó 300 millones de dólares en todo el mundo) y fue el segundo taquillazo en menos de seis meses para su guionista, un M. Night Shyamalan que obtuvo un espacio destacado en la cartelería cuando apenas un año antes nadie conocía su nombre. El caso es que nadie estaba muerto en "Stuart Little", y la historia tampoco se guardaba un giro final. Todo era tan inocente como cabía esperar en la película de esa familia que decidía adoptar un ratón y tratarle como a uno más de sus hijos. Y por si quedaba alguna duda de que no habría ni un solo matiz de gris en una historia tan blanca, Emilio Aragón fue el encargado de poner voz a su protagonista (al que en Estados Unidos daba vida Michael J. Fox). Veinte años después, "Stuart Little" sigue funcionando igual de bien, a pesar de que su fórmula ha sido ampliada y mejorada por las películas de "Paddington", que cuentan una historia similar, pero en británico y con un osito sustituyendo al ratón.

Monja, monja, mon.. jamón, jamón, jamón...

En cambio, la película que ofreció una fórmula que no ha vuelto a ser copiada fue la alemana "Corre, Lola, corre", que sirvió como carta de presentación internacional para Tom Tykwer, su director (hoy socio habitual de las hermanas Wachowski) y Franka Potente, la actriz con un apellido más estimulante desde María Pitillo. "Corre, Lola, corre" es una gamberrada, una película articulada en torno a una carrera contrarreloj de su personaje principal por salvar la vida de su novio. Todo es tan trepidante que para cubrir los escasos 80 minutos de metraje se nos ofrece tres veces el mismo punto de partida y en cada una de las ocasiones el desenlace es distinto dependiendo de las decisiones que va tomando la Lola del título. Una realización muy ágil, en la que se intercalan pequeños fragmentos de animación, un montaje trepidante y una experiencia muy curiosa y que ha envejecido razonablemente bien. Hoy en día "Corre, Lola, corre" sigue prácticamente igual de fresca que cuando se estrenó y bien merece ser descubierta por los espectadores más jóvenes como la gamberrada disfrutable que sigue siendo.

Y, así, a la carrera, las carteleras españolas se despidieron de la primavera de 2000 y dieron paso a una temporada veraniega que terminaría resultando una de las más estimulantes de los últimos 25 años. Pero para eso tocaba esperar…

Daniel Lorenzo

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