Centenario Visconti: La familia II

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Querido sobrino:

Hemos visitado el pequeño museo abierto en La Scala. Partituras, dibujos, incluso el vaciado de una mano famosa por su habilidad con el instrumento. He continuado relatando a claridge algunos detalles de la familia de Luchino Visconti.
La influencia de su madre fue la más relevante de su vida. Cuando sus padres se separaron amistosamente, los chicos vivieron temporadas con uno y otra, pero Dona Carla fue la más amada, Visconti la idolatraba y regresó apresuradamente de un viaje a Hollywood para verla morir en sus brazos.

"…. mi madre se ocupaba de todo, pero más que nada de sus hijos... Lo recuerdo como si estuviera allí: cada uno de nosotros con su instrumento de música y ella que, por la noche, venía a nuestras habitaciones y pegaba una hoja en la pared donde había escrito: '6h., lección de violonchelo para Luchino. 6 y media, lección de piano para Luigi'... - Eran días agotadores, sin duda, porque después venía la escuela. Pero nos impulsó a desarrollarnos con vitalidad…"
Una disciplina de hierro: horas fijas para cada lección, para los juegos, para las comidas, para acostarse. Así y allí fue cuando Luchino aprendió a ser tan riguroso, y al serlo luego con los otros, se acabaría convirtiendo en un director dictatorial y absolutista.
La familia de su madre, Carla Erba, procedía de un barrio popular y empezaron vendiendo plantas medicinales en la calle, en una carreta. Su fortuna, mayor que la de los Visconti, se basó en el ascenso formidable de un tío abuelo materno al que Luchino deberá un día parte de su herencia.
Carla se enamora de giuseppe Visconti con 19 años y se casan rapidamente. Es un mundo que salta del siglo XVIII al XIX, románticoy lleno de novedades. Un nundo donde la portada del primer diario de Italia la ocupa la muerte de algún escritor no demasiado importante como Giuseppe Giacosa, o como en 1908, cuando murió Edmondo de Amicis, y el Corriere della Sera salió con su primera página totalmente ribeteada de negro y un titular a seis columnas. Un mundo donde el veneno de los confidenciales, las toxinas del "bien informado" aún quedaban para salones y mercados, lejos de los medios de comunicación.
Cuando "la pareja del monmento" aparece por primera vez en el palco número cuatro de La Scala, el palco de damasco rojo a pie de escenario de los Visconti, no hay un solo par de gemelos que no se concentren en ellos. Como, por otra parte, ya había ocurrido durante su luna de miel en la Opera de París. Para muchos, Carla era la mujer más hermosa de la alta sociedad milanesa.

Luchino nunca supo explicar como aquella mujer había podido desarrollar tanta actividad, la primera dama de Milán, participando en cientos de actividades que exigían de ella una capacidad organizativa que hubiera asombrado al militar más competente. Daba conciertos en el teatro, pequeño pero encantador, que poseía el palacio milanés. Pero no sólo le apasionaba la música. Los periódicos de la época dedican mucho espacio a los espectáculos que da a beneficio de instituciones como el hospicio o el Asilo. Junto a otros nobles aficionados, los Visconti ponen en escena comedias de Goldoni, vodeviles, revistas ligeras y satíricas con argumentos y textos escritos por Joachim von Icsti, que no es sino el anagrama del conde Giuseppe Visconti,el marido de Carla y padre de Luchino. Eran representaciones únicas, de una noche, con títulos como "El Polo se puebla", "Un poco de amor", "Por un beso"… y los cronistas no dejan de mencionar siempre a la anfitriona…."unánimemente admirada en el espectáculo, la encantadora ama de casa Carla Visconti di Modrone, alta, pálida, espigada y elegante", a veces vestida de lame dorado, de armiño, otras de marquesa empolvada, llena de cintas, con peluca, o dama del Renacimiento cubierta con largos atavíos dignos de los pintores prerrafaelistas o incluso insolente, segura, con los puños sobre las carnosas caderas, verdulera en una carreta desbordante de hierbas y legumbres, con la voz ronca y llena de inflexiones populares, una voz recuperada tal vez del dialecto milanés de su abuela, a la que imaginaba empujando su carreta con hierbas medicinales hacia la Porta Garibaldi.

Y, a pesar de aquel trabajo social incesante, siempre era atenta, cariñosa, siempre presente, ya fuera para decirle al instructor de gimnasia de sus hijos que lo de hacerlos subir por una cuerda hasta las habitaciones para que entraran por los balcones exteriores les fortalecería sin duda, pero que era una barbaridad, o dirigir las casas familiares donde transcurrieron muchos de los años de Luchino.
Carla organizaba las dos grandes propiedades donde pasaban la época del veraneo: el castillo paterno de Grazzano y la Casa Erba , a orillas del lago de Como, en Cernobbio.

El castillo era el preferido por los niños porque el miedo se unía a la aventura del juego No sólo les imponía aquella masa cuadrada, sus cuatro torres redondas y sus almenas por encima de los fosos secos; todo adecuado para que abrieran ojos como platos cuando su madre les contaba la leyenda de la Dama Blanca, cuya estatua daba la vienvenida a los visitantes nada más atravesaban el portón.
Era una dama enana que, desde la Edad Media, erraba por las noches en los corredores, y que venía a perturbar, a modo de represalia, el sueño de aquellos que no habían cumplido con el ritual de regalarle una joya.
A la estatua de la dama blanca, caricaturesca, regordeta como una bombona y tocada con un capirote adornado con un velo, por fortuna le importaba muy poco que fueran de oro o de bisutería. Niños y mayores jugaban a cumplir con el homenaje y la dama llevaba los brazos y el cuello cubiertos de joyas de todo tipo, que nadie se hubiera atrevido a robar por temor a que se enfadara.

Ahora, sobrino, he de interrumpir mi relato. Hemos de entrar a la ópera...

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