Mr. Pinkerton y el Oscar de Penélope

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¡Hola muchacho!

Te escribo desde la habitación 512 del Hotel Renaissance Hollywood de Los Ángeles, a pocos metros del Teatro Kodak, donde cada año se celebra la entrega de los Oscar. Sin ánimo de resultar prepotente, pero la verdad es que empiezo a gozar de cierta fama entre las celebridades del séptimo arte. La semana pasada recibí una llamada en mi oficina; la voz me resultaba muy familiar. Se identificó como Penélope Cruz, pero pensé que era una broma de Marga. Para convencerme de que era ella, le pedí que gritara aquello de “¡Peeeee-drooooo!”. Lo hizo y entonces me di cuenta de que indiscutiblemente era ella la que estaba al otro lado del aparato. Aquello también me costó una visita al otorrino, pues durante días escuchaba un fino pitido en aquel oído.

Me citó en un restaurante coqueto y discreto llamado Paolo. Estaba en Madrid ultimando el vestido que iba a lucir en la gala, e hizo un hueco, ya que tenía una misión que encomendarme. Mientras saboreamos las exquisitas y vaporosas croquetas de la casa, me explicó lo que quería de mí: ante la nueva moda de hacer desaparecer las estatuillas mientras los galardonados lo celebran en las fiestas privadas, la actriz de Alcobendas quiso que me encargara personalmente de la custodia de su Oscar, en el caso de que realmente lo recibiera, claro. Este caso me resultaba de lo más sencillo, y no lo hubiese aceptado si no fuese porque me iba a permitir saborear todo el estrelleo que conlleva la gala de los Oscar. Muchacho, siempre he fantaseado con pedirle un cigarrillo a Jack Nicholson, o decirle lo brillantemente hermosa que es a Meryl Streep.

El fin de semana de la gala me dediqué a callejear por las calles de Hollywood. El ambiente era fantástico: parecía el mismo de una verbena de pueblo, pero con brillantina y lujo en cada esquina. Los fans de las estrellas iban armados con cámaras, soñando con ver salir a Brad Pitt de una limusina, o toparse con Anne Hathway entrando en una perfumería glamourosa. Yo, en cambio, deseaba cruzarme con Sean Penn y decirle lo mucho que le admiro. ¡Incluso hay quien dice que nos parecemos físicamente! Penélope me recomendó que almorzara en el restaurante Spago, y que pidiera sus famosos angolotti con mascarpone. Pero al final me puse en la cola de un puesto de perritos calientes. Muchacho, la crisis nos afecta a todos, y hay que ahorrar todo lo que se pueda. Era tan larga la cola que grité en alto: “¡Ahí está Angelina Jolie!” Y todos se fueron corriendo detrás de una guapa mujer vestida de rojo que no tenía culpa de mi picardía.

La noche de la ceremonia lo pasé sentado en una de las gradas de la alfombra roja. Penélope me dio una entrada para poder sentarme allí… lástima que fuese en la última fila y en la esquina, y que los famosos pareciesen clicks de Famobil. Encendí el transistor internacional y sintonicé el dial para poder escuchar la retransmisión de El Cine de LQYTD. Esto de las ondas hace milagros, muchacho. Me hacía especial ilusión escuchar una voz amiga en la soledad de esas gradas llenas de enforverecidos y gritones fans. De repente, me di cuenta de que estaba cumpliendo un viejo deseo infantil estando ahí, tan cerca del glamuroso teatro, y entonces miré al cielo y me imaginé que cada una de las estrellas que posaban en ese oscuro cielo era un gran actor o una mítica actriz, que desde arriba nos contemplaban melancólicas. Una Ava Gadner insinuante, una Bettie Davis divina, el recién llegado Paul Newman…. Y solté una lágrima sincera, quizás infantil y empalagosa, que me hizo recordar lo afortunado que era.

Los minutos pasaban y cada vez me encontraba más nervioso. Tenía la ilusión de ver a mi clienta alzando su atlético y dorado Oscar, llorando a lágrima viva, agradeciendo a Woody su confianza en ella y acordándose del resto del reparto. En el avión, me atreví a aconsejarle que subiera a recoger su premio llevando puestas las gafas de pasta negra que Allen le regaló, pero tan sólo dejó escapar una encantadora carcajada como respuesta. Ya no me quedaban uñas que morder; estaba nerviosísimo, y entonces llegó el gran momento: anunciaron a los nominados a mejor actriz de reparto y, tras un pequeño suspense… ocurrió: “And the Oscar goes to…. Penélope Cruss for Vicky, Cristina, Barselona!”. Y entonces me abracé a todos los extraños que estaban a mi alrededor, y me acordé de aquel pequeño Pinkerton que celebró dando saltos de alegría el Oscar a Jack Nicholson por su papel en “Alguien Voló Sobre El Nido Del Cuco”.

Nada más acabar la ceremonia quedé con la recién oscarizada y me comentó que asistiría a la fiesta benéfica de Elton John. Fuimos allí en una limousine acompañados por algunas amigas suyas y por Jav….bueno, da igual quién estuviera ahí dentro. El caso es que la fiesta tenía un aspecto de lo más glamouroso. Penélope dejó su abrigo en el guardarropa y me pasó el Oscar con la siguiente consigna: “Pinkerton, llévate en un tupper unos cuantos entremeses y vete a la habitación de mi hotel con el Oscar. No te separes de la estatuilla ni un momento, ¿vale guapo?” Muchacho, debo reconocer que la idea de perderme esa fiesta me fastidió bastante, pero ese “vale guapo” de Penélope encandila hasta al más frío de los seres de este mundo.

Me fui a su habitación y me tumbé en el pequeño sofá del hall de la suite. Me comí los aperitivos mientras le hablaba de tú a tú a la estatuilla dorada que todo el mundo desea. Así hasta que me quedé completamente dormido. Y a eso de las siete de la mañana, estando en el quinto sueño, noté cómo alguien corpulento me cogía de brazos y me llevaba hacia mi habitación. Su voz me era familiar. Tenía un tono grave, casi como con eco… Pero eso no importa ahora. Bueno muchacho, en breve cojo el vuelo destino a Madrid. Te mandaré la carta desde aquí, que sé que te hace ilusión recibir correspondencia desde el extranjero.

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