Coleccionable Chaplin: El vagabundo Carlitos

Coleccionable Chaplin: El vagabundo Carlitos

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Querido Teo:
 
En contra de lo que piensa la gran mayoría, el atuendo de Charlot no es muy original. En el cuadro que cuelga en el museo de Glasgow, y que pintó Alex King a mediados del siglo XIX, lo tienes: un hongo diminuto, bigote, americana maltrecha, pantalón ancho y bastón de bambú. Es improbable que Chaplin lo conociera, pero tampoco era imprescindible, porque viendo imágenes de su época en Londres, se comprueba que la moda masculina tiene una semejanza evidente con el atavío del vagabundo: perneras caídas sobre los zapatos, sombrero hongo, levita estrecha y bastón fino y flexible. El gentleman londinense se sentía así digno y elegante.

 
Cuando en 1910 Hollywood balbuceaba y necesitaba cómicos, la cantera estaba en las compañías teatrales que hacían giras por el país. Entre ellas estaba la de Fred Karno, empresario que enviaba anualmente a Estados Unidos a parte de su compañía, mientras otras actuaban por las islas británicas. Karno se quejaba de que algunos de sus actores no volvían, atraídos por el cine, y Chaplin fue uno de esos casos. Sennett, el padre de la comedia muda, vio a Chaplin en Nueva York y lo contrató para sustituir a un actor que le había abandonado. Chaplin llegó a los Estudios de Hollywood, para descubrir que se hacían películas como rosquillas, al ritmo de una por día, a veces en una mañana y hacerlo en tres días o una semana era una súper producción. “Durante varios días vagué por el estudio, preguntándome cuándo empezaría a trabajar. De vez en cuando me topaba con Sennett, que cruzaba el escenario; pero apenas me miraba, siempre preocupado.”
 
La actividad era frenética pero Chaplin cobró su primera semana por no hacer nada, y los nervios le consumían. Llegó su hora una semana en que apenas quedaba alguien en el estudio porque estaban todos en exteriores.
El segundo de Sennett, le pidió que hiciera de reportero de un periódico. Previamente le había preguntado a su jefe cual debía ser la imagen del “comiquillo” y Sennett le había dicho que puesto que era inglés lo resaltara, y Chaplin debutó con levita, sombrero de copa monóculo y uno de los grandes bigotes que definían a los actores de la Compañía. Durante tres días mostró su disposición aportando ideas. Ni una sola de ellas, ni uno de sus gags sobrevivieron al montaje. Al director le parecía un listillo y no se cayeron bien.
Al día siguiente de haber terminado su debút, Sennett regresó, y el estudio quedó atestado por las tres compañías de la Keystone trabajando a un tiempo. Chaplin, vestido de calle porque no estaba convocado, se sentó a observar en un lugar donde Sennett pudiera verlo mientras preparaba el decorado de un vestíbulo de hotel, mordisqueando la punta de un puro.
 
El gordo Arbuckle, otro de los cómicos que trabajaron bajo las ordenes de Sennett, vio como unos pantalones gastados suyos sirvieron de inspiración a Chaplin para su vagabundoEn un momento pensó que necesitaba unos gags, se volvió a Chaplin y le ordenó: “Maquíllate y ponte un disfraz cómico. Cualquier cosa.” No tenía idea respecto al tipo que iba a hacer, pero si sabía que no le gustaba el atuendo de reportero. En la habitación del vestuario tomó unos pantalones enormes del gordo Arbuckle, unas botas viejas del 45, que se tuvo que intercambiar para que sus pies pequeños no bailaran dentro, una americana muy estropeada, un hongo de una talla demasiado pequeña y un junquillo de bambú, Sólo quedaba el asunto del bigote. Los bigotazos no le convencían porque le tapaban mucha cara. “Estaba indeciso si debía parecer viejo o joven; pero recordando que Sennett creyó que yo era mucho mayor, me puse un bigotito, que, en mi opinión, me añadiría edad sin ocultar mi expresión.” El bigotito «de cepillo» lo recortó de un bigote de Mack Twain.
Chaplin “dramatiza” el momento en sus memorias: “La ropa y el maquillaje me hicieron sentir qué clase de personaje era. Empecé a descubrirlo, y cuando llegué al escenario, había nacido por completo. Al enfrentarme con Sennett me había ya encarnado en el nuevo ser, y me paseé por allí haciendo molinetes con el bastón y contoneándome ante él”.
Fred Karno, en un libro dedicado a los comienzos de Charlot, asegura que el mismo modo de andar fue usado por primera vez por otro de sus cómicos, llamado Kalter Graves, y que de este último pasó a Fred Kitchen y de Kitchen vino a Chaplin. El aspecto no era nuevo.
«Volví a ponerme mi traje de «music-hall» que había abandonado cuando dejé la escena. Y me sentí más a mis anchas desde que comencé a trabajar con mi traje de vagabundo». Aunque Chaplin había recuperado una apariencia que le era cómoda, tenía que animarla para hacerla única y para que funcionara en un nuevo medio que todavía no entendía bien.
 
Ya en su infancia en Londres, cuando imitaba a las comadres y a los borrachos del barrio, demostró que tenía instinto para reconocer la parte de automatismo que todos incorporamos en nuestra manera de comportarnos , y que al extraerlo y reproducirlo se vuelve cómico.
Chaplin Comenzó a encontrar sus automatismos desde el primer momento. En su segunda película, "Carreteras sofocantes", calzado ya con sus gruesas botas viejas, usó ese andar de pingüino que había de llegar a ser inseparable de su personaje. En la tercera “Aventuras extraordinarias de Mabel” inauguró su viraje sobre un pie. Llegaba a toda velocidad a una esquina, frenaba con una sola pierna sin tocar el suelo con la otra, hacía grandes molinetes con su bastón, sirviéndose de él para equilibrar, miraba a toda prisa a sus espaldas y volvía a echarse a correr, sujetándose el hongo con la mano izquierda. El éxito de aquellos hallazgos fue instantáneo, y todos los niños empezaron a imitar el andar y la manera de correr. Aunque el personaje apareció en su segunda película, no se impuso definitivamente hasta después de la décima, es decir, cuando Chaplin se hubo convertido en su propio guionista. El vagabundo no cesaría de modificarse en los siguientes 25 años porque Chaplin habría de pasar del aspecto del personaje a su carácter. Por el momento, se preocupó tan sólo de componer una silueta graciosa por sí misma, y capaz de provocar la risa, o al menos de predisponer a ella, sin contar con la ayuda de la pura acción, donde se sentía menos seguro y más vulgar. Había nacido un vagabundo que empezaría a ser reconocido como Charlie, Carlitos en los países de habla hispana. Aún debería ser bautizado como Charlot y eso ocurriría en Francia.
 

Carlos López-Tapia

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