Hace dos semanas el pequeño cine del Museo del Prado, acogía a un número de mexicanos mayor de la media de los que suelen interesarse por las proyecciones que ofrece habitualmente. El motivo era un documental hermoso y poco convencional. Hermoso por el cuidado puesto en las imágenes y poco convencional por su tema y su origen.
Es de sobra conocida la situación de la frontera entre México y Usamérica, inmigración ilegal, mano de obra barata y necesaria aunque perseguida; películas y documentales la han tocado desde aspectos diversos. Los dos millones de italianos del sur que llegaron a las costas americanas a principios del siglo pasado, el millón de irlandeses que hicieron lo mismo impulsados por la hambruna, se ven minimizados ante las decenas de miles de familias mexicanas que han visto irse a madres, padres e hijos en los últimos cincuenta años. Los datos apabullan porque la primera generación de emigrantes residentes en Usamérica es de 11 millones, que significa que por cada cien mexicanos que viven en su país, hay 11 al otro lado de la frontera. Pero… ¿y los que se quedan?.
Las historias recogidas en el documental pasan deslizándose ante la pantalla con una levedad que a veces inquieta por la certeza de que su anonimato se ha roto unos minutos para no volver a saber de ellos jamás. En ocasiones el sonido directo o la jerga coloquial impide siquiera entender lo que se dicen, pero parece importar poco, porque son las miradas, los gestos la música y las imágenes los que hablan. Nunca serán escuchados en una gran sala de multicine de centro comercial, pero debería ser exhibido con frecuencia en el estupendo museo antropológico del D. F.
Pero si el tema es tan vulgar en este mundo, donde todavía tienen que emigrar las personas porque no lo hace la riqueza, como poco enfocado hasta el momento, el origen de la producción merece ser comentado.
El dinero para producirlo sale de un presupuesto de lo que se conoce como RSC (Responsabilidad Social Corporativa), en este caso del banco BBVA, como parte de un proyecto bastante peculiar llamado “Niños adelante”, que en México cambia su nombre por el de “Los que se quedan”. Se trata de dar becas a niños mexicanos de educación primaria y secundaria en zonas de emigración, y cerca de quince mil chavales la habrán recibido cuando termine el año. Pero lo mejor del asunto es que son los propios chicos quienes han de ir al banco con sus notas escolares, para demostrar su compromiso y que el BBVA rellene la tarjeta del chico con la cantidad que se gasta en su educación. Tal vez sólo el nombre de la tarjeta, “Los que se quedan”, sea poco acertado por el mensaje que transmite a los propios chicos de que parecería mejor irse cuando haya opción, aunque si lo sea para el documental, que ya ganó uno de los premios importantes en el último festival Documenta de Madrid.
Sus autores son Carlos Hagerman y Juan Carlos Rulfo, hijo del escritor y autor de “En el hoyo”, otro documental social anterior muy bien valorado. Rulfo “compadreó” luego entre canapés Nouvelle cuisine, donde ya nunca faltan las cucharas chinas y los makis japoneses. Me habló sobre su falta de interés por jugar al cine comercial, al menos de momento, y de la gran influencia de su padre, que parece ver como una sombra refrescante más que oscura, síndrome habitual en “los hijos de…”. Es un hombre joven, de aspecto atractivo (bastaba con escuchar a las jóvenes mexicanas que polilleaban a su alrededor), con un contacto vital con el cine desde su infancia. No en vano me contó que el “Indio Fernandez”, uno de los más reconocidos psicópatas del cine mexicano, había estado a punto de ser su padrino. Rulfo es inteligentemente consciente de que está entre los que se quedan…. Porque quieren.
Hoy vamos a hablar de "Centauros del desierto" (1956), una de las películas más conocidas de John Ford. El mismo año de su estreno vieron la luz dramas como "Gigante" de George Stevens o "El hombre que sabía demasiado" de Alfred Hitchcock. Y por estos pagos se estrenaba "Y Dios creó a la mujer" del francés Roger Vadim o "Calle mayor" de Juan Antonio Bardem. Pero hoy nos vamos a Monument Valley con John Ford.
Estamos escuchando I remember youde Christopher Bear y Daniel Rossen para la banda sonora de "Vidas pasadas", una de las nuevas películas de A24 que se ha convertido en uno de los fenómenos del año entre crítica y público. Hoy analizaremos la intimista y preciosa composición de estos artistas indies en una nueva tendencia al alza dentro del mundo de las bandas sonoras.
Molly es camarera en un hotel de lujo y el personaje femenino más entrañable de los thrillers publicados en el último año. A sus veintipocos años no tiene amigos, vive con su abuela en un apartamento pequeño, es tímida y reúne todos los requisitos para ser víctima de abusadores y desaprensivos. Observa la realidad y la analiza con una sencillez y una bondad que puede hacerla pasar por boba. Pero no lo es.
Partiendo de los cuatro años de ocupación nazi de París durante la II Guerra Mundial, entramos en un drama bien construido, donde la moda no es lo único, aunque sí las personas que vivieron de ella y con ella. La mañana del 12 de febrero de 1947 Dior presentó su primer desfile de moda. Todavía estaban muy presentes los dolores y las angustias de la guerra. Estados Unidos vertía en Francia más millones de dólares que en ningún otro país, pero todo parecía poco para superar la depresión social de varios millones de franceses divididos entre resistentes y colaboracionistas.