Cannes 2021: Sean Baker retrata la América que se siente traicionada, Jacques Audiard explora las relaciones contemporáneas, clasicismo impostado de Ildikó Enyedi y el hip-hop como arma liberadora

Cannes 2021: Sean Baker retrata la América que se siente traicionada, Jacques Audiard explora las relaciones contemporáneas, clasicismo impostado de Ildikó Enyedi y el hip-hop como arma liberadora

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Querido Teo:

Tal como vino está a punto de irse y es que a Cannes 2021 le quedan pocas páginas de una edición excepcional en muchos ámbitos, sobre todo el hecho que ha obligado a que el certamen tuviera lugar un año más pero en esta ocasión en unas fechas tan veraniegas. Lo que sí que cuesta es encontrar a verdaderos favoritos dentro de un nivel siempre de notable alto en una selección selecta y definitoria de lo que está por venir los próximos meses. Sean Baker, Jacques Audiard e Ildikó Enyedi han contribuido a mantener el listón.

Sean Baker sigue explorando los sinsabores del sueño americano a través de esa USA de caravanas, personajes de extrarradio y almas errantes. Tras revelarse con “Tangerine” (2015) y sorprender con una de las películas de su temporada en “The Florida project” (2017) ahora vuelve con una historia auténtica, libre y con cierto poso tanto de risa amarga como de sanación reparadora. En "Red rocket" Mikey Saber es una estrella del porno pasada de moda que vuelve a su pequeño pueblo de Texas en el que nadie le echa de menos, encontrándose con uno de esos lugares abandonados por los políticos y poderosos que sólo se fijan en ellos o en época de campaña electoral o cuando intentan sacar rédito económico. Todo es visto desde la perspectiva de un estupendo Simon Rex, ex actor porno en la realidad y visto en la saga de “Scary Movie”, que vuelve a demostrar como el director saca petróleo de la humanidad y espontaneidad de los actores que trabajan con él, la mayoría no profesionales.

El protagonista se topa con un Texas marcado por su faceta industrial y su lenta decadencia, fagocitado por la pobreza y la desesperanza. Frente a ello está este caradura de manual que mira a los que allí viven por encima del hombro, cómo si él acaso hubiera triunfado, dentro de un ecosistema de contrastes pero con tono de fábula redentora con humor orgánico gracias al carisma del personaje y a lo bien contada que está la historia desde un punto de vista de sensaciones, reflexión y melancolía pasando del Disney World reflejo de ilusión en una Florida golpeada por el día a día a un entorno primigenio y rústico, entre drogas, sexo, petróleo y largas sentadas frente a la televisión, que es muy definitorio de esa América que encumbró a Donald Trump en 2016 y que luego se sintió traicionada viendo que el país que iba a renacer de sus cenizas y ser grande otra vez quedó todavía más confrontado entre sus miembros y hecho jirones.

“París, Distrito 13” es lo nuevo de Jacques Audiard que, aunque no lo logró con su mejor película, es uno de esos directores que llega a Cannes contando ya en su expediente con una Palma de Oro previa. El director de “Un profeta” (2009) o “Dheepan” (2015) nos lleva al barrio de Les Olympiades en el que Émilie conoce a Camille, que se siente atraído por Nora, que, a vez, se cruza en el camino de Amber. Tres chicas y un chico que exploran la frontera de las relaciones románticas pasando por la amistad, el sexo y el amor como si fuera un todo en el que no es necesario poner reglas o límites.

Un trabajo realzado por su estética en blanco y negro y su sencillez efectiva a la hora de narrar las relaciones de la generación “millennial”, más tendente al “carpe diem” que a las responsabilidades a largo plazo, y la frescura auténtica como una de las guionistas  de la cinta que aporta Céline Sciamma, lo que sin duda ha contribuido a enriquecer los personajes femeninos, a partir de la novela gráfica de Adrian Tomine dando armazón y sustento a una historia bien narrada en la que no necesita contar nada especialmente trascendente para destacar como una cinta existencial y segmentada, valiosa como retrato social y reflejo de un modo y un estado de ánimo a la hora de ver la vida.

Un París urbano y multicultural en el que se entrecruzan estos personajes y que rescata el espíritu de la Nouvelle Vague para llevarlo a las diatribas, preocupaciones y sensaciones de hoy en día. Unos jóvenes formados y con inquietudes, conectados por la era de las pantallas, que coinciden en el metro o quedan para tomar un café, que han cumplido el guión de lo que la sociedad esperaba de ellos pero que han visto como ésto no les ha sido devuelto, quedando golpeados por la situación de crisis de valores, precariedad laboral y futuro incierto, tan en el limbo en sus vidas como ese París que ni es el glamuroso de las postales ni el de las barriadas más conflictivas. Un retrato sobre las conexiones románticas de la era digital, y la desorientación de nuestros días, que trascienden más allá de la química que lleva a estas personas, que se antojan muy reales y localizables en nuestro propio barrio, a compartir una noche de sexo y pasión sin compromiso en el que lo único que queda es aprovechar el momento porque, ante la frustración contemporánea, es mejor no pensar en lo que vendrá mañana.

Por su parte Ildikó Enyedi ha proyectado “La historia de mi mujer” siendo al igual que Nadav Lapid un caso de trasvase festivalero debutando en Cannes tras ganar el Oso de Oro en el Festival de Berlín. Enyedi lo hizo con “En cuerpo y alma” (2017) y ahora ofrece un melodrama tan estiloso como intenso y plúmbeo que tira de clasicismo embellecido y de un tono demasiado impostado a lo largo de sus 169 minutos. Una adaptación de Milán Füst que sufre parecer una película de encargo tal como está planteada sin emerger la voz propia de una directora que no ha querido salirse de las pautas del referente contando en su reparto con Léa Seydoux, Gijs Naber y Louis Garrel en esta historia de atracción y sumisión.

“Dilo alto y fuerte” también es la primera participación en Cannes de Nabil Ayouch, el director de “Los caballos de Dios”, que ahora explora su propia adolescencia en París que incluso le ha llevado a fundar un centro cultural como el de la película. En la cinta Anas es un ex rapero que trabaja en un centro cultural de Casablanca. Animados por sus nuevos profesores, los estudiantes tratarán de liberarse del peso de las tradiciones para vivir su pasión y expresarse a través de la cultura hip-hop. Una película vitalista que entronca con ese subgénero de cine en las aulas intentando que unos jóvenes expresen su rabia y sus sentimientos propios de una sociedad oprimida y que es sufrida de diferente manera si eres hombre o mujer, enfrentándose éstas a una doble discriminación fruto por un lado de la miseria y por otro lado del machismo y la tradición. Un trabajo más documental que épico en lo emocional, retratista y cálido, que gana en calidad, riqueza e interés en esas sesiones de ensayo de los alumnos que suponen liberación y refugio para olvidarse de la vida que les está esperando allí fuera y que brilla en lo musical mientras denuncia temas representados en la ley del velo el peso del núcleo familiar.

Nacho Gonzalo

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