Cine en serie: “Broken”, diatribas morales

Cine en serie: “Broken”, diatribas morales

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Querido Teo:

“Broken” ha sido una de las series revelación que ha dado esta pasada temporada la televisión británica. En una época en la que los escándalos de la Iglesia Católica inundan los papeles, se reclaman en pantalla versiones desmitificadoras más allá de la sobria pomposidad de antaño. Si “The young Pope” sorprendía con un Sorrentino que no dudaba en inmolar (metafóricamente con un meteorito en forma de modernismo conservador por muy paradójico que eso sea) el mismísimo Vaticano con la elección del primer Papa usamericano, “Broken” presenta a un sacerdote con problemas terrenales y mundanos en los que la violencia, el alcoholismo o un trauma del pasado marcan su personalidad, sus actuaciones y sus dudas. Ya la serie de Sorrentino ahondaba en un portentoso capítulo desarrollado casi por entero en Nueva York (1x09) en un caso de abuso infantil protagonizado durante años por el arzobispo de la ciudad, y ocultado por su figura y casi incontestable poder hacia unos fieles que bastantes problemas tienen en su vida para ponerse en contra de la representación de Dios, muy de actualidad ahora por lo destapado en las últimas fechas en la diócesis de Pennsylvania. “Broken” se aleja de una de las miserias guardadas bajo la alfombra de la institución pero sí que presenta a un pastor de nuestro tiempo, tan necesitado de ayuda como sus feligreses, y comprometido con los problemas de un barrio obrero cualquiera en el que lo difícil es llegar a fin de mes.

Es el año 2017 en el norte de Inglaterra y, tras una ceremonia dominical más, el padre Michael Kerrigan (abriendo y cerrando las compuertas hacia el cielo de manera simbólica como una improvisada cortinilla de la serie) vive su día a día en un barrio que no es muy diferente al que podría retratar un Ken Loach en los años del thatcherismo. Miseria, pobreza y bajezas morales propias de la situación social y económica llevan a diversos personajes a situaciones desesperadas. Todos ellos buscan consuelo, voluntaria o accidentalmente, de un sacerdote que sufre alucinaciones del pasado debido al alcoholismo que superó y a su turbia relación con las mujeres que han ido pasando por su vida, especialmente una madre que se encuentra ahora agonizante y de la cual tiene que cuidar turnándose con su hermana por las noches.

Sean Bean interpreta al pare Kerrigan, lo que podríamos llamar en lenguaje coloquial un cura “molón”; pero también sobrio, abnegado, con las ideas claras, siempre dispuesto a ayudar y muy cercano al lenguaje de la calle lo que provoca que su carisma cale en los vecinos que entran en contacto con él. Lo que ellos no saben es que el sacerdote lidia con sus propios demonios pretendiendo ahuyentarlos ocupando su tiempo en su labor diaria y también ofreciendo a los demás vales para el banco de alimentos o ayudando a las familias con jóvenes problemáticos. Aunque, en verdad, uno de los pocos que le conozca realmente y que intente dirigir su mente hacia la luz sea otro compañero de profesión como el padre Peter Flaherty (Adrian Dunbar).

El primer capítulo de la serie está centrado en Christina Fitzsimmons (Anna Friel), una madre soltera que tiene que sacar adelante a sus tres hijos pero que es despedida del salón de juego en el que trabaja por tomar dinero prestado sin avisar. Su madre le ayuda con los niños pero cuando ocurra algo en su núcleo familiar, de lo que depende la pensión del mes que se convierte en el único sustento, eso le llevará a una diatriba de la que sólo puede hablar quien lo padece por muy moralistas que nos pongamos. Por momentos, este personaje nos recuerda al que ya vimos en “Yo, Daniel Blake”, la joven interpretada por Hayley Squires, y es que la sombra del cine de Ken Loach está muy presente al alejarse esta producción de la habitual pomposidad y clasicismo británico para hacer un retrato social de unos barrios desesperanzados tanto por la situación laboral como por las pocas oportunidades de futuro en lugares empobrecidos y olvidados por los gobiernos.

La duda como concepto podría ser el tema que vertebra la serie ya que todos sus personajes son ovejas de un rebaño descarriado por un pastor que se atormenta también por no coger una llamada que quizás podría haber salvado a la vida de un joven chico negro con problemas mentales víctima por accidente en una fallida operación policial. Mismos dilemas que tiene uno de los policías que formaba parte de ese grupo, joven padre de familia, y que presionado por su entorno de familiares y compañeros tiene que decidir entre seguir lo que le dicta su conciencia o preocuparse por su futuro profesional. Es decir, entre contar lo que ocurrió aquella noche o en sellar sus labios por miedo y corporativismo.

Todo frente a la resignación de la madre del chico que tras sufrir la enfermedad del mismo ahora sobrelleva la injusticia de su muerte, marcada siempre por la condescendencia hacia su raza, e incluso asistiendo ella también a la disputa entre minorías cuando el hermano que llega al barrio a superar el trance acaba vejando y entrando en conflicto con un airado vecino gay cercano a la indigencia. Muna Otaru brilla en el papel de Helen Oyenusi con una mirada rota pero todavía fuerte y dispuesta a perdonar.

El tercer caso que sigue de vértice a la serie, y que como todos actúa como onda expansiva y paralela, es el de la ejecutiva Roz Demichelis, una mujer que parece tenerlo todo con una familia convencional y éxito profesional pero, a pesar de ello, la duda también está presente en su mente acudiendo con nocturnidad a la iglesia para confesar a Kerrigan que quiere suicidarse por haber estado sacando dinero de su empresa para cubrir las deudas propias de su adicción a las máquinas tragaperras. La situación económica del país que votó Brexit vuelve también a sobrevolar este caso con el rostro de una mujer que sorprende por su temple, claridad expositiva y trámites para poder prepararlo todo y ponerse en paz con Dios antes de que su jefe descubra el pastel que ha dejado ella en una empresa en la que ha traicionado la confianza que se le ha depositado, no sólo por lo que ha hecho sino por no haber tenido la valentía de pedir ayuda pero sí de querer mirar frente a frente a la muerte antes de ser tachada de ladrona e ir a la cárcel.

La serie maneja con sobriedad y con equilibrio las distintas historias paralelas que van surgiendo a lo largo de los capítulos, abriendo y cerrando subtramas de una manera coherente y nada efectista marcadas todas ellas por uno de los sentimientos que más rompen el alma y más buscan cobijo y consuelo, como es el remordimiento por la culpa. Todos los personajes, bien por acción o bien por omisión, lo tienen en esta sólida producción de BBC compuesta por una temporada de seis capítulos y que ha conseguido 2 nominaciones  en los pasados Bafta televisivo para Sean Bean (que ganó el premio) y Anna Friel.

Un final redentor redondea el conjunto espoleado por el perdón y el agradecimiento de esos animales heridos que deja el mensaje de que la fuerza de una comunidad, sea religiosa o no, radica precisamente en el prestar ayuda y dar amor y consuelo a quien lo necesita.

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Nacho Gonzalo

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