Cine en serie: "Califato", la perversión del fanatismo de la causa

Cine en serie: "Califato", la perversión del fanatismo de la causa

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Querido Teo:

"Califato" se ha convertido junto a "Unorthodox" en la serie revelación de Netflix esta temporada. Frente a títulos más ambiciosos ambas se han erigido como dos propuestas muy interesantes que nos han llevado a descubrir otros modos de vida y que denuncian, cada una a su manera, el peligro de los fanatismos. Sin marketing, procedente de países europeos e impactando tanto por su solidez como por su retrato de nuestro mundo de una manera tan didáctica como rotunda se han convertido en imprescindibles de la temporada por méritos propios y aupadas en el boca-oreja.

“Califato” es una producción sueca que se desarrolla en tres perspectivas sobrevolando el hecho del conocimiento de que se va a preparar un atentado en Suecia. A lo largo de 8 capítulos de 45 minutos se narra el conflicto desde un enfoque más completo, profundo y nada maniqueo. Y es que, aunque se le ha achacado un final algo atropellado y abierto, “Califato” entra de lleno en el espectador moviéndose entre llamadas clandestinas, pistas falsas y como el reclutamiento para la causa islámica se cierne como una sombra ante mentes moldeables y que buscan una motivación en sus vidas.

La realidad de Siria llega de la mano de Pervin que vive con su marido y su hija en la ciudad de Raqqa al norte del país. Atraídos por la causa islámica, siendo suecos de origen, se trasladaron ahí fascinados por el paraíso que se les prometía mientras acaban inmersos en una sociedad en la que la mujer es un mero objeto de reproducción destinada a ser viuda de su marido, siendo la mayoría de los hombres reclutados o bien para la guerra o bien para actuar como mártires en algún atentado. Las mujeres no pueden salir a la calle sin su burka y son sujetas a poder ser violadas por cualquier hombre así como ver que su marido pueda acumular esposas sin ninguna objeción.

Una pareja joven que, habiendo sido testigo de otra vida en Suecia, se arrepienten de haber acabado en un lugar en el que sólo son peones para una pretendida causa mayor y en la que, tras haber sido radicalizados en su momento, no encuentran ningún atisbo de libertad. El buen trabajo en los primeros planos de Gizem Erdogan como Pervin y de Amed Bozan como su marido Husam, a la hora de reflejar éste el síndrome postraumático en el que vive, conmueve y emociona, más cuando parecen deambular por un mundo casi alucinógeno del que no saben cómo escapar, desconfiando entre ellos mismos, mostrando la complejidad de la personalidad cobarde de Husam que ni mucho menos se queda en un rol de "villano" arquetípico, y con el peligro constante de que el peso de la tradición caiga como una guillotina sobre ellos.

Por otro lado tenemos Suecia, el típico país nórdico que hace gala de su tranquilidad y calma y que, aun así, vive en un choque de culturas y de desarraigo que es caldo de cultivo para aquellos captadores en forma de serpiente que introducen sus ideales aprovechándose de las mentes frágiles. Es lo que ocurre con Sulle (Nora Rios) y su amiga Kerima (Amanda Sohrabi) que atraídas por el encanto de un orientador de su instituto, Ibbe (Lancelot Ncube), acaban subyugadas por la esencia de ese Islam de la que ellas se sienten cada vez más atraídas, una por un origen evidente del que sus padres, emigrados que han buscado asilo en Suecia, han intentado huir amoldándose al estilo de vida occidental pero intentando promover la tolerancia en el seno del hogar, y la otra como refugio frente a una situación familiar en casa marcada por un padre alcohólico y violento.

Entre vídeos de YouTube y promesas de Ibbe, ambas deciden abrazar esa fe sin conocer los peligros propios si ésta es pervertida preparando un viaje a Siria para empezar una nueva vida acorde al nuevo dogma que les ha sido inculcado de manera embellecida ya que, en realidad, acabarán casadas a los 13 años con un hombre mucho mayor, enfundadas en su burka negro y viviendo como auténticas esclavas.

Es Ibbe también el que forma pequeños comandos a través de una organización clandestina que sirve como enlace con el Estado Islámico y en la que recluta no sólo a jóvenes adolescentes destinadas a casarse cuando lleguen a Siria, sino también a chicos con el fin de que actúen como mano de obra armada, francotiradores que sirvan para la ejecución de esos atentados que son organizados a tantos kilómetros de distancia sin que, en verdad, los causantes del mismo se manchen las manos y sean otros los que paguen las consecuencias o viajen a ese paraíso prometido una vez muertos y purificados como mártires. Es lo que ocurre con esos dos hermanos, Jakob (Marcus Vögeli) y Emil (Nils Wetterholm) que entre trapicheos, robos y una madre que les repudia han encontrado un escape a la delincuencia juvenil en la que siempre se han movido con el fin, ahora, de alcanzar mayores cotas al servicio y en nombre de Alá.

El tercer personaje femenino protagonista en la serie, tras Pervin y Sulle, es Fatima (Aliette Opheim), una mujer de origen bosnio obsesionada por su trabajo y que recuerda por momentos a la Carrie Mathison de “Homeland”. Marginada por un fallo de ella a trabajos burocráticos dentro de los servicios secretos de Suecia, está en contacto con Pervin y negocia con ésta su extracción de Siria siempre que le ayude a darle más información sobre el atentado inminente del que han sido conocedores.

Quizás este es el vértice peor definido de la historia ante los altibajos emocionales de una Fatima que, en verdad, antepone el bien mayor de salvar a su país de ese atentado utilizando a Pervin como mero instrumento para ello, no dejando de mostrar su vena más egoísta e inhumana, sin tener en cuenta el peligro que corre Pervin al prestar su colaboración, llegando incluso a una algo forzada redención para Fatima una vez que confluyen las tres tramas principales de la serie en el capítulo final.

El atentado que se prepara durante la serie tiene a Ibbe como ese “viajante” que es el nombre en clave que recibe desde Siria, no dudando incluso en embaucar y casarse con una joven iraquí que trabaja en el Duty-Free del aeropuerto de Arlanda (Estocolmo). Y es que una de las tres acciones que se preparan es estallar una bomba en el vuelo que va de Arlanda a Londres; siendo las otras dos una masacre en la estación de metro de Globe y otra en una sala en la que se lleva a cabo una conferencia sobre el Islam.

“Califato” es, además, un toque de advertencia para las sociedades modernas, aquellas que viven en su burbuja de “estado del bienestar” y que se muestran incapaces de detectar los indicios que lleva a que estos hechos terminen teniendo consecuencias fatales para toda la sociedad. Familias desestructuradas a las que no se les da soporte, centros educativos incapaces de frenar casos de “bullying” y, mucho menos, de alineación provocada por algún fanático con carisma prefiriendo etiquetar a uno de “raro” o “introvertido” ante sus conductas y en vez de indagar en las causas de lo que puede estar pasando. También de un estamento policial que, a parte de sus investigaciones, depende de chivatazos y confidentes para evitar tragedias que da la impresión de que sus hacedores pueden llevar a cabo con cierta facilidad, incluso poniendo en jaque a un país actuando desde tres frentes diferentes.

“Califato” es una serie que resuelve con intensidad, dinamismo y valor didáctico un tema complejo de nuestro tiempo corriendo a cargo de Wilhelm Behrman y Niklas Rockström, autores que se interesaron en el tema cuando vieron en 2015 a través de unas imágenes por televisión a tres chicas jóvenes en el aeropuerto de Gatwick que viajaban procedentes de Europa hacia el Estado Islámico con el fin de unirse al ideal de la yihad que se les habia prometido sin caer en la cuenta de que, en realidad, son sólo meros instrumentos para formar parte de la causa y perpetuar la especie frente a la interpretación fanática del Corán. A raíz de ahí, y los atentados con rehenes de París, los creadores quisieron indagar en lo que había detrás de esas jóvenes y en los nexos de unión con la red orquestada en Siria.

Todos los capítulos los dirige el bosnio Goran Kapetanovic en un “in crescendo” que hace partícipe al espectador tanto de la investigación como de la lucha sacrificada de Pervin por volver a casa como del terreno pantanoso en el que Sulle arrastra a sus seres queridos aprovechándose sus captadores de la idealización de sus orígenes y de la rebeldía adolescente. Uno de los aciertos de la serie no es sólo ese manejo de la tensión sino el también dar al espectador toda la información, ajena a los propios personajes, lo que le hace estar más involucrado con lo que ocurre cuando el éste se implica ante la pantalla para que el marido de Pervin no descubra el teléfono que ésta esconde, y con el que se comunica con Fatima, el momento en que la asistenta social Dolores descubre una marca en la muñeca claramente culpabilizadora, o cuando los padres de Sulle sufren la impotencia de no poder frenar los planes de su hija antes de que sea demasiado tarde.

“Califato” subraya algunos giros de guión para favorecer su interés y su visionado continuo pero, sin duda, estamos ante uno de los títulos más meritorios y sorprendentes de la temporada a la hora de mostrar los distintos vértices del fanatismo religioso y en cómo esto afecta tanto a verdugos como a víctimas del mismo, más cuando unos basan el poder de su mensaje en la fragilidad y debilidad de los otros, siendo el germen de los populismos y los totalitarismos que, sin una sociedad que los sepa detectar y neutralizar a tiempo, presentan consecuencias devastadoras perdurables para generaciones y generaciones y que, una vez extendidas, son tan difíciles de erradicar. La fragilidad de la mente como vía libre para la amenaza del mal en su esfera más perversa.

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Nacho Gonzalo

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