Cine en serie: “Cuéntame cómo pasó”, la mayor aventura es vivir

Cine en serie: “Cuéntame cómo pasó”, la mayor aventura es vivir

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Querido Teo:

El pasado jueves 29 de Noviembre fue un día clave para nuestra memoria histórica (y sentimental) televisiva con el fin de temporada (la 19ª) de “Cuéntame cómo pasó”. La serie que nació como un retrato costumbrista de esa España de 1969 que, con un régimen franquista que ya vivía muestras de declive, permitía cierto soplo de aperturismo para unos españoles que encontraban cierto respiro a lo vivido atrás en forma de tener una televisión, un nuevo coche o incluso fantasear con unas vacaciones en la playa. Era una España dividida y oprimida, de brecha tanto generacional como ideológica, que se movía entre los temblorosos, los resignados y los que estaban decididos a no callar más, pero que también sabía encontrar la felicidad en las pequeñas cosas; la familia, la camaradería, el amor y el poder llegar económicamente a fin de mes. Con esa inocencia, y ojos despiertos, conocíamos al que ha sido testigo, cómplice y narrador de todo ello a través de la citada serie de TVE, un Carlitos Alcántara (que ya hace tiempo que dejó de serlo para atender al nombre de Carlos) y que en ese primer capítulo (y abriendo una nueva etapa para nuestra vida y la de todo el mundo estrenándose sólo dos días después de los atentados del 11-S en Nueva York) sus máximas preocupaciones eran preguntarse porqué todo el mundo perseguía a ese fugitivo de la serie de éxito y si llegaría a tiempo la televisión a su casa para poder ver a Massiel participando en el Festival de Eurovisión.

19 temporadas y 17 años después los intereses de personaje y actor (un Ricardo Gómez que ha crecido física y psicológicamente en pantalla) han sido muy diferentes pero que han culminado una comunión entre realidad y ficción que, gracias al talento, honestidad y sensibilidad que siempre ha enarbolado la serie, ha desembocado  en todo un regalo para los fieles fans que, creciendo y viviendo también durante todo este tiempo, han recorrido paralelamente ese camino materializándose en un capítulo tan simbólico como brillante que servía para despedir a un personaje emblemático pero también para hacernos conscientes de nuestras propias vidas durante estos años y del papel que jugamos en el mundo.

“Cuéntame cómo pasó” es una serie que no ha tenido un camino fácil (aunque haya permanecido durante todo este tiempo como un clásico de los jueves noche en la televisión pública) y es que los distintos vaivenes políticos de los que ha sido víctima la corporación (fruto de los distintos gobiernos populares y socialistas) podían haber herido de muerte a una serie que, estuviera quien estuviera en Moncloa, ha mantenido su identidad y su voz propia ajena a todo el ruido generado por la degradación política que ha vivido nuestro país. También, en 2017, la presunta trama destapada de evasión fiscal que involucró a los protagonistas de la serie puso en peligro de cancelación a la producción, pero en verdad el escollo más continuado que ha tenido que soportar la serie es ese desdén generalizado (tanto de cierto sector del público como de la propia crítica) que cuestionaba al espectador que seguía viendo la serie frente a las últimas producciones de estreno de canales de pago o plataformas digitales. La mayoría de ellas se han quedado por el camino, sólo mantenidas por el fulgor del estreno y de la novedad, pero el tiempo es verdad que pone a cada uno en su sitio y pocas de esas producciones (por no decir ninguna) va a tener el calado histórico de una serie que, no sólo ha pretendido ser ambiciosa narrando lo que era la España de los 70 y 80, incluso la de décadas anteriores con capítulos dedicados a episodios de la Guerra Civil y sus consecuencias como los dedicados a los ajustes de cuentas entre familias por cuestiones ideológicas, la hambruna o la emigración, sino que lo ha hecho con un mínimo de calidad siempre notable. “Cuéntame cómo pasó” nunca ha tenido capítulo malo (y ya son 348), tanto por un guión, una claridad de ideas y un reparto en estado de gracia que hacía grande e interesante cada personaje por diminuto que fuera, y los episodios que ha sido especialmente buenos han llegado a sobresaliente alto y digno material para ser estudiado en las escuelas y universidades.

El espectador fiel de la serie ha encontrado en ella durante todo este tiempo una familia que siempre ha estado ahí, con sus problemas y avatares, y a pesar de quiebras económicas, problemas con las autoridades, enfermedades, o infidelidades, ellos siempre se han tenido los unos a los otros por muy bajo que se cayera. Y eso ha llegado así transmitido a un espectador que ha sentido que, por muy mal que nos vaya, siempre tendremos a nuestra familia y amigos como punto de partida al que volver para seguir cogiendo impulso ante nuestro pretendido (y necesario) vuelo vital fuera del nido.

Por muy inverosímil que pueda parecer que la familia Alcántara haya estado presente en todos los hechos más importantes que marcaron esos años, desde el asesinato de Carrero Blanco, el 23-F, el drama del incendio en la discoteca Alcalá 20, o el atentado de Hipercor en Barcelona, las grandes bazas de la serie han sido, por un lado, siempre saber lo que se quería contar, ser honestos con sus personajes por otro, y además tener a unos actores (desde los consagrados a los emergentes) siempre a favor de obra en el que tanto talento ha hecho retroalimentarse a unos a otros. Es el caso de un Ricardo Gómez que, criado con actores de la talla de Imanol Arias, Ana Duato, María Galiana, Juan Echanove, José Sancho, Tony Leblanc, Fernando Fernán Gómez, Terele Pávez, o los episódicos Luis Cuenca, Agustín González, Héctor Alterio o José Luis López Vázquez, ha pasado de ser la mirada infantil (y narradora de la serie) a ser el mayor baluarte de la misma generando una gran implicación emocional con todos los espectadores pasando de sus travesuras de infancia a sus dilemas amorosos, profesionales y de identidad propios de esa juventud que quiere comerse el mundo pero que corre el peligro de, en ese intento, ser engullido por él, algo a lo que han contribuido talentos como los de Óscar Aibar en la dirección y Joaquín Oristrell en el guión que reinventaron la serie añadiéndole una mayor profundidad, en ocasiones, jugando con la herencia del cine de autor de la Nouvelle Vague (ese Carlos Alcántara como un improvisado Antoine Doinel debatiéndose entre dos mujeres) o el neorrealismo italiano (todo lo vivido en un Sagrillas que terminó siendo un personaje más como un anclaje al pasado que siempre vuelve).

A Carlos lo hemos visto haciendo pellas, realizando la mili, en la cárcel por un error que casi le cuesta la vida, montar un pub y un grupo musical con sus amigos en plena época de la movida, hacerse un hueco en el mundo de la escritura, recorrer la España profunda sintiéndose miembro de la generación “beat” de Jack Kerouac, lavar los platos en un año sabático en Bruselas, ser bodeguero en el manchego pueblo familiar de Sagrillas, y convertirse (precozmente y casi fortuitamente) en padre de familia. Todo ello a punto de, igual que su propia vida, ponerse en jaque por un descenso a los infiernos marcado por la cocaína fruto del estrés y la genialidad siempre brillante y ocurrente que le exige un, en apariencia, prometedor trabajo en una agencia de publicidad. Todo ello desembocó en un momento catártico en el que la serie ofreció un capítulo narrado desde la perspectiva de diversos personajes hasta llegar a un accidente que desemboca en una conversación de hospital entre padre e hijo que fue digna de la mejor escena teatral.

El viaje de Carlos Alcántara ha sido el de todos, el de todo un país que también ha cambiado lo suyo en estos 17 años, muchas veces no para bien, pero como se dice en ese ya histórico capítulo 348, en esa travesía marina que lleva a Carlos al puerto de destino al que su instinto creativo y sentimental le empuja, hay gente que pasa su vida emprendiendo aventuras hasta que descubren que la mayor aventura es el mero hecho de vivir.

En un cierre tan cíclico y  simbólicamente perfecto, en el que la selección musical, los guiños al pasado y a ese punto de partida de la serie, en el que el narrador se fusiona con el propio personaje, contribuyen a golpearnos nuestra memoria sentimental, “Cuéntame cómo pasó” se ha erigido esta temporada (y haciendo envainarse el cerril escepticismo a más de uno) como una de esas series que hacen grande el legado creativo de un país. Quizás cuesta creer que se vaya a mejorar el final que vivimos el otro día, pero si algo nos ha enseñado la serie (injustos de nosotros) es que nunca hay que dudar de ella. Se lo merece tras tanto tiempo de fidelidad y un crédito y prestigio ganado temporada tras temporada A Carlos y a Karina, personajes, a Ricardo Gómez y Elena Rivera, rostros y talentos que les insuflaron alma, todo lo mejor, gracias por todo lo vivido y feliz viaje.

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Nacho Gonzalo

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Hector Morales-Rosado
Hector Morales-Rosado
5 años atrás

Bellas palabras, no sólo con luz propia, peroque irradian una iluminación singular que van más allá del teatro y de la actuación; son vida, esa misma vida que "Cuéntame" nos ha mostrado que es pura aventura, pero a la vez de manwra subliminal nos swna saber que su base fundamental es el amor. Todos los personajes, de una manera u otra aman con intensidad y nosotros, los espectadores, sin saberlo hemos caídos rendidos ante esa majestuosa vorágine que es la razón de la existencia misma. ¿Puede alguien olvidar las palabras de Antonio en el duelo de Miguel? Nada más bello se ha escrito. Eso es "Cuéntame" , vida, aventura, belleza y amor. ¿Qué más? Gracias por la travesía.

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