Conexión Oscar 2021: Festival de Toronto: "Nuevo orden" y "An old lady"

Conexión Oscar 2021: Festival de Toronto: "Nuevo orden" y "An old lady"

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Querido Teo:

En el Festival de Toronto hemos visto dos nuevas apuestas que nos llevan a reflejar una descarnada lucha de clases, quizás más premonitaria que distópica, y un drama que nos plantea a reflexionar sobre nuestras convicciones y prejuicios a la hora de abordar un asunto en función de quiénes sean los afectados.

“Nuevo orden” (Michel Franco)

Una lucha de clases no tan distópica

Estamos en tiempos inciertos y de gran inseguridad personal y laboral lo que ha fomentado todavía más esa sensación de que la sociedad se sustenta en un polvorín que no estalla ante por lo anestesiada que está una ciudadanía que no quiere más que vivir tranquila y lo mejor posible dentro de lo que cabe, aletargamiento del que se aprovechan los poderosos para ser más ricos y los políticos para seguir en su bronca partidista.

“Nuevo orden” parece seguir la senda de esos retratos de rabia indignada que con mucha sorna y humor negro llevó a cabo el cine argentino con “Relatos salvajes” (2014) o “La odisea de los giles” (2019) y que, en parte, también inundaba el desbarrado acto final de “Parásitos” (2019). Franco, que ha conseguido el Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia 2020, abandona trabajos más crípticos y filosóficos y ahora ofrece una cinta ágil, rápida y con brío que parte en unas revueltas en un hospital, obligados los médicos a paralizar las operaciones previstas, y una boda en un gran caserón que, al menos al principio, vive en su habitual burbuja de confort hasta que los dos mundos colisionan, el del privilegiado que está pensando en comprarse un nuevo yate y el del obrero insatisfecho que a través del fanatismo cae del lado de la violencia.

La celebración de una boda idílica acaba en tragedia después de que un ex trabajador de la casa vuelva a la misma siete años después para pedir dinero ya que su mujer necesita una operación urgente de corazón y para ello necesita un préstamo. A partir de ahí se produce el anunciado derrumbe de un sistema a golpe casi de guillotina irrumpiendo una nueva fuerza que, aprovechándose del deterioro de un sistema que nadie se ha preocupado de arreglar, da el paso a un populismo incendiario digno del Joker que se hace con el control de las calles y del país de manera reaccionaria, salvaje y desaforada. Y es que, subestimados siempre como inmigrantes, obreros o mera servidumbre, un México de contrastes empieza a cambiar de cara y de color, tiñéndose de verde y de rojo después de que los que han mandado desde hace tanto tiempo no han estado más que manteniendo el motor del sistema con meros parches, en vez de preocuparse por solucionar el problema de raíz, haciéndose caso a la sociedad y no escudándose en casos de corrupción, intereses económicos y el intento de sacar tajada pese a quien pese.

Una alegoría siniestra y retorcida con altas dosis de crueldad entre desapariciones, rescates, sangre, persecuciones en coche, secuestros, fuerzas de la ley que se suman al golpe y chantajes en una sociedad tan separada entre sí, distante y dispar, en la que las clases bajas, obreros e indígenas en su mayoría, no han encontrado otra manera más que entrar por la puerta a la fuerza arramblando con todo, dando por perdida la capacidad de entenderse y optando por un punto de vista darwinista en el que las convergencias no casan en un momento en el que lo que se disputa es el trono demostrándose que la violencia no hace más que generar violencia.

Ruido extremo, violento y febril en una sociedad sorda que no ha escuchado al otro y en la que mientras unos se han llenado los bolsillos, los demás han vivido en un sentimiento de rencor acumulado que se propaga como un virus en el que sin dinero, formación ni medios han optado por lo más primario y guerracivilista para salir a flote y vengarse tras siglos poniendo la otra mejilla. Una mirada audaz y rompedora sobre lo peor de la condición humana, la brutalidad de los instintos primarios y las consecuencias de enervar unos tiempos ya de por sí complicados y en los que debe primar más la solidaridad que el "sálvese quién pueda". Una apuesta contundente resuelta en apenas hora y media, ágil y dinámica, pero aun así desoladora y discutible por un mensaje que puede entrar en el peligro de justificar los hechos violentos de uno frente a los desmanes capitalistas de otros y la legitimación del estado a través de estos medios. Una cinta que garantiza el debate y que más que una distopía hay que ver como un aviso para navegantes para contribuir en lo que se pueda a enderezar el rumbo.

“An old lady” (Lim Sun-ae)

Lo que estamos dispuestos a creer

“An old lady” es una cinta surcoreana que se enfoca como un drama sobre nuestros prejuicios como sociedad. Si una chica denuncia una violación por parte de alguien que encaje en el rol físico y psicológico de perturbado no hay problema, ¿pero qué ocurre si la víctima es una mujer de 69 años y el agresor un joven médico de 29? Una historia que se mira desde esa perspectiva revertiendo la carga de la prueba y cuestionando la versión de una mujer de la que los policías llegan a pensar que o bien está senil o bien que miente al ser para ellos inverosímil que alguien joven, guapo y exitoso pueda estar interesado en una anciana.

Será el empeño de la familia y la pareja de la protagonista, frente al hermetismo incrédulo y estupefacto de ella, el que aporte luz, desmonte posicionamientos y aporte una línea de grises que nos lleva a no asomarnos a la versión de los prejuicios y sí a la objetividad de los hechos. Una película sobria, delicada y que deja preguntas más que respuestas aunque su pulso narrativo y emocional sea reposado y a fuego lento lo que le hace ser un conjunto difuso y algo errático, siendo lo más interesante el papel que jugamos como individuos a la hora de aceptar unos hechos y estar dispuestos a creer hasta cierto punto según quiénes sean los intervinientes en el asunto. Algo que nos lleva siempre a confiar antes en alguien que encaja en un rol parecido al nuestro que aquel que consideramos singular y diferente.

Nacho Gonzalo

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