"El explorador"

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Tana French es popular por sus novelas de misterio y crímenes, algunos la llaman "la Agatha Christie irlandesa", protagonizadas por un departamento de homicidios ficticio de La Garda, la policía irlandesa, que los aficionados conocemos porque RBA traduce y edita la serie desde 2007, y que se han llevado a la televisión con el título "Dublin murders". Aunque nació en Estados Unidos y tiene también la nacionalidad italiana, Dublín es su epicentro vital y profesional. Por esa razón consigue caracterizar muy bien sus ambientes y personajes. Es capaz de sentarnos en la barra de un pub lleno de paisanos, con una verosimilitud absoluta.

Título: "El explorador"

Autor: Tana French

Editorial: AdN Alianza de Novelas

En "El explorador" se sale de la serie para traer desde Chicago a Cal, un hombre con intenciones de encontrar un retiro pacífico en un pueblo pequeño, donde compra una casa que precisa una restauración importante, pero que se puede permitir con sus ahorros y pensión. Claro que, en los pueblos de ese tipo, no sólo irlandeses, los vecinos pueden comportarse amistosamente o como glóbulos blancos ante la intromisión de un virus extraño.

Cal no tardará en comprender que ocultar el pasado es tan difícil para él como permanecer ajeno al oficio del que se ha cansado. No le servirá de mucho dejarse la barba y el pelo largos para dejar de parecer un poli y sentirse un poli. Pronto tendrá que sincerarse con un adolescente un tanto peculiar que aparece junto a su casa y que sabe más de Cal de lo que él hubiera supuesto, y que le pregunta sin miramientos por qué ha dejado de ser policía.

"— Porque las cosas estaban cada vez más chungas… Era una jodienda. O eso me parecía a mí.

Se plantea demasiado tarde si debe decir palabrotas, pero el chico no parece muy conmocionado, ni siquiera sorprendido. Espera a que siga sin más.

— La gente andaba siempre cabreada. Parecía que todo el mundo estaba cabreado.

— ¿Cabreados por qué?

Cal lo piensa mientras golpea la esquina del estante.

— Los negros estaban cabreados porque los trataban como la mierda. Los polis corruptos estaban cabreados porque, de pronto, les querían pedir cuentas por las mierdas que hacían. Los polis buenos estaban cabreados porque los trataban como los malos cuando en realidad ellos no habían hecho nada.

— ¿Tú qué eras, poli bueno o corrupto?

— Mi intención era ser bueno. Aunque eso es lo que dirán todos…

Trey asiente.

— ¿También tú estabas cabreado?

— Yo estaba cansado. Un cansancio mortal.

No miente: era como levantarse todas las mañanas con gripe sabiendo que tenía que subir andando varios kilómetros de montaña.

— Y por eso te jubilaste.

— Sí.

El chico pasa los dedos por la madera para ver cómo va y sigue lijando.

— ¿Y cómo es que te viniste a vivir aquí?

— ¿Por qué no?

— Aquí nadie se muda —dice el chico como señalándole una obviedad a un mongolo—. De aquí más bien se muda la gente.

Cal remueve el estante para colocarlo unos milímetros más adentro; entra muy justo, pero eso es bueno.

— Estaba harto del tiempo de mierda que hace allí. Vosotros aquí no sabéis lo que son la nieve y el calor, o por lo menos lo que nosotros entendemos por eso. Y no quería seguir viviendo en una ciudad. Esto es barato. Y hay buena pesca.

Trey lo mira con unos ojos grises que no parpadean, escéptico.

— A mí me habían dicho que te despidieron por dispararle a uno. En el curro, me refiero. Y que te iban a arrestar y entonces te largaste.

Eso sí que no se lo esperaba.

— ¿Quién te ha dicho eso? —Hombros que se encogen por toda respuesta; Cal sopesa sus opciones y al final le cuenta la verdad—: yo no le he disparado a nadie.

— ¿Nunca?

— Nunca. Ves demasiada tele. —Trey sigue sin apartar la mirada de él: este chaval no parpadea lo suficiente y Cal empieza a temer por la salud de su córnea—. Si no me crees, busca mi nombre en Google. Algo así saldría en todas partes.

— No tengo ordenador.

— ¿Móvil? —A Trey se le tuerce una comisura: qué va; Cal saca el suyo, lo desbloquea y lo tira a la hierba delante del chico—. Toma. Calvin John Hooper. La cobertura va de pena, pero acaba cargando. —El chico no lo coge—. ¿Qué?

— Podría no ser tu verdadero nombre.

— Ostras, chaval —dice Cal, que se inclina sobre el móvil y se lo mete en el bolsillo—. Mira, piensa lo que quieras. ¿Vas a lijar eso o no?

Trey vuelve a la tarea pero, por el ritmo con que trabaja, Cal comprende que no ha dicho su última palabra. Efectivamente, al minuto pregunta:

— ¿Y se te daba bien?

— Bastante bien. Siempre cumplía.

— ¿Investigabas crímenes?

— Investigaba delitos, en la última época.

— ¿De qué tipo?

— Delitos contra la propiedad. Robos más que nada. —Por la cara del chico, parece decepcionado—. Y durante un tiempo estuve también en busca y captura de fugitivos, o sea que me dedicaba a localizar a gente que intentaba esconderse de la policía. —Eso sí le granjea una ojeada fugaz del chico: al parecer las acciones de Cal acaban de volver al alza.

— ¿Cómo?

— De un montón de formas. Hablando con los parientes, los colegas, las novias, los novios, con quien hiciera falta. Vigilando las casas, los sitios que les gustaba frecuentar. Comprobando si utilizaban la tarjeta de crédito en alguna parte. A veces pinchando teléfonos. Dependía.

El chico sigue mirándolo muy atento y ha parado el movimiento de las manos.

A Cal se le ocurre entonces que quizá por fin haya encontrado una explicación a qué quiere el chico de él.

— ¿Tú quieres ser policía?

Trey vuelve a dedicarle esa mirada de tú eres mongolo. A Cal lo fascina: es de esas que le dedicarías al idiota de tu clase que vuelve a caer en la broma de la galleta de goma.

— ¿Yo?

—No, tu bisabuela. Sí, claro, tú".

Cal se verá implicado en una desaparición, pero sin contar con los apoyos a los que está habituado, ni las credenciales que le permitan usar una placa policial. La investigación tendrá que apoyarse en otras cualidades que le conducirán a conocer mejor a sus vecinos y a comprender la red de relaciones que se ocultan en una comunidad pequeña donde todos se conocen, se protegen y se resisten ha hablar más de lo imprescindible.

Tana French usa su conocimiento de Irlanda y los irlandeses para hacernos pasar unos meses en una zona rural, disfrutando y sufriendo las costumbres, el paisaje y la manera de vivir en ella. Metidos en la piel de Cal, descubrimos juntos todas esas facetas llenas de pequeños o grandes secretos empañados por historias familiares, marcados por una vida donde los jóvenes han de escapar para labrarse un futuro que no tienen en lugares pequeños, huérfanos de industrias y donde las ovejas son el principal recurso rural. El explorador es un billete a esa Irlanda que suele quedar fuera de las posibilidades de un viajero convencional. Una buena historia.

Carlos López-Tapia

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