"La bella de Lodi"

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Alberto Arbasino era un joven de treinta años cuando publicó un relato breve en Il Mondo, y el director de cine Mario Missiroli lo convirtió en película al año siguiente. Era "La bella de Lodi", que creció de relato a novela corta en los años posteriores. Arbasino abandonaría poco después su carrera como abogado para dedicarse a la escritura y contar como editor con Italo Calvino.

Título: "La bella de Lodi"

Autor: Alberto Arbasino

Editorial: Siruela

Esta novela, que se edita ahora en español, se escribió en 1972 para contar con ironía la vida de una joven de buena familia del Valle del Po, un universo burgués reconocible para cualquier europeo. Arbasino es un maestro del ahorro, capaz de transmitir imágenes cargadas de sentido con muy pocas palabras. Está en su terreno porque pertenece al mundo que describe. Incluso al mismo espacio físico y cultural, ya que nació en Voghera, y la burguesía que analiza con tanto talento es la suya.

El título de la historia se refiere a Roberta, una chica guapa, independiente, ha estudiado, ha viajado por el mundo, tiene dinero, se siente sexualmente liberada de los prejuicios de la generación que vivió la Guerra Mundial, y está lista para enfrentarse con lo que sea conduciendo su deportivo por la región más rica de Italia. Son los años 60, y encuentra a un mecánico basto, vulgar, ignorante, mal educado... y con un atractivo sexual animal. Roberta lo ve como un juguete que podrá manejar y disfrutar.

Sus amigos son sofisticados, hablan inglés, viajan a Londres, son tan ricos como ella, pero son muy previsibles y reiterativos comparado con el mecánico Franco, sin sentido de la propiedad, incapaz de convertir su vitalidad masculina, el placer de vivir sin pensar en el futuro, en los valores tradicionales que Roberta ha mamado en la familia de pequeños terratenientes lombardos.

Arbasino emplea menos de 200 páginas en dibujar un universo en segundo plano, lleno de familiares, primos y tradiciones que han pervivido en la literatura y la pantalla popular italiana. No entra en detalles, no se dilata creando situaciones emocionantes o sensuales, avanza con sencillez. Algunos capítulos son de las pocas líneas justas para una imagen con diálogos. Unas cuantas frases breves bastan para describir días enteros, y escribiendo sólo lo esencial logra que deduzcamos lo que no se cuenta.

Para implantar en nuestro cerebro el entorno en que ha crecido Roberta sólo emplea una reiteración que suena como la marcha que marca el sonido de un tambor: "Llegan arriba chillando con gran alegría la tía Chiarina, la tía Riña, el tío Luigi, la tía Piera, la tía Jóle, el tío Mario, la tía Marie, la tía Annie, el tío Gino, el tío Guido, el tío Enrico, la tía Pinuccia con el tío Giampiero, la tía Marisa con el tío Carluccio, y la Tina, la Lia, la Mimí, el Annibale".

Esta es una de las primeras novelas que describieron aquel espacio y momento con ironía, con distancia, y además en el tiempo en que se ve una película. Cualquier occidental maduro se encontrará con un mundo reconocible. Roberta es una chica de Lodi y.... "Las chicas de Lodi, altas, guapas, con su piel espléndida y un apetito de hombre, cuando son listas pueden ser mucho más fuertes que las de Milán. Cuando son listas, amén de hermosos dientes y hermosos ojos y piernas largas y pelo magnífico, claro, tienen mucha tierra, al menos un par de miles de pérticas (quince pérticas son una hectárea); y, aunque un año el forraje ande escaso, otro año el precio del trigo esté fijado un poco demasiado bajo, o el arroz no rinda, o lleguen todos juntos unos impuestos de sucesión atrasados, por mal que vaya se tratará de renunciar a cambiar el Alfa Romeo para el verano, o de no comprarse un pellejo nuevo para el próximo Saint Moritz. Este es, en suma, el tipo de chica que vive buena parte del año en el campo, en esa gran casa próxima a la carretera, en el centro de una de las fincas del circuito entre Lodi, Sant'Angelo —de donde es la santa Cabrini, que era una tipa tremenda, y de hecho en la zona suele aún decirse como modismo «más malo que la Cabrini»—, Codogno, Piacenza y Casale, es decir, Casalpusterlengo, adonde se va al mercado dos veces por semana, los lunes y los jueves.

También ha vivido en Milán durante años, ha ido un poco al colegio, que plantó bastante pronto, aunque sin la soberbia de ciertas compañeras de colegio de determinadas viejas familias de Monza, que miran siempre de arriba abajo todo lo que es de Milán, porque se consideran más antiguas y más sólidas. También en Roma, varias veces, bastantes semanas, con un tío y una tía que pasaban siempre allí todo el invierno en un cuarto de hotel, por la salud y por el clima. En cualquier caso, entre el consabido Montenapoleone y el eterno Portofino conoce a distinta gente, y lo ha aprendido casi todo. Pero Milán, ahora, se lo saltan bastante. Llegarán allá ciertamente, para pasar el día y a lo mejor unos días, las chicas de Lodi, para ir a una gran modista o comprar chismitos maravillosos y carísimos para la cocina americana de San Babila; o llegarán junto con los hermanos y los amigos, y todos, el domingo por la tarde, para ir a San Siro, después una buena comilona en un estupendísimo sitio toscano donde además siempre se encuentra también a algún jugador, y por la noche acaso al cine. Pero desde hace unos años tienden a saltarse Milán, aunque a lo mejor aún tienen allá el apartamento o el abono de la sauna; puestos a viajar, la verdad da igual, cuando uno sale, pasar unos días en París o en la montaña en Suiza, o a lo mejor (aunque mucho más raramente) pasar unos días en Roma. Pero con fastidio. Con más frecuencia se marchan a Londres: su curso de inglés, y de todo, casi siempre lo han hecho allí. Y naturalmente de ahí sale esa afición suya a ciertas galletas, ciertos servicios de plata labrada, ciertos tés, ciertas librerías giratorias, y cierta marca de whisky, y cierta marca de jerez, amén, obviamente, de esa oleada de cachemira que ha acabado por conquistar incluso a los padres más fascistas, tras haber transformado a cualquier madre o tía con ese inverosímil conjunto llamado twin set.

De todos modos, a Milán lo miran ya siempre como una especie de pied-á-terre o de supermarket, considerándolo un poco desde arriba, cuando bajan a hacer shopping, pero con eso basta; nada más, nada de nada; ¿vivir allí todo el invierno?, no vale la pena; uno baja cuando lo necesita, si tiene muchas ganas..., hacia las once o hacia las cuatro..., pero da igual (se está mucho mejor) roncar en casa, en las grandes habitaciones llenas de sofás, en compañía de alguna amiga del lugar y de algún huésped extranjero o extranjera entre Londres y Saint Moritz y Montecarlo, y una tía cualquiera que cuando tiene ganas de meterse en la cocina sabe hacer de comer infinitamente mejor que cualquier Cordon Bleu toscano, y los chicos en la casa, qué bobadas de licenciatura, ocupándose del negocio. En contabilidad son buenísimas, hasta demasiado expertas en costos; vigilar el trabajo no les cuesta nada porque lo conocen bien desde que han nacido, han nacido dentro de él, y con los mozos del establo y con los chalanes en la plaza saben perfectamente cómo tratar, si a mano viene; y muchas veces, precisamente por la pasión por la tierra y el interés por el dinero, después de casadas vigilan mejor ellas el negocio que el marido".

Carlos López-Tapia

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