Mr. Pinkerton y el destape setentero

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¡Hola muchacho!

¿Cómo te va todo?. Llevo tiempo queriendo ir a visitarte, pero creo que lo mejor es esperar al 6 de enero, y así te llevo de regalo ese muñeco Hannibal Lecter a pilas que me pediste. Sé que es sólo de plástico pero, sólo con verlo, da como escalofríos… La verdad es que yo estas navidades tendré un recuerdo para Jose Luis López Vázquez. Sí, muchacho, López Vázquez lo ha sido todo para dos o tres generaciones de españoles. Un gran actor y, sin duda, un cómico de los pies a la cabeza. Y sé que los muchachos como tú veis esas películas de los 70 como algo rancio, algo de abuelas… pero debes saber que esas películas suponían como una manera de evadirse, de salir del cascarón para muchos que vivíamos en una dictadura recatada. López Vázquez demostró su calidad como actor en algunos dramas, pero yo nunca olvidaré su etapa en el cine de destape.

Qué cosas, muchacho. Nunca te conté cual fue mi primer caso oficial. Era yo muy joven, unos 20 años, y llevaba poco tiempo de aprendiz en la agencia de detectives de Amorós e Hijos, muy afamada en los años 70. Me llevé varios meses haciendo tareas menores, papeleos de oficina y, con suerte, acompañando a uno de los hijos de Amorós a alguna salida de seguimiento de personas. Poca cosa, pero era un primer contacto con esta profesión para mí, y había que pasar por ello. Pero llegado el verano del 78, los dos hijos se fueron de vacaciones, y Amorós me encargó mi primer caso: las misteriosas suecas del Hotel Don Pepe. Así que con 20 años imagina cual fue mi alegría al saber que iba a pasar una semana alojado en semejante hotel de la Costa del Sol.

PinkertonDestapeNoesbuenoqueelhombreestesoloResultaba que el director del hotel sospechaba de un grupo de jovencitas suecas ya que, siempre que estaban alojadas, ocurría un robo en las habitaciones de los huéspedes más adinerados. Pero nunca encontraban pruebas en su contra. Así que allá me fui, con mi inocencia y mis ganas de aventura. Aquello era el paraíso: un hotel lujoso, cerca del mar, con una piscina llena de bellezones… ¿qué más podía pedir?. La verdad es que me costó centrarme en el caso. Tuvo que llamarme Amorós con un cabreo descomunal para olvidarme del lujo y adoptar mi perfil más profesional. Las tres suecas sospechosas estaban alojadas cada una en una habitación distinta en diferentes plantas, y casualmente siempre estaban al lado de la habitación de un adinerado cliente. Estos clientes solían ser siempre igual: cincuentones con bigote, empresarios, adinerados, que se alojaban solos o bien con sus esposas, las cuales pasaban más tiempo en la piscina o de compras que acompañadas de sus maridos. Éstos solían pasar el tiempo en el bar del hotel, tomando Martinis y echando el ojo y alguna mano a las bellezas que solían rondar por allí.

Usando toda mi simpatía personal, hice amistad con el botones del hotel, el cual, tras beberse dos vodkas con naranja a mi cuenta, me confesó que las suecas le daban una buena propina si él les decía las habitaciones donde se hospedaban los magnates. Tras dos vodkas más, conseguí que el botones me dejara entrar en la habitación de una de las suecas, la que parecía ser la jefa del meollo. Se llamaba Ingrid, y si no era Miss Mundo, poco le faltaba para serlo. Observé con detenimiento su habitación. En el armario tenía un par de modelitos de las firmas más importantes, zapatos de lujo y una maleta enorme, demasiado grande para la escasa ropa que traía. En un cajón descubrí que tenía dos pasaportes (falsos, por supuesto) y otro cajón lleno de lencería fina. A esto que escuchamos un ruido de pasos y la puerta que se abría. Rápidamente nos escondimos el botones y yo bajo la cama, y allí nos pasamos dos horas sin poder salir, pues Ingrid vino acompañada por el dueño de una exitosa empresa de lavadoras y por lo visto (y oído) tenían bastante afinidad y complicidad entre ellos, ejem…

PinkertonDestapePiscinaHotelDonPepeDurante el acto sexual, ella no paraba de hacerle preguntas relativas a su poder adquisitivo y el empresario, obtuso, no tenía reparos en cantarle su lista de propiedades, cuentas bancarias y joyas familiares… joyas que, algunas, estaban en su habitación, pues su mujer se engalanaba con ellas en las cenas lujosas con sus amistades. El empresario le dijo que al día siguiente no iban a poder verse, ya que tenía organizado una visita a las cuevas de Nerja. Me pareció ver cómo le salía un brillo del ojo derecho de la sueca, ya que su picardía le hizo ver que era la ocasión ideal para hacerse con las joyas.

Averiguado aquello, llamé a Amorós y me dijo que cogía un avión y se iba para Marbella, ya que quería resolver el caso él mismo. Aunque no paró de halagarme por cómo llevaba el caso, la verdad es que me sentí defraudado por no poder ser yo mismo quien lo resolviera. Esa noche me fui al bar del hotel, y empecé a pedirme tintos de verano sin darme cuenta de que a partir del tercero mi mente dejaba de funcionar como era debido. Se ve que mi presencia debió de inquietar a las suecas, y una de ellas, Anita, se vino hacia mí de forma lujuriosa. Me invitó al cuarto tinto de verano, y empezó a usar sus artes amatorias para llevarme a su particular huerto. Sus palabras con ese acento sueco eran como un canto de sirenas para mí. Ya ves, muchacho, un pipiolo Mr. Pinkerton, casi imberbe aún, con pocas conquistas sentimentales, abducido por los encantos de una rubia explosiva de ojos azules turquesa.

PinkertonDestapeHabitacionanos70Ella no paraba de preguntarme que qué hacía yo allí, que si era muy joven como para viajar solo, que por qué había hecho tanta amistad con el botones… Anita, tras el quinto tinto de verano, me prometió el oro y el moro de sus más sensuales encantos, y me llevó a su habitación. Lo que no podía esperar era que la buena de Anita iba a sedarme, atarme y cuasi amortajarme para que ellas pudiesen llevar el robo con tranquilidad en la habitación del empresario de lavadoras.

Sí, muchacho, vaya novatada. De todo se aprende, y en ese primer caso mío aprendí a desconfiar de todo lo bueno que se me viene sin merecerlo. ¿Cómo pude llegar a creerme que yo tenía encantos suficientes como para acaparar la atención de aquella diosa de rubias melenas?. Menos mal que Amorós llegó esa noche y, como yo ya le había informado de todo, él mismo se encargó de seguir a Ingrid y sus secuaces y justo cuando ella tenía en sus manos las joyas de la mujer del empresario, hizo entrar en la habitación al personal de seguridad del hotel, y allí fueron apresadas. A mí me encontraron al poco tiempo dentro del armario de Anita, semidesnudo, atado y con un pañuelo tapándome la boca. Muchacho, vaya lección de vida…

¡Saludos!

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