Mr. Pinkerton y los indignados de cine

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¡Hola muchacho!

¿Cómo te va en este verano tan extraño? Me han dicho que te han instalado un minigolf en la celda como premio por tu buena conducta las últimas semanas. Yo te escribo ahora desde mi hotel favorito en Zahara de los Atunes. Sí, muchacho, me he merecido unas buenas vacaciones, y aquí estoy, disfrutando de unos baños de mar impresionantes y de un buffet desayuno que es totalmente pecaminoso. ¿Sabías que tienen a una persona únicamente para realizar tortitas?. Yo he tenido varios casos veraniegos, pero el más llamativo fue el que te voy a narrar a continuación. A finales de Mayo me llegó una nota a mi despacho en la que me citaban a las 12 del mediodía en la sección de libros de cine de la FNAC. No sabía a quién me iba encontrar, pero allí me presenté con mi habitual curiosidad. Mientras ojeaba un libro sobre la Guerra de las Galaxias, un sujeto se acercó y a mí y me dijo que le acompañara. Y así hice, y llegamos hasta los baños del último piso; entonces vimos el panorama y retrocedimos hasta la sección de libros, y allí decidió contarme qué es lo que quería: “Mr. Pinkerton, mi jefe precisa de su ayuda: su hijo, Nicolás, de 20 años, se ha metido en eso de los indignados del 15-M. Su labor consiste en infiltrarse en la Plaza del Sol y rescatarlo de ese movimiento, que dentro de nada tiene los exámenes de la carrera de Económicas”. Decidí aceptar el caso, pero no por querer fastidiar al pobre Nicolás su episodio de rebeldía, sino más bien por conocer por dentro qué estaba ocurriendo en la Plaza del Sol en esos días convulsos de finales de Mayo e inicios de Junio. Así que me fui a casa, me vi “Batalla en Seattle” para motivarme un poco y, como Jane Fonda en “Todo va bien”, me dispuse a introducirme en el meollo de la concentración para hacer mi propio estudio sociológico y, de paso, buscar al pobre Nicolás, el cual estaba en edad de sentirse rebelde, aunque al chico no le faltaría nada en casa.

Llegué a Sol, y me encontré un auténtico poblado dentro de la céntrica plaza madrileña. Fui con mis vaqueros, mi mochila y mi saco de dormir; busqué un hueco entre tanta gente, y allí me aposté, justo al lado de una pareja de mediana edad con cara de enfadados que parecían Susan Sarandon y Tim Robbins en la gala de los Oscar de 1993. La gente comenzó a gritar en alto frases reivindicativas, como “¡noooo hay pan para tanto chorizo!”, o “¡maaaanos arriba, esto es un contrato!”, o “¡noooo nos mires, úuuunete!”. A mí se me escapó un “¡Meeeenos Torrente… y más cuenta corriente!”… pero la verdad es que nadie pareció escucharme. Después de varias horas hice amistad con la pareja, y acabamos cenando juntos en el McDonald de enfrente. Pasé la noche al raso, como todos los demás. Muchacho, ¡no dormía en un saco de dormir desde mi época de boy scout!. Como puedes imaginar, amanecí baldado, pero allí todos mantenían el buen ánimo. Dediqué la mañana a observar las pancartas que decoraban la plaza. De repente me acordé de las manifestaciones en las películas americanas… Muchacho, ¿te has fijado que allí lo que hacen es coger cada manifestante un madero con un eslogan y dar vueltas en círculo?. Siempre me ha parecido un poco ridículo, es como si no les dejaran pisar más baldosas de la acera… Después de un buen rato, me acordé de que tenía un caso entre manos, así que saqué la foto de Nicolás y fui enseñándosela al personal, por si alguno le conocía. Le pregunté como a doscientos indignados, y tampoco le vi entre ellos. Supuse que o bien se había disfrazado para no ser reconocido, o bien se había escapado a las Bahamas. Pero algo me decía que el chico estaba allí, reivindicando sus derechos como joven español que era.

Empecé a imaginar su cara con barba de varios días, y quizás un sombrero. Pensé que seguramente estaría con un chico y una chica, formando un trío de aventuras revolucionarias como el de “Soñadores”. Mi búsqueda comenzaba a ser un fracaso, y el sirviente del padre del chico no paraba de llamarme para conocer los resultados de mi investigación. Al cabo de unas horas, mientras todos los presentes realizábamos el conocido como “grito mudo”, me di cuenta de que había batido mi record de tiempo sin ducharme. Así que hice pellas y me fui a mi casa a darme un señor baño y asearme como era debido. Al acabar, me fui a la salita a tomarme un sándwich mientras veía el Telediario, y entonces… ¡le vi!. ¡Sí, muchacho, era Nicolás!. Y no creas que estaba muy cambiado respecto a su imagen en la foto. Vestía de negro, con patillas largas y un sombrero bombín a lo Sabina. Le vi junto a una de las farolas a pocos metros de la urna de cristal de los Cercanías. Envolví el resto de mi sándwich en papel de plata y me fui corriendo veloz hacia Sol, galopando por Madrid como Woody Allen por “Manhattan” queriendo encontrar a Tracy. Yo, a su vez, y atravesando a la muchedumbre, me sentí un poco como ese Charlot que de repente se ve envuelto en una manifestación en “Tiempos modernos”. Y entonces, mientras alargaba el cuello para intentar dar con el chico, noté unos golpecitos en mi espalda, me giré, y vi al mismísimo Nicolás, el cual me dijo: “Así que usted es el tipo que ha contratado mi padre para sacarme de aquí, ¿no, amigo?”. Le respondí con un sincero “así es”. Y me dijo: “Pues dígale a mi padre que ya puede mandar a toda Scotland Yard, que yo no me muevo de aquí”.

Muchacho, vi en sus ojos sinceridad. Me di cuenta de que él, quizás no todos, pero al menos él, sí estaba allí sabiendo lo que hacía. Entonces me di cuenta de que yo no era nadie, y ni siquiera su padre, para impedirle seguir manifestándose. De forma que le dije que no se preocupara, que alegaría un atague agudo de gota para no seguir con el caso. Al rato decidí dejar la concentración; la verdad es que yo soy muy comodón y, al fin y al cabo, la plaza estaba abarrotada, así que uno menos no se iba a notar. Regresé a casa caminando y pensando, y a mitad de camino llamé a Marga para anunciarle un aumento de su sueldo de un 10%.

¡Saludos!

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