capítulo 4 - Fiesta

 

Se va la caja andante y yo pienso en «La bola de cristal». Mientras me siento en la única mesa libre de la terraza y ordeno una cerveza bien fría, «La bola de cristal» me lleva a la movida, la movida al rollo y el rollo al final de la dictadura. «Movida promovida por el ayuntamiento» canturrea mi mente y yo dejo que la memoria viaje…

Cuando Pedro les dijo a sus padres que se iba a Madrid aún no tenía dieciocho años. Don Antonio amenazó con llamar a la Guardia Civil. Toda la vida trasladando pellejos de vino en mula para que, a la hora de la verdad, al niño le diera con que se iba. La hora de la verdad: Pedro había terminado el Bachiller Superior y sus padres le habían conseguido trabajo como administrativo en la sucursal de un banco. Y él que se iba. Así, sin más, a la aventura. Que si le gustaba escribir, decía. Que si estudiar Filosofía y Letras, «y también cine, padre, me gusta el cine».

—¿Qué es eso de estudiar cine? Y para filosofía, ¿no tienes bastante con el día a día?

—Me pienso ir, quiero hacer mi vida.

—¿Tu vida? Tu vida está aquí.

—Mi vida está donde yo elija.

—¡Tu vida está donde yo te diga!

—No voy a quedarme.

—Ya lo veremos.

—Lo veréis vosotros, yo me voy.

Cuando le mentaron a la Guardia Civil, Pedro dijo que adelante, que la llamaran, que eso no iba a cambiar sus planes. Finalmente hubo un pacto. Pedro podía irse si estudiaba las oposiciones a Telefónica, «porque los dineros de algún sitio tendrás que sacarlos, hijo» le razonaba doña Paca.

Y por fin, un día, salió del pueblo. Se fue en tren, al amanecer. Mientras atravesaba el paisaje extremeño se prometía no volver jamás. Iba muy contento hasta llegar a Madrid. Porque la ciudad le recibió con su cara más gris. Edificios enormes, sucios, un extrarradio miserable, cutrez. Gente de mal humor y con prisa. El segundo recuerdo fue el metro, ese olor húmedo y dulzón (…) Por la noche, mientras paseaba, miré el cielo de reojo, encontré amenazadora su ausencia de estrellas. Nada que ver con lo que se había imaginado de niño, cuando su madre les contaba que, una vez, había estado en Madrid paseando por la calle de Alcalá. Ella lo pintaba como un sueño de princesas. «Mi madre me transmitió la idea de un Madrid legendario y yo me lo imaginaba como una de esas ilustraciones de las enciclopedias que tanto me gustaban. Creía que vivir en Madrid era algo así como vivir en los decorados de la emperatriz Sissí,» cuenta, y todavía se le encienden los ojos al recordarlo. Pero no. Casi se asfixia.

Puedo verlo pasear después del viaje, entre cemento, en la oscuridad de la noche, lleno de sueños y ganas de ser Él pero mirando al cielo de reojo. El principio de todo. La oscura boca de la aventura. Puedo verlo ensimismado en el sonido de sus zapatos y aún más en el futuro, en la incertidumbre pero también en su propia certeza. Puedo verlo dando vueltas a la manzana, memorizando señales para no perderse. Puedo verlo esa noche, a la hora de dormir, a oscuras con los ojos abiertos, las sábanas por el cuello y las manos cruzadas en el pecho. «Bueno, aquí estoy» se dice ese chaval de dieciséis años.

 

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Era 1968, la España yeyé de Conchita Velasco, Dúo dinámico, Karina y el Porrompompero de Manolo Escobar. La España del cine de boina, que dice Pedro. La España de Los brincos, Los relámpagos y Los bravos. «Bonanza» arrasaba en la tele y el Cordobés en los ruedos y fuera de ellos. Llegaban el bikini, el Brandy 103 y el reloj Omega. Che Guevara moría asesinado, García Márquez publicaba Cien años de soledad y Mike Nichols se llevaba el Oscar al mejor director por El graduado.

Censura. Pobreza. La Escuela de Cine había sido cerrada por ser «un nido de rojos y comunistas» y Pedro no tenía suficiente dinero para matricularse en la Facultad de Filosofía. De sus dos sueños, ni uno ni otro. Sólo le quedaba una cosa que hacer: descubrir Madrid, conocer gente y divertirse.Sobrevivió a base de trabajos sueltos y frecuentó los garitos clandestinos de una juventud que no se resignaba al estancamiento.

 

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24 de enero de 1969, para «luchar contra las acciones minoritarias sistemáticamente dirigidas a alterar la paz española y a arrastrar a la juventud a una orgía de nihilismo y anarquía» se decretaba el estado de excepción en toda España. «La defensa de la paz, el progreso de España y los derechos de los españoles obligan al gobierno a suspender los artículos del fuero de los españoles que afectan a la libertad de expresión, libertad de residencia, libertad de reunión y asociación, así como el artículo 18, según el cual, ningún español podrá ser detenido, sino en los casos que prescriben las leyes.»

Sería en vano, el desorden establecido tomaba en secreto sus primeras copas y la suspensión de libertades espoleaba las ganas de hacer cosas nuevas. Como todo estaba prohibido, la creatividad underground era muy fuerte. Y Pedro, en el pueblo, llevaba años siendo un experto clandestino. Aunque en apariencia no fuese así, el caldo de cultivo le era propicio.

 

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Hizo la mili, aprobó las oposiciones y viajó a Londres para empaparse de lo que sucedía en el mundo. Sus ganas de contar historias lo condujeron a ElVíbora, un cómic alternativo, y, con el primer sueldo de Telefónica, se compró una cámara de Súper 8.

Pedro empezaba a ensayar con el cine. Franco agonizaba. El Generalísimo escribía su testamento y Pedro el guión de Dos putas. Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante Su Inapelable Juicio, pido a Dios que me acoja benigno a Su presencia, pues quise vivir y morir como católico (…) Una prostituta está dando vueltas por el campo, quejándose de que por aquello del amor libre de los hippies tiene poco trabajo (…) Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera por tales. (…) Un hada se le aparece y promete ayudarla. Sale a la carretera y con su varita mágica detiene a varios coches. De esta forma consigue llevar a un montón de chicos a la puta (…) En el nombre de Cristo me honro y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir (…) Al poco tiempo, la cola va desapareciendo, va empequeñeciéndose hasta que la puta se da cuenta de que ha aparecido una de su misma condición que le está robando los clientes (…) Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre (…) Se quita al chico que tiene encima en ese momento y se va histérica hacia la otra. Pero al mirarla descubre que le encanta. Se le acerca, se abrazan y se van a follar al campo (…) No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros, y para ello deponed, frente a los supremos intereses de la Patria y del pueblo español, toda mira personal (…) A los clientes no les hace ninguna gracia y, al aparecer el hada, quieren lincharla. Entonces, ella les dice que aquellas chicas acaban de descubrir el amor y que si ellos se miran los unos a los otros también lo descubrirán (…) No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria (…) Así lo hacen, y se dan cuenta de que están enamorados entre sí (…) Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte: ¡Arriba España! ¡Viva España! (…) Al final, todos asisten a la boda de las putas, que se casan de blanco.

Por entonces, la vanguardia cultural estaba en Barcelona. Pedro entabló contacto con ellos y, muy a menudo, se acercaba a presentar películas de Súper 8 en pequeños clubes. Sus cortos causaban comentarios en voz baja. No gustaban. Eran demasiado narrativos. La moda era hacer cosas al estilo del movimiento Fluxus y de Warhol. Colocar una cámara y dejar que sucedieran cosas. Pedro no estaba dispuesto. Le aburría. Pedro quería reinterpretar la realidad. «Eso es precisamente lo que me interesa en el cine: algo que habla de la realidad, que es verdadero, pero que tiene que convertirse en una representación de la realidad para que pueda percibirse (…) Lo que me interesa es esa parte de artificio.»

—Hacer de uno mismo no es igual que ser uno mismo, —dice Carmen Maura en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón.

Pedro quería intriga, humor y trasgresión. Desahogarse. De ahí surgieron Dos putas o historia de un amor que termina en boda, Film político, La caída de Sodoma, Homenaje, El sueño o la estrella, Blancor, Sea caritativo, Las tres ventajas de Ponte, Sexo va, sexo viene, Complementos, Salomé y Folle… Folle…Fólleme… Tim.