Edison pronosticó un mercado en el cual alguna sala o lugar público tendría hileras de maquinas de kinetoscopio para que cientos de personas pudiesen divertirse. Después de todo, había cientos, y muchos más, que querían diversión, o una oportunidad de avivar su curiosidad. Y si no obtenían “diversión”, podían causar estragos, pisoteando el orden y el negocio.

Pero el “error” de Edison requiere un comentario más extenso. Me pregunto si su salto adelante no estaba inutilmente modelado sobre la experiencia de leer, porque se basaba en la concentración individual. Un lector echa un vistazo a las líneas y a la página y puede hacer una pausa, repetir una frase o dejar que el significado penetre en él. Él o ella está al mando, o tiene esa sensación. La comprensión del lector determina la velocidad de la experiencia, o incluso su continuación, y todo lo que está ocurriendo estimula la noción de una percepción privada. Por su propia naturaleza, leer significa que estamos solos, dependemos de nosotros mismos, entregados a la validez de nuestra identidad única.

 Durante un momento en la historia, un peligroso momento, el cine nos ofrecerá una alternativa; dirá: «¡Podríamos estar todos juntos!»

 Podría decirse que un centenar de estudiantes en el mismo espacio (un aula de exámenes), leyendo su propia copia de un mismo texto están leyendo “juntos”. Pero, en realidad, todas las lecturas están avanzando a velocidades o capacidades ligeramente diferentes. Los cien están (o no) atendiendo al mismo libro, pero la experiencia sigue siendo solitaria.

 Tomemos a esas mismas cien personas y llevémoslas a un cine (no importa lo primitivo que sea) y algo ha cambiado. La atención puede variar. Algunos pueden cerrar los ojos; algunos pueden pensar en otra cosa; algunos pueden evocar otros modos de desafiar o resistirse a la experiencia de grupo. Pero la película está en marcha; la luz de la pantalla baña a todo el mundo; la “lectura” o la representación de la película no puede pararse o ralentizarse o ajustarse al ritmo individual. No hay parada o repetición. Más o menos, los cien están obligados a tener una experiencia compartida. Esto es absolutamente fundamental para la belleza y el arte (e incluso para la maravilla social) de lo que llamamos “cine”.

 Pero entonces consideremos que la dirección errónea de Edison duró sólo unos cincuenta años. En las décadas de los 40 y 50, la experiencia cinematográfica se vio desafiada por la televisión, donde muchas circunstancias edisonianas fueron restauradas. La gente la veía en sus casas; a veces en grupos familiares, pero frecuentemente solos. Al mismo tiempo, sabían, por ejemplo, que los lunes a las 9 de la noche “todo el mundo” estaba viendo, o tenía la oportunidad de ver, Te quiero, Lucy. Pero aun así, la experiencia no era realmente compartida hasta el día siguiente, cuando los extraños hablaban amigablemente sobre momentos del mismo programa. Al principio, la televisión no ofrecía ningún modo de parar o repetir el programa, pero después llegó la cinta de vídeo. Y de muchas otras formas, la soledad a la que Edison se adhirió con el kinetoscopio fue restablecida por la televisión.

Lo que se deriva de esto es la posibilidad de que el cine fuese una especial y efímera calle lateral, radiante y socialmente estimulante, pero no duradera. La gran maravilla que estamos analizando aquí puede haber empezado a morir hace algún tiempo.