A finales de los setenta, Benjamin
Melniker y Michael Uslan
compran los derechos del personaje con la esperanza de llevar a cabo una
superproducción cinematográfica de Batman, debido al
éxito del Superman de Richard Donner con Christopher Reeve. A Melniker y Uslan se les unen los productores John
Peters y Peter Guber, a pesar de las reticencias de los primeros, porque
entonces quedan como meros productores ejecutivos, con muy poco que aportar a
la película.
Deciden que la película se basará en las historias de Englehart y Rogers e incluso contratan al guionista para
que escriba los primeros apuntes, y lo primero que hace es quitarse de encima
al compañero del Hombre Murciélago. “Yo no tenía nada que hacer con Robin en esta película”, confiesa Englehart.
“Sentía que ya había demasiadas cosas por meter y que todo quedaría
simplificado si nos librábamos de Robin. Propuse que
la película abriera con Batman y Robin
peleando contra quien fuera en un callejón y a los cuarenta y cinco segundos de
metraje alguien se daba la vuelta y le volaba los sesos a Robin.
Lo hice por dos motivos: primero, porque creía que era lo apropiado y segundo,
porque imaginé que así todos los críticos empezarían su reseña diciendo: ‘¡Esto
no es la serie de televisión, han matado a Robin!’”.
En este esbozo hacen acto de presencia Rupert Thorne, Silver St. Cloud,
James Gordon y todo el ambiente de sus cómics. Los productores, a pesar de tener la misma idea que
Englehart sobre que esto no es la serie de
televisión, prescinden de su proyecto en un principio y contratan a Tom Mankiewicz, guionista de varias películas de Bond y asesor de Richard Donner
en Superman, cosa que inspira confianza en Peters y Guber. El problema es que el guión de Mankiewicz
es demasiado parecido a James Bond, no capta la
esencia oscura del Hombre Murciélago.
Los productores se rompen la cabeza pensando en qué
director podría darles una alegría. Barajan nombres como Ivan
Reitman (Cazafantasmas, 1984) o Joe Dante (Gremlins, 1984), que acepta en un principio. Al poco tiempo
renuncia al proyecto. “Estuve a punto de dirigir Batman”,
explica Dante. “Warner Bros dijo que querían que la
hiciera yo. Ivan Reitman y
otros lo habían intentado y todos se habían echado atrás. Leí el primer guión
de Tom Mankiewicz. Era una película tipo James Bond. Me gustaba mucho el Joker.
Pensé que era muy divertido y me encontré involucrándome en la película debido
a que me gustaba el Joker. De pronto una noche me
despierto y digo: ‘No puedo hacer esta película. ¡No creo en Batman, sólo en el Joker! Quien
vaya a hacerla tiene que creer en Batman. Tiene que
creer en Bruce Wayne, en que es rico y vive en lo
alto de una colina con un crío’. Me pareció que esa idea estaba desfasada y no
me la tragué. Fui a Warner Bros y dije: ‘No puedo
hacer esta película, creo que necesitáis a alguien que crea en Batman’. Por supuesto a Warner Bros
le daba igual si yo creía o no en Batman, sólo
querían que rodara la película, pero no podía”.
Con un guión de Mankiewicz
que no convence a nadie por ser un James Bond con capa,
unos esbozos aprovechables de Englehart y sin
director, la Warner Bros se ve inmersa en un túnel
sin luz al final. Peters y Guber
prosiguen con la búsqueda de un director que crea en Batman.
Julius Schwartz lleva quince años editando Batman. Ahora, a principios de 1979, se le ofrece la posibilidad de encargarse sólo de la edición de los títulos de Superman. No necesita pensarlo mucho para acceder gustosamente, ya que nunca le atrajo la idea de editar al Hombre Murciélago. Aún así, su etapa ha sido más que fructífera gracias al talento de Carmine Infantino, Dennis O’Neil, Neal Adams, Steve Englehart y Marshall Rogers. Es recordado como el editor que consiguió salvar a Batman de la cancelación inminente en 1964.
…
Se acerca 1989. Batman va a cumplir cincuenta años. Los productores Benjamin Melniker, Michael Uslan, Jon Peters y Peter Guber deciden que de este
año no pasa. Han de conseguir llevar a buen puerto el proyecto de película de Batman con el que trabajan desde hace diez años. Sin guión
definido, sin director, andan desesperados. Cuando la esperanza está perdida y
el proyecto va a cancelarse, aparece ante ellos el nombre de Tim Burton.
Burton (1958)
es un joven director que ha tenido relativo éxito con la cinta Pee-Wee’s Big
Adventure. Los productores ven en él un director con
una visión muy personal de hacer cine y deciden probar suerte, aunque Burton no
tenga nada de experiencia en grandes superproducciones.
Le dejan el
guión que realizó Tom Mankiewicz para ver su opinión.
“El primer tratamiento de Batman era básicamente
Superman”, recuerda Burton. “Sólo se habían cambiado los nombres. La historia,
que seguía a Bruce Wayne desde su infancia hasta sus
comienzos en la lucha contra el crimen tenía el mismo tono jocoso. No admitía
la esencia monstruosa del personaje ni el hecho de que era un hombre que se
camufla tras un disfraz. Se limitaba a explicarlo como si eso fuera algo que se
hace, así, sin más. No se puede hacer eso. Este guión hizo que me resultara más
obvio que no se podía tratar a Batman como a Superman
o como en la serie de televisión, porque es un tipo que se viste de murciélago
y, digan lo que digan, eso es muy raro. Si se quiere hacer algo brillante y
ligero, se puede hacer Superman pero no Batman”. A
pesar de comprender tan bien la esencia de ambos personajes, Burton nunca había
leído un cómic ya que: “Jamás supe cuál eran las historias que se suponía tenía
que leer, aunque la imagen de Batman y el Joker siempre me ha encantado”.
Burton, junto
a su compañera Julie Hickson,
escribe otro borrador cuando Sam Hamm
entra en el equipo como guionista e, inmediatamente, lee los tratamientos
previos. Nadie tiene ni idea de qué paso dar. “La idea de todo el mundo era que
estábamos ante el último intento de salvar un proyecto condenado”, explica el
guionista. “Nos lo tomamos como una licencia para hacer lo que quisiéramos”. Hamm, gran conocedor de los cómics
y fan del Batman oscuro de Finger
y Kane, comienza a escribir un guión completo que
satisfaga a la productora. Su entendimiento con Burton no puede ser mejor:
ambos contemplan a Batman como un individuo
analizable psicológicamente, con lo que ven la posibilidad de explotar el
núcleo de la película: insinuar más que mostrar. Enseñar que Bruce Wayne no está muy bien, que algo le corroe desde dentro,
pero sin explicarlo desde el principio. Ambos se reúnen todos los fines de
semana para trabajar. Creen que tienen algo muy bueno con lo que comenzar, pero
Warner Bros no quiere aventurarse hasta comprobar la
rentabilidad de Bitelchús (Bettlejuice,
1988), la última película de Burton. En ese momento se decide todo: si triunfa,
Burton se queda. Si no, habrá que continuar la búsqueda.
Bitelchús se estrena, se ven los resultados y Burton se
queda. Con él como director todo comienza a ir bien. “Hasta que no conocimos a
Tim Burton las cosas no empezaron a encajar”, confirma Jon Peters.
El director decide ir a rodar lejos de EEUU, en los
estudios Pinewood de Londres, ya que no aguanta la
presión de los medios.
Las herramientas
básicas a la hora de construir los pilares de la película son el Dark Knight y The
Killing Joke. Burton y Hamm usan ambas obras e incluso crean referencias en el
guión, como las perlas de Martha Wayne, la mención de
Corto Maltese o que Joker
nazca al caer a un tanque con ácido. El tono gótico y oscuro se convierte en
dominante. Quieren hacer olvidar a la gente el Batman
de Adam West.
El primer
borrador realizado por Steve Englehart
hace una década le sirve a Burton para confeccionar el resto, aunque no sin
cambios. Englehart menciona a Silver
St. Cloud y Rupert Thorne. Ambos personajes
llevan años sin aparecer en el cómic, así que se sustituyen por Vicky Vale y Carl Grissom. La primera porque
es la novia que más veces ha aparecido en el cómic y el segundo como creación
igual a Thorne pero con otro nombre. Otro gran
personaje es Gotham, descrita en el guión original
como una ciudad “con ángulos puntiagudos, sombras incómodas, superpoblada, sin
ventilación, una combinación de acero y cemento, como si el Infierno hubiera
hecho erupción a través de las aceras y no dejara de crecer”.
Para llevar a
cabo la construcción de esta claustrofóbica ciudad, Burton contrata a Anton Furst (1944-1991), un
diseñador de producción brillante. Tras los diseños se pasa a la construcción.
Doscientos especialistas trabajan turnos de doce horas durante seis días a la
semana para llevarlo a cabo. Se erige como uno de los decorados exteriores más
grandes jamás construidos. Treinta kilómetros de andamio tubular refuerzan las
construcciones. Los estudios Pinewood al completo se
convierten en Gotham durante cuatro meses.
El estudio D
de Pinewood se prepara para acoger la Batcueva. Sus cinco mil metros cuadrados se convierten en
una grieta enorme de la que proceden columnas de piedra alrededor de las cuales
se crean bases para sostener el equipo técnico de Batman.
“Para el Batmóvil queríamos que hubiera violencia,
amenaza y toda la intimidación que provoca el personaje dentro del coche”,
explica Furst. “La parte delantera y la posterior fueron
tomadas de los actuales aviones a reacción. Está armado con un par de
ametralladoras Browning ocultas encima de la caja del
volante, un garfio de agarre lanzado a presión y quemadores traseros”. En ocho
semanas el Batmóvil cobra vida, con seis metros de
largo y con un peso de tonelada y media. Una auténtica preciosidad que pasa a
ser la imagen arquetípica con la que el público relacionará al Batmóvil. Ya sólo falta encontrar el reparto adecuado.
Para Batman se nombran actores como Mel Gibson, Charlie Sheen o Pierce Brosnan, pero el director tiene plena confianza en un solo
hombre: Michael Keaton. Keaton (1951) se caracteriza como actor de comedia y la
decisión de Burton viene de su trabajo conjunto en Bitelchús.
Con semejante curriculum, los fans del personaje
comienzan a clamar al cielo. Incluso Bob Kane se une
a las quejas: “Había imaginado al Batman de la
película semejante a mi personaje de cómic. Mientras mi héroe medía 1’90 y
tenía la mandíbula de piedra, Keaton no pasaba del 1’75 y tenía complexión
ligera, sin rasgos pronunciados. Estaba muy lejos de la imagen clásica del
guapo y gallardo propia de un joven Cary Grant que yo
había imaginado para Bruce Wayne”.
La
disconformidad es notoria, se hacen llamamientos a DC y Warner, se les inunda
de cartas pidiendo que Michael Keaton no sea Batman,
pero Tim Burton tiene las ideas muy claras: “No hay nada más que decir salvo
que me siento muy cómodo con la colaboración de Michael. La reacción de los
fans es una respuesta superficial”. Burton ve en Keaton algo que nadie más
parece ver, algo que le convierte en el Batman
perfecto. “Es de esos tipos a los que puedes ver vestido con un Bat-traje”, explica el director. “Lo hace porque lo
necesita, porque no es un macho gigantesco y fornido. Convertir a Michael en Batman remarca el tema de la doble personalidad, que para
mí es de lo que realmente trata la película”. Según Burton, Keaton parece tener
algo en sus ojos que conseguirá convencer a todo el mundo. El actor comprende
que lo hayan elegido porque tiene en mente la serie de los sesenta, con lo que
el tono cómico está asegurado. “Después de leer el guión y de que Burton me
pasara el Dark Knight
comencé a comprender que iba a darle otra imagen al personaje”, explica Keaton.
“Me hice una idea muy clara de lo que era Batman,
pero temía que nadie más la compartiera conmigo. Mientras se la iba contando a
Tim, él no paraba de afirmar con la cabeza y de emocionarse cada vez más.
Cuanto más hablábamos de ello, más nos convencíamos de que íbamos en la misma
dirección. Lo que parece que nadie entendiera era que la clave no estaba en Batman. Estaba en Bruce Wayne”.
Bob
Kane propone a Jack Nicholson como Joker. Warner desecha otros nombres que le rondaban la
cabeza, como Robin Williams,
Steve Martin o Peter O’Toole, y accede a intentarlo con Nicholson. El
actor, tras conseguir cambios en el guión, acepta. En calidad de estrella, su
sueldo asciende a números de vértigo para la época, además de poder asignarse
qué horas trabajar y gozar de fiesta los fines de semana. El loco por
excelencia del cine gracias a El resplandor (The Shining, 1980) promete un Joker
brillante. Los fans no se quejan, bien porque les parece correcto o porque
están demasiado ocupados intentando echar a Keaton del proyecto.
Sean Young es contratada como Vicky Vale gracias al éxito de su
participación en Blade Runner
(1982). Un accidente durante el rodaje le impide continuar. Su sustituta es Kim Basinger, aunque en un
principio se tantea a Michelle Pfeiffer, pero es rechazada por su recién
terminada relación con Keaton. Basinger, que goza de
un gran éxito por Nueve semanas y media (Nine ½ Weeks, 1986), posee una belleza pulp
inigualable. A Alfred, el Comisario Gordon y Harvey Dent los cubren Michael Gough, Pat Hingle y Billy Dee Williams respectivamente. Éste
último se frota las manos pensando en su futura interpretación como Dos Caras.
El diseño de
vestuario pasa a cargo de Bob Ringwood, el cual crea
una armadura para hacer más real a Bruce Wayne:
necesita protección porque a este héroe no le rebotan las balas. Ante las
quejas de los fans, la Warner trama una ofensiva inteligente: contratan a Bob Kane como asesor. “Fue algo muy astuto”, declara Furst. “Si a los medios de EEUU
les llega la idea de que el diseño ha sido ratificado por el creador, es muy
difícil que haya quejas. Si Kane acude a los medios
diciendo que el concepto ha sido brillantemente interpretado, las quejas de los
fans dejan de tener sentido”. Uno de los motivos por los que Kane acaba tan complacido con todo, dejando aparte el hecho
de que el equipo de Burton está haciendo las cosas bien, es porque al haber
guardado los derechos del personaje desde su creación, recibirá un tanto por
ciento de los ingresos del merchandising producido por la película. Se planea
darle un cameo, pero una gripe le impide aparecer
como dibujante en el periódico de Gotham, papel que
entonces asume un extra, pero cuyo dibujo lleva la firma de Bob Kane.
Comienza el
rodaje. Y con él, la pesadilla. Burton padece un resfriado durante toda la
producción que le hace estar más dormido que despierto. Hay reescrituras del
guión cada día, con cientos de técnicos parados sin saber qué hacer porque el
guión ha cambiado y todavía no lo han recibido. Uno de esos cambios suprime una
referencia a Dark Knight
camuflada en una escena en la que Joker secuestra a
Vicky cuando va a su apartamento y Batman los
persigue montado en un caballo que toma prestado a un policía.
La Warner
contrata a Warren Skaaren y
Charles McKeown para que repasen el guión, en un
claro intento por controlar el proyecto dada la desconfianza depositada en el
director. “Lo peor de Batman”, recuerda Burton, “fue
que se produjo una auténtica presión por mejorar el guión... cuando ya
estábamos rodando. Nicholson me ayudó mucho cada vez que surgía un problema. Se
comportó de una forma muy atenta y tranquilizadora”. Una vez filmada la cinta,
la Warner consigue a Prince para que componga
canciones con las que vender muchos discos. Burton por su parte acude a Danny Elfman, excelente
compositor que ofrece una sintonía definitoria para Batman.
El impacto
mediático de la película afecta a los cómics sobre
manera. Jim Starlin no
aguanta más y decide abandonar la serie: “La película estaba a punto de
estrenarse y en DC estaban histéricos. Resulta difícil mantener la tranquilidad
cuando tienes docenas de ejecutivos que te las hacen pasar canutas y no hacen
más que sugerirte ideas. Se estaba convirtiendo en un producto colectivo y eso
nunca funciona”. O’Neil aprovecha y saca al mercado una novela gráfica para
rentabilizar la Batmanía que se avecina. Arkham Asylum es un relato de
locura centrado en el interior de la mente de Batman
y de todos sus enemigos, con un brillante guión de Grant Morrison,
que retrata el Asilo Arkham como una mente en la que
entran todos, paralelismo con el mejor gótico de Poe
en La caída de la casa de Usher (1839), y unos
psicodélicos dibujos de Dave McKean
que cumplen su cometido con creces.
La espera
llega a su fin. La promoción en prensa, radio, televisión y los propios cómics ha elevado las expectativas en torno a la película.
Es la hora de comprobar el resultado.
La
Batmanía se extiende imparable. La película es un
éxito absoluto de crítica y taquilla. Sólo en EEUU
recauda más de doscientos cincuenta millones de dólares. El presupuesto es de
cuarenta. Gana un Oscar de la Academia por el diseño de producción de Anton Furst, Nicholson es
nominado a Mejor Actor en los Globos de Oro y la partitura le vale a Danny Elfman el Grammy al Mejor Compositor.
Gracias a Tim
Burton, la gente ha conocido a un nuevo Batman. Nadie
se acuerda ya del de los años sesenta. A pesar del buen recibimiento general,
la película no es perfecta. En ella Batman mata,
además de notarse los agujeros en el guión provocados por tantas reescrituras:
no se sabe exactamente por qué el Joker sube a la
catedral o cómo han llegado hasta allí los secuaces que atacan a Batman. Aunque lo peor de todo es hacer de Joker un ‘Joe Chill’ particular,
culpable de la muerte de los padres de Bruce. Esto es debido al empeño de las
productoras de dejar el argumento siempre atado y sin ningún cabo suelto,
porque toman al espectador por estúpido. Otro error es el papel del Comisario Gordon, mera marioneta sin personalidad y sin ningún tipo
de contacto con Batman. Si se hubiera llamado de otra
forma, el resultado habría sido el mismo.
La parte positiva cuenta con un Batman oscuro y amenazador apoyado en una gran
interpretación de Michael Keaton que sorprende hasta a Bob Kane,
que rectifica sus palabras: “Su presencia y su capacidad física justifican de
sobra la elección de Tim para el papel estrella”. El peso de la actuación recae
en sus ojos, con una mirada trágica a la vez que inestable. Nicholson nació
para ser el Joker, un Joker
muy sádico. Él mismo se define como “el mejor artista homicida que haya
existido jamás”. Vicky Vale ayuda a definir a Bruce Wayne
en el siguiente diálogo:
-Es algo que
estoy obligado a hacer porque sólo yo puedo hacerlo. He intentado evitarlo y no
puedo. La vida es así. El mundo no es perfecto. –sentencia Wayne.
-No tiene
porque ser perfecto. Sólo quiero saber si nos necesitamos el uno al otro.
-Diría
que sí. Pero Joker espera y he de ir a su encuentro.
Por
mucho que Bruce quiera a alguien, su misión es la máxima prioridad, algo que ha
quedado patente desde siempre en los cómics y que la
película rescata magistralmente. Sobre todo con un Alfred
brillante y sarcástico, sacado directamente de la pluma de Miller, que le da
una lección de autoanálisis a su señor en una escena
en la cueva:
-¿En
qué piensas, Alfred?
Silencio.
- No me gustaría
pasarme lo que me queda de vida llorando a viejos amigos... o a sus hijos.
Sumando
los aciertos y los errores, queda una película algo inestable en según qué
situaciones, con un sentimiento pausado a lo largo del filme. “Lo que falta en
la película tiene más que ver con sensaciones y con energía que con ninguna
escena específica”, confirma Burton. “Puede que haya algo relacionado con la
escala de la cinta que hizo que fuera torpe y llana, pero creo que tuvo más que
ver con el hecho de que se trataba de que fuera un fenómeno cultural que una
buena película”. De todas formas, la Warner está más que satisfecha. El
director pasa a hacer su próximo película, Eduardo Manostijeras
(Edward Scissorhands, 1990), pero mejor que no se
vaya muy lejos, porque el éxito asegura una segunda parte.