Cuando
Spealberg comprendió que se enfrentaba a un desastre, decidió ceder el control
absoluto en favor de la colaboración constructiva. Estaban parados a la espera
de arreglar un tiburón estropeado. Tuvieron tiempo para sentarse a pensar en el
guión. Se convirtieron en una pequeña compañía de repertorio, con un director
receptivo y actores ambiciosos e imaginativos. En la casa de Steven, se reunían
a cenar, planteaban escenas y lo que aprobaban, era lo que se rodaba a la
mañana siguiente. El tiburón estropeado les permitió crear buenas secuencias
para los actores, que mejoraban la historia.
El
rodaje se retrasaba más y más, el presupuesto no hacía más que aumentar.
Spielberg dormía con apio debajo de la almohada que se había traído de su
propia casa, porque le parecía tonificante. Se comentó que hicieron venir a una
chica amiga desde Los Ángeles para que le “echara un polvo” que le rebajase la
tensión.
La
impresión que prevalecía era que el rodaje no iba a acabar nunca, pero terminó
el 17 de septiembre de 1974. El presupuesto inicial de cincuenta y cinco días
sufrió una ”hinchazón” que lo hizo durar ciento cincuenta y nueve días,
llevando los tres millones y medio iniciales a unos diez millones de dólares,
casi tres veces más.
Spielberg se sentía humillado. Sabía que
estaba metido en líos. Había sobrepasado el presupuesto en un trescientos por
ciento, y lo que tenía para enseñar era espantoso. La primera copia era un
desastre. Las tomas no encajaban, había una con luz de sol, otra con lluvia,
otra con nubes, otra con el cielo gris o con el cielo azul. Era muy difícil de
seguir.» Peor aún, el tiburón era ridículo. Parecía un enorme juguete de goma,
nadie iba a creérselo.
Se
tomó la decisión que salvaría la película: quitar al tiburón. La remontaron
para posponer la primera aparición del monstruo hasta el tercer acto.
De
nuevo la idea tiene más de un padre. Según unos fue la montadora Verna Fields,
que literalmente, cortó por lo sano, cortó y tiró a la basura todo el rollo de
los tiburones y sólo enseñó los resultados, las reacciones. Era mucho más
escalofriante.
Sin embargo, más tarde Spielberg afirmó que ya
durante el rodaje había pensado que eso sería lo que había que hacer. “Me
limité a sugerir la presencia del tiburón. Mi película pasó de ser una de William
Castle a una de Alfred Hitchcock.»
Otro
miembro del equipo en cambio, aseguró que la decisión se adoptó en grupo, con
Steven a la cabeza.
En
Dallas se preparó un preestreno tras El
coloso en llamas. Spielberg tomaba “valium” para resistirlo. Al fondo de
la sala, de pie, junto a la puerta, se dispuso a ver la reacción del público.
En cuanto terminó una de las primeras escenas, en la que muere el niño en la
balsa, un hombre sentado en primera fila se levantó y salió corriendo, en
dirección hacia el lugar desde el cual Spielberg seguía la proyección. Al
llegar al vestíbulo, el pobre hombre vomitó en la alfombra; después fue al
lavabo y regresó a su butaca. Dijo más tarde el director: « ¡En ese momento
supe que la película sería un éxito!»
Universal
estrenó Tiburón el 20 de junio
en 409 salas, casi en tantas como “El
padrino”. Spealberg se relajó.
«Estaba
en paz con el mundo del cine. Recuerdo que un día iba dando una vuelta en coche
y decidí agasajarme con un cucurucho de helado. Aparqué frente a la heladería,
en Melrose. Había cola cuando entré, y todo el mundo hablaba de Tiburón. La gente decía: “Dios mío,
es la película más espeluznante que he visto en la vida. Ya la he visto seis
veces.” Me pareció que toda la heladería hablaba de la película. Me compré un
helado de pistacho, mi sabor favorito, volví al coche y me fui a casa. Encendí
la tele y vi que en el telediario estaban pasando algo sobre el “fenómeno Tiburón”. Y entonces tomé conciencia
de que todo el país lo estaba viendo. Ésa fue la primera vez que se me ocurrió
pensar que mi película era un fenómeno.»