Esta pequeña escena no aparecerá en los periódicos de mañana, pero unos pocos meses después podrás leer algo sobre D. W. Griffith. Es un director de los viejos tiempos y cuando muere, el 24 de julio de 1948, los periódicos publicarán artículos respetuosos. Dirán que fue un pionero del arte del cine, que dirigió cientos de películas mudas, incluyendo El nacimiento de una nación (Birth of a Nation) e Intolerancia (Intolerance) y que fue olvidado aún antes de la llegada del sonoro. Dirán que no ha dirigido una película desde 1931, un fracaso llamado La huelga (The Struggle).

Si te pasas por el funeral de Griffith, no vas a tener problema para encontrar asiento. De hecho, sólo estarán ocupados la mitad de los escaños del Templo Masónico de Hollywood, así que tú y cualquier otro que esté fuera del auditorio para ver llegar antiguas celebridades seréis invitados a pasar para llenar los asientos vacíos. Podrías hallarte cerca de Lionel Barrymore o Mack Sennett. O detrás de Blanche Sweet, Richard Barthelmess, Walter Huston, Raoul Walsh, Mae Marsh o Donald Crisp. Si tienes mucha suerte, quizá te sientes junto a Mary Pickford o Erich von Stroheim.

En varias de esas caras podrás detectar una mirada desdeñosa dirigida hacia dos de los portadores del féretro: Louis B. Mayer y Samuel Goldwyn. Eso se debe a que los amigos de Griffith piensan que ambos podrían haberle dado algo que hacer al anciano para mantenerlo ocupado hasta el fin de sus días. Pero no lo hicieron.

Habrá un panegírico leído por el guionista y productor Charles Brackett, que es el presidente de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas y que nunca conoció a D. W. Griffith. La última película de Brackett, escrita como siempre con Billy Wilder, es Berlín Occidente (A Foreing Affair). Brackett dirá en el funeral: «Cuando has tenido lo que él tuvo, lo que quieres es la oportunidad de hacer más películas, moverte con presupuestos ilimitados, que detrás de ti haya una confianza total. ¿Qué pueden importarle a un hombre lleno de vitalidad los honores del pasado? Lo que quiere es el presente. Y el futuro. Para Griffith no hubo solución, sino una especie de llamada frenética a puertas sordas. Él yace aquí, los años de amargura olvidados, David Wark Griffith, El Grande».

Un discurso correcto y florido que de ninguna manera se asemeja al guión que muy pronto escribirían Brackett y Wilder, llamado El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), sobre un asesinato en una de esas grandes mansiones en el que se ve involucrada una vieja estrella, una de las más grandes.