Fue en el festival de Berlín de 1987. En el programa se anunciaba aquel día una película china titulada Sorgo rojo y los prejuicios de casi todos los aficionados preveían alguna de esas cintas aburridas que hay que sufrir inevitablemente en todo festival de cine. Por si eso fuera poco, las primeras escenas mostraban una poco prometedora procesión de chinos por el campo. Muchos de los que se habían asomado a la sala no tardaron en huir. "Los pocos que nos quedamos ", recuerda, sin embargo, Angel Fernández-Santos, crítico de El País- "vimos rápidamente que era una película más que notable y que se iba a llevar un premio y luego hubo tiros por recuperarla en otras proyecciones. Me consta que mucha gente se quedó sin verla y ahí empezó todo, desde la ignorancia más absoluta. Nadie sabía quién era aquel sujeto".

 Cuando pocos días más tarde ganaba el Oso de Oro, todo el mundo tuvo que aprender que aquel sujeto se llamaba Zhang Yimou. Ju Dou, semilla de crisantemo (1990) y La linterna roja (1991) supusieron su consagración y no sólo en los círculos cinéfilos que acuden a los festivales. Las dos se mantuvieron en cartel durante muchos meses en España y fueron candidatas al Oscar. ¿Cómo unas historias ambientadas en la China tradicional podían impactar al público occidental? El secreto era que trataban temas universales como los celos, los amores imposibles o el destino. Las protagonistas eran mujeres sacrificadas a los hombres debido a las imposiciones de la cultura china. Su estilo era reposado, con un gusto especial por los colores cálidos. Las historias eran lentas, sí, pero, escena a escena, calaban de emociones al espectador. Como él mismo dijo una vez, "Mi cine son gotas de agua que se convierten en océanos". Convertido en clásico al cabo de sólo tres películas, Zhang Yimou parecía desde Occidente el protagonista de un cuento de hadas. Su historia era, sin embargo, más dura de lo que se podía imaginar.

   Había nacido en 1950 y fue uno de los millones de chinos que tuvieron que sufrir la Revolución Cultural de Mao. A los 16 años le obligaron a dejar la escuela secundaria y a realizar diferentes trabajos. Fue agricultor, pastor y obrero en una fábrica textil. Cuando en 1977 se reabrió por fin la escuela de cine de Pekín se presentó a las pruebas y obtuvo la máxima calificación pero fue rechazado. Tenía 27 años y era demasiado mayor. Yimou escribió entonces una carta al ministro de cultura: "Me dicen que he rebasado la edad de admisión y es cierto," - se quejaba – “pero es así porque llevo mucho tiempo dedicándome a mi país. Pienso que es justo que ahora mi país haga algo por mí".

   Yimou fue admitido pero no terminaron ahí sus problemas con las autoridades, que, vivirían la triunfal carrera del director con una insoportable esquizofrenia entre su prestigio internacional y el temor que les inspiraba los paralelismos que se podían establecer entre los argumentos de sus películas y la realidad política china. Los censores buscaban, eso sí, excusas para sus decisiones. La linterna roja, por ejemplo, fue prohibida en China porque, según argumentaban, mostraba escenas de sexo demasiado explícitas. Curiosamente en Estados Unidos fue calificada para todos los públicos. Zhang Yimou tenía que rodar en secreto y casi siempre con productores de Hong Kong.

   Su vida personal también fue motivo de conflicto. A pesar de estar casado con otra mujer, durante mucho tiempo estuvo unido sentimentalmente a Gong Li, la bellísima actriz protagonista de sus películas. Su esposa y el padre de Zhang Yimou publicaron artículos de prensa denunciando esta situación.

   Vivir (1994), Keep Cool (1997), Road home (2000)… nada pudo detener sin embargo, su carrera. Su éxito abrió de paso las puertas a todo un grupo de nuevos realizadores chinos agrupados bajo la etiqueta de “Quinta Generación” y en la que, además de él, destaca Chen Kaige, director de Adiós a mi concubina (1993). Hoy en día todos los festivales se disputan las películas de todos estos directores y, por si acaso, cuando anuncian una china, aunque sea de director desconocido, ya ningún periodista hace novillos en la sesión.