INTRODUCCIÓN

 

Se supone que esto es una introducción y la introducción de un libro es cosa seria. Resume la intención general de la obra y es el sitio donde anida el meollo del asunto, donde hablo yo, en primera persona del singular y en caída libre; sin red. Es donde me hago cargo de lo que digo, lo que escribo.

Sí, algo de arrogancia hay en este libro, o ¿cómo creen que se llevó a acabo la elección de los actores que lo integran?

Pero también hay otras cosas. Hay tipos que están de vuelta, que estuvieron de vuelta, que ya no están más, que volvieron o que nunca podrán volver, que fueron adictos o que lo son, que son violentos o que lo fueron, que son de culto o están bajo el peso de una maldición, impuesta por el sistema o por ellos mismos. Actores que alguna vez me conmovieron por sus películas o que merecen mi respeto, pero nunca mi lástima. El reparto perfecto de una película que nunca se filmará.

Me gusta remarcar también que éste no es un libro de consulta. Es, sí, un inconsulto repaso por algunas (dije bien: algunas) de las estrellas de la actuación que marcaron mi itinerario de espectador de cine. Hay que aclararlo: de cine de Hollywood. Soy omnívoro, pero prefiero un plato: el cine hecho en Hollywood, si es que no debo decir made in. Fast food para algunos, nouvelle cuisine para mí.

Los actores no son excluyentemente yanquis (los hay holandeses y británicos), aunque su mayoría marca la preferencia.

No son necesariamente buenos (los hay pornos y pernos), ni obligatoriamente malos.

No hay orden alfabético, sino capricho dietético desordenado por una ingesta de películas, sueltas o en retazos.

Los actores de este libro son gente que me resulta familiar, con la que me siento a gusto, y sus personajes, aun cuando sean bichos de otro planeta, me resultan reales. Les creo. En algunos casos, si han muerto o están hundidos en una ciénaga de cine clase Z, los extraño e imagino que un día vuelven por la puerta grande. En algunos casos están tan hinchados por la subfama que no entrarían por esa puerta. La vida es cruel.

Sí, hay crueldad en este libro.

Pero en este libro también hay preguntas que surgen de la lectura:

¿Por qué Bruce Lee y no Jackie Chan?

¿Por qué Johnny Depp y no Tom Cruise?

¿Por qué Dennis Hopper y no Robert Duvall?

¿Por qué Gary Oldman y no Jude Law?

¿Por qué Tim Roth y no Ben Affleck?

¿Por qué Sean Penn y no Nicolas Cage?

¿Por qué Christopher Walken y no Al Pacino?

¿Por qué Harvey Keitel y no Robert De Niro?

¿Por qué Jack Nicholson y no Dustin Hoffman?

¿Por qué Marlon Brando y no James Dean?

¿Por qué Val Kilmer y no Tom Hanks?

¿Por qué John Holmes y no Joe D’Alessandro?

¿Por qué Mickey Rourke y no Matt Dillon?

¿Por qué Nick Nolte y no Harrison Ford?

¿Por qué Robert Downey Jr. y no Andrew McCarthy?

¿Por qué Willem Dafoe y no Tom Berenger?

¿Por qué Benicio del Toro y no Kevin Spacey?

¿Por qué Rutger Hauer y no Klaus Kinski?

¿Por qué Malcolm McDowell y no Albert Finney?

¿Por qué River Phoenix y no Keanu Reeves?

¿Por qué Steve Buscemi y no John Turturro?

¿Por qué Vincent Price y no Christopher Lee?

Y, ya que estamos:

¿Por qué no el reparto completo de Reservoir Dogs?

¿Por qué no los criminales de Asalto en la comisaría del distrito 13?

¿Por qué no la muerte de Sterling Hayden en La jungla de asfalto?

¿Por qué no Jack Palance, en Raíces profundas?

¿Por qué no los cangrejos gigantes de Ray Harryhausen?

¿Por qué no Samuel Fuller y su definición del cine en esa película de Godard?

¿Por qué no la Santísima Trinidad de Gordos Cómicos Reventados: Roscoe “Fatty” Arbuckle, John Belushi y Chris Farley, QEPD x 3?

Y:

¿Por qué no hay actores argentinos? Porque Alberto Olmedo se me ocurrió demasiado tarde y Federico Luppi, quien considero que alguna vez fue el Lee Marvin argentino (circa 1981-82), hoy nada en un estanque en el que no me interesa ni chapotear.

Y:

¿Por qué no Jessica Lange y su ducha sobre la palma de King Kong, que en realidad es un rey mono que se llama Kong? Porque ella es una chica y éste es un libro de chicos.

¿Por qué es este un libro de chicos? Porque ellas tendrán algún día su propio volumen para el desquite equitativo. ¡Y basta de preguntarme si soy gay!, ¿o acaso me van a preguntar si soy lesbiana cuando escriba sobre chicas?

Si este libro no responde a todas estas preguntas, no habrá servido de nada.

 

Hubo un tiempo en el que dividir las películas entre buenas y malas me servía de algo. Si no para demostrarme cuánto había aprendido sobre cine en la semana, con la lectura de libros y revistas y la visión de películas en continuado, al menos para iniciar mi primera colección (todavía tenía muy poco de selección) de iconos cinematográficos de consumo personal.

Hoy esta línea fronteriza no me sirve de nada.

De nada: cuanto más veo a la gente hablar pestes bubónicas de tal o cual película, más quiero defenderla, aunque haya acabado de verla y verla me haya parecido un vómito fresco sobre el respaldo de la butaca. He aprendido a verlo en la mirada: sé cuando a alguien no le importa un pito el cine. Lo dejo hablar, finjo que me interesa lo que dice y permito que se vaya y crea que tuvo razón. Ya no discuto más: hablarle a un trozo de granito te puede dejar exhausto.

Como creen los creyentes en un dios creo en la imagen pagana que refracta una pantalla. Aunque prefiero la energía de una sala a oscuras, que es para mí como el túnel con la luz al final que ven los que se mueren y vuelven de la muerte.

Es la razón por la que nunca podría radicarme en el campo, lejos de los únicos electrodomésticos que considero indispensables para la supervivencia: un televisor y reproductoras de video y DVD.

Me gusta ver todas las películas. ¿Esto me hace un cinéfago? La idea no me desagrada como antes. Comer todo cine no me cae mal. Antes bien, creo que me alimenta.

El cine es disfrutar de un ciclo sobre la Nouvelle Vague francesa y a la salida poder meter tu nariz en un complejo multisala que proyecta una de robots. Es apasionarse por cualquier tipo de película, y saber admitirlo. La capacidad selectiva es para la gente que no tiene tiempo.

Esto me lleva a una conclusión final, que se arroga el derecho a ser eso mismo, arrogante: no existen malas películas sino malos momentos para ver películas.

Este pensamiento, que declara la madurez de mis principios como espectador y, en consecuencia, el fin de mi dependencia hacia la objetividad, es la vértebra de este, mi primer libro. Leerlo o reventarlo.

Esperen el segundo y me pongo más serio.

Ahora no.

 

Miguel Peirotti