Los periodistas británicos le acusaban de apología del terrorismo. El,
pacientemente desde la mesa, replicaba que lo que acababa de contar era verdad,
que el gobierno de Margaret Thacher había llevado a cabo de forma impune una
guerra sucia contra el IRA. Aquella rueda de prensa del festival de Cannes de
1990 terminó a gritos y forma ya parte de la historia de las polémicas del
certamen. La película que todos acababan de ver se titulaba Agenda oculta. El director era un
británico entrado en años, con apariencia flemática de entrañable profesor.
Pero bajo su aspecto sereno se agazapaba un izquierdista militante dispuesto a
denunciar la injusticia con sus películas, que, en adelante, se centrarían,
sobre todo, en mostrar los padecimientos de la clase trabajadora. Aquel
director había estudiado en la Universidad de Oxford y se llamaba Ken Loach.
El cine británico e irlandés de los 80 y de los 90 se caracterizó, sobre
todo, por su inquietud social. Algunos directores como Stephen Frears, Jim
Sheridan, Neil Jordan o incluso Alan Parker, alternaban el realismo rodado en
sus países con trabajos en la industria americana. Ken Loach no. Siempre fue
fiel a su ideología y a una forma de hacer cine cercana al documental y que
había perfeccionado en sus largos años de trabajo en la BBC. El éxito de Agenda oculta (1990) le abrió las
puertas de la cartelera europea y pudo mostrar así el revés del supuesto
milagro económico propiciado por el gobierno conservador de Margaret Thacher. Riff Raff (1992) o Lloviendo piedras (1993), entre otras, retrataban lo precario de
las condiciones de vida y trabajo de los obreros ingleses. Eran dramas, desde
luego, pero con sus buenos toques de humor. Porque Loach apostaba por un
realismo en el que convivía la risa y la tragedia. Para hacer verídicas sus
historias contrataba a menudo actores no profesionales o intérpretes muy afines
a los personajes. Para el casting de Riff Raff publicó un anuncio en la
prensa: "Se buscan actores con experiencia en el sector de la
construcción". Al reclamo contestó un tal Robert Carlyle, que en los ratos
libres que le dejaba su profesión de pintor de brocha gorda, hacía teatro
aficionado. Riff Raff lanzó a este
actor, que años después se convertiría en un rostro muy popular como líder de
los Full Monty (1997), cinta que
también bebía de la tradición realista del cine británico y que se convirtió en
un gran éxito de taquilla en todo el mundo.
A los métodos de trabajo de Loach les salía a veces el tiro por la
culata. Tierra y libertad (1994)
contaba las experiencias de unos milicianos durante la Guerra Civil española.
El director distribuyó los personajes de acuerdo con la ideología de los
actores que los debían interpretar. Los milicianos tenían que ser de izquierdas
y por eso, un buen día de rodaje en el que a los actores les sirvieron comida
caliente y a los extras, en cambio bocadillo, los actores decidieron plantarse.
O todos comían caliente, o iban a la huelga.
Los guiones de Loach están siempre abiertos a la improvisación. Rueda en
orden cronológico. Los actores no conocen la historia completa. El director les
facilita cada día su hoja de guión porque en la realidad nadie conoce lo que
ocurrirá en el futuro. Ahora mismo, Ken Loach es uno de los directores europeos
más prestigiosos. Y también uno de los más temidos, sobre todo en su país. Da
igual que haya ahora un gobierno laborista. Dice Loach que "es el mismo
perro con diferente collar". Cada estreno es una denuncia y, por tanto,
una polémica. Y no sólo con la derecha. Tierra
y libertad le enfrentó con los comunistas oficiales. Les acusaba de haber
abortado conscientemente la revolución que se vivió en España durante la Guerra
Civil.