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1. back 2 evil

Un cuadro de Betty Page enseñando su enorme y suculento trasero recibe al invitado con un seductor guiño de ojos y una enorme sonrisa que invita a pecar. La pin-up preside el recibidor de un loft situado en una barriada obrera de Barcelona, hoy convertida en refugio de videoartistas y tecnoadictos, traficantes de drogas de diseño, bandas de cabezas rapadas y policías de paisano.

El dueño de la casa sale a la puerta en calzoncillos. Es un tío alto, moreno, desgarbado y con aspecto de cantante de rock progresivo. No se molesta en ponerse una bata encima: no hace demasiado frío y seguro que la portera no se avecina por aquel antro de perdidos y perdiciones desde antes de la invención de la fregona. Tiene cara de acabar de despertarse. Son las cuatro y media de la tarde y, a pesar de las horas intempestivas en que suena el timbre, no parece molesto al abrir.

—Hola, soy Jose… Jose Play —balbucea con un ojo entreabierto y un bostezo contenido—. Entra. Nacho te está esperando.

Unas escaleras de madera desnuda conducen a un altillo de donde emana el vapor de una ducha caliente y cierto tufo entremezclado a desodorante, gimnasio, sauna y sudor. En el parqué color cereza se amontonan unas cuantas revistas de moda y tendencias masculinas —GQ, Man, Playboy, Newlook— sobre las que reposa una china huérfana. Un cenicero relleno de colillas de porro abandonado junto a una botella de José Cuervo de la que asoma un culo de tequila son los principales indicios de la juerga de la noche anterior.

También de la ducha asoma un culo, esta vez humano, escasamente envuelto en una toalla. Es de Nacho Vidal, que anda intentando explorarse la oreja izquierda con un dedo en busca de unas gotas rebeldes.

—No te asustes por el desorden. Por aquí pasa demasiada gente. Siéntate. ¿Quieres algo de beber? ¿Coca-cola, cerveza? —su voz se va perdiendo en las profundidades de la escalera mientras se dirige a la nevera. Luego vuelve a hacerse audible y su testa emerge de nuevo en el altillo—. Sólo queda Zumosol.

A continuación se sienta entre las sábanas revueltas de una cama que huele a sexo sobre sexo. Su pasaporte, un collar-llavero bien repleto de llaves, una camiseta imperio y unos pantalones de deporte con las barras y estrellas estampadas en el costado reposan en desorden sobre la cabecera. La almohada brilla por su ausencia. Sin ningún pudor, comienza a repasarse el pene con la toalla, poniendo especial cuidado en dejar bien seco el glande, un poco morcillón y fuertemente enrojecido, que descansa sobre unos testículos tan gordos y dilatados que parecen albóndigas cocidas.

Así, repantigado sobre el saco genital, parece el majestuoso gorila dominante de una manada de simios albinos con el pelo afeitado y tostándose bajo una lámpara de rayos UVA. Posee los músculos de un Maciste y la ancha mandíbula de Mazinger Zeta. El cráneo le acaba en forma puntiaguda, como a Copito de Nieve, y le corona la testuz una pelusa rubicunda cortada al estilo de los indios hurones. Unas patillas de bandolero le enmarcan la nariz, respingona y deshuesada a causa de los golpes recibidos en mil y una noches de zozobra. Y en medio, unos ojos azules de lobo que dan miedo cuando se posan sobre su presa, eternamente hundidos en la sombra de nocturnidad y alevosía que tiene por ojeras, causadas por el exceso de resacas más que por la falta de sueño. Su boca tiene la insistente costumbre de explotar, a las primeras de cambio, en atronadoras carcajadas que se disparan por menos de nada con una facilidad de pistolero zurdo. El conjunto se sostiene sobre una arquitectura de hormigón armado compuesta por un cuello que en boxeo llamarían de encajador, cruzado por una tráquea capaz de robar el oxígeno de cualquier habitación en unas cuantas bocanadas, y unos hombros que podrían pasar por las columnas del templo de los filisteos, donde Sansón hacía mortales demostraciones de fuerza inspirado por el Altísimo. Ahora, desnudo como está, aparece cargado de tatuajes, aunque ninguno de ellos con la leyenda «Amor de madre», cosa extraña a la vista de la pasión que toda la vida ha sentido por la mujer que le trajo al mundo.

Su falta de pudor es absoluta. Sólo cuando comienza a echar mano de la ropa se percibe que no es la única persona desnuda en la habitación. Tras un movimiento bajo el revoltijo de cobijas, puede verse un pedazo de espalda humana intentando desperezarse. De entre las sábanas asoma de repente por un extremo una hermosa y contorneada pierna pegada a un rollizo glúteo, y por el otro un delicado y lechoso brazo bajo el que se esconde parcialmente un pezón. Un bostezo rompe el hielo.

—Ésta es Michelle, mi compañera. Mejor la dejamos descansar. Ayer tuvimos una noche algo movida.

Mientras se viste y se llena de afeites cara, tórax, sobacos y testículos, Nacho anuncia el programa que ha preparado para hoy:

—Primero veremos algunas escenas de mi nuevo trabajo. Después iremos a cenar y, si hay suerte, quizás acabaremos la noche mejor acompañados de lo que te imaginas. Y ahora, sígueme. Vamos a ver si mi amigo Jose nos presta su vídeo y podemos ver algo de lo que acabo de rodar.

Back 2 Evil (en español: Las esclavas de Nacho) es el título de la última película filmada en Estados Unidos por Nacho Vidal Productions. Hoy, un espectador accidental va a tener el honor de ser el primer español en ver su trabajo más conseguido, en constatar la pasión que este dechado de virtudes genitales siente por su oficio. No sólo ante las cámaras, sino detrás de ellas. Porque, además de actor, Nacho también ejerce como director y productor de películas pornográficas. Y Back 2 Evil es su obra maestra. Hasta la fecha.

—Vas a flipar, tío. Hoy, todo el mundo hace un porno muy similar. Yo estoy rodando algo nuevo, más perverso. Si eres tan cerdo como pareces, te gustará.

Al bajar al piso principal, Betty Page parece haber dilatado la malicia de su sonrisa hasta salirse del cuadro. Ahí sigue, enseñando su lustrosa dentadura a todo el que quiera prendarse de un amor imposible. El ambiente huele a porro cargado y en el humo se mezcla el susurro perverso de Marilyn Manson —This is the new shit— con los primeros gemidos de un coito televisado.

—Jose debe estar haciéndose una paja —observa el actor antes de dar unos golpecitos en la puerta de la habitación del amigo que estos días le acoge en su domicilio.

—Ya va, cojones —brota una voz de protesta del otro lado de la puerta—. No se puede uno masturbar tranquilo en esta casa, coño.

—Jose —aclara Nacho con una mueca divertida en el rostro— tiene una de las mejores colecciones de porno casero de esta ciudad. Ya verás: hay una minicámara empotrada en la tele y graba a todas las tías que se tira. Que no son pocas.

El coleccionista sigue en calzoncillos y nos abre la puerta con una ancha sonrisa que empieza por encima del metro ochenta. Su negra cabellera comanche le tapa media espalda. Jose trabaja en un programa de un canal local de televisión. Se dedica a superar en directo retos cada vez más osados, como beber su propia orina o comer gusanos y saltamontes fritos. La más sonada experiencia consistió en asar una rata y darse un banquete con su carne en pleno plató. «Sabe mejor que el conejo», explicaba sonriente ante la cámara mientras el público se llevaba las manos al estómago. Ahora, él también es actor porno. Nacho le dio una oportunidad en un viaje a Budapest: «Yo pensaba que este negocio estaba lleno de tíos guarros con los que no se puede tener una conversación», recuerda Jose. «Tampoco estaba muy seguro de si lograría empalmarme.» Pero el día del debú Nacho le dio un consejo que le quitó el miedo: «Habla con la chica, tócala, mírala a los ojos, amaos… y verás como todo sale a pedir de boca».

Del televisor de su habitación, suspendido sobre el lecho de matrimonio, asoma una imagen en blanco y negro del propio cuarto con una muchacha rubia de pelo corto que lleva un piercing en el labio y gime mientras mira a la cámara, quizás sin darse cuenta, y encorva la espalda para ofrecer mejor el culo a su amante: el propio Jose, que brinca a cuatro patas sobre los riñones de la moza con toda la energía de su juventud.

—¡Dámela toda, cabrón, métemela más adentro...! —grita ella cual fiel imitadora de película picante de escaso presupuesto.

—Ya te lo dije. Es un guarro —aclara Nacho sentándose en la cama—. Ésta es una de sus últimas filmaciones secretas. ¿Qué te parece?

—Te equivocas —protesta el amigo—, ella sabía perfectamente que la estaba grabando. No soy tan cabrón como piensas —se defiende mientras su homólogo en la pantalla se dispone a correrse en la boca de la desmelenada rubia. Ella recibe el esperma con un mohín placentero y un palmo de lengua que aprovecha para relamer con fruición cualquier gota rebelde que se haya deslizado fuera de cuadro.

Jose comenzó a filmar a sus amigas como un juego cuando se cambiaban de ropa en su habitación. Después tuvo una novia cubana que era multiorgásmica: le encantaba verla en la pantalla una y otra vez, repasar todos sus gestos y muecas de placer. Pronto empezó a reparar en su propio rostro, en los momentos en que se precipitaba, en las veces que ella miraba a la lámpara cuando él estaba despistado… Nacho le ha sugerido más de una vez que cuelgue en Internet su material, pero él se niega: «¡Es mi tesoro!».

—Tienes que dejar de ver tus guarradas para prestarnos un momento el vídeo —ordena ahora más que pide el pornostar con su obra maestra en la mano—. Vamos a ver una película de arte y ensayo.

De la caja, todavía sin carátula, saca una cinta de un color rojo sanguinolento con la bobina negra. Sin muchos miramientos, extrae la otra del vídeo, la tira a su espalda y mete la suya: Nacho Vidal is Back 2 Evil, anuncian unas letras escritas en una tipografía inquietante. Después, el colofón: «Copyright 2003 nacho vidal productions all rights reserved». Una sonrisa satisfecha acompaña todos sus gestos. Se siente orgulloso de su trabajo. No es fácil para un actor de apenas 30 años llegar a dirigir sus propios proyectos.

En la primera imagen, una geisha, es decir, una actriz occidental disfrazada de geisha, aparece encerrada en una jaula. Nacho, peinado con gomina y disfrazado de matón, abre la reja y la saca a rastras mientras la cara de la chica, pintada completamente de blanco, va adquiriendo un tono de turbación que se adivina por encima de los potingues con los que se ha maquillado. Cualquiera diría que está asustada de verdad.

El Nacho de la pantalla se saca el pene mientras otra actriz, rubia y de generosas proporciones mediterráneas embutidas en un inquietante corpiño de cuero, se lo introduce en la boca antes de que crezca del todo y comienza a saborearlo con el ímpetu de un ternerillo amorrado a las ubres de su mamá vaca. La geisha, con cara de horror, contempla la escena sin atreverse a respirar.

—Después tendrás que hacer lo mismo, así que aprende —le adoctrina el actor mientras subraya sus palabras con algún que otro cachete en las mejillas de la feladora.

El Nacho de carne y hueso aprieta ahora la tecla pause mientras aclara que la chica del corpiño se llama Velvet Rose y la geisha, Katja Kassin.

—Aquí tuvimos que detenernos. Katja se puso a llorar. Se sugestionó de tal manera que comenzó a sollozar y a decirme que tenía miedo.

La geisha había acudido al rodaje con su novio, un macarra de Los Ángeles que la dejó allí antes de comenzar y se largó con viento fresco.

—La escena fue maravillosa. Hubo un momento muy loco en que Velvet le chupaba la oreja y yo, mientras le daba salvajemente por el culo, le susurraba en la otra: «Tu novio es una maricona de mierda y le voy a matar como a un perro. ¿Cómo se atreve a dejarte aquí para que te folle otro hombre? Si fueras mía, nadie más que yo se atrevería a tocarte». Llegó un momento en que no aguantó más y se fue a un rincón. Fui tras ella y le pregunté:

—¿Estás bien?

—Sí. Es que tenía ganas de llorar y no quería joderte la escena.

—¡Oh, mierda —contesté—, si para mí es cojonudo que llores!

—Sabes, llegué a un punto en que me estaba creyendo todo lo que decías sobre mi novio.

—Pues créetelo, porque lo que decía es verdad. Tu novio me parece un maricón de mierda, un hijoputa y un macarra.

»Ella se quedó embobada, con los ojos muy abiertos, sin saber qué hacer, y volvió al set de rodaje para dejarse encular otra vez, sumisamente, desde el principio.

»Creo que en ese momento se sintió verdaderamente subyugada, dominada. Yo intento enamorarlas en cada escena, sacar de ellas una pasión verdadera. Quiero que vivan lo que hacen, no que actúen. Llámame hijo de puta, pero, si es necesario, les diré que quiero ser el padre de sus hijos. Cualquier mentira es buena si con ella se consigue despegar a las actrices de la realidad, hacerlas sentir una pasión verdadera y una entrega absoluta. Cuando acaba el rodaje, les doy dos besos y tan amigos. Cada uno a lo suyo y aquí no ha pasado nada. Lo importante era que la geisha pensara que todo era real. Se sugestionó al máximo. Y eso me dio más seguridad en lo que estoy haciendo: un porno nuevo, sugestivo, muy conectado con la mujer. Me introduzco completamente en su coco, ¿comprendes? No sólo en su coño: también en su coco. Coño y coco. Coco y coño. No hay nada montado; nada es ficticio.

Play: el semen es, con diferencia, el fluido corporal más valorado en el cine de sexo. Y Nacho, como actor y director, no repara en eyaculaciones. Su esperma salpica todo el metraje y se derrama sobre cualquier parte del cuerpo de las actrices. A veces incluso sobre el mobiliario. Porque eso de mancillar la cara de la hembra con un chorrazo pegajoso en las encías como símbolo de posesión y dominio está más visto que el tebeo. Y a Nacho no le gusta nada.

—A mí me da morbo besarlas. ¿Por qué cojones me voy a correr siempre en sus caras si me gusta besarlas?

En las películas pornográficas de los años 70 los hombres acostumbraban a eyacular en el vientre de las chicas. Un día a alguien se le ocurrió hacerlo en la boca de una actriz y vendió muchísimo más. A partir de entonces todo cambió. El mundo del porno está lleno de modas que vienen y van. Unas veces son los gangbangs, escenas en las que un regimiento de varones monta a una hembra por todos sus orificios hasta inundarla de semen; normalmente, participa un mínimo de cuatro hombres; a veces se apuntan hasta ocho, y no es raro encontrar películas en los que la cifra rebase los 12 o 15. En otras ocasiones, priman las escenas con negros de grandes proporciones que revientan vaginas estrechas de veinteañeras de piel lechosa; puede encontrarse un claro ejemplo de subgénero racial en la mítica Tras la puerta verde (1973), donde la rubia Marilyn Chambers y el moreno John Keyes se meriendan uno a otra y, de paso, actualizan el mito de la bella y la bestia. Luego harían furor las series dedicadas a la penetración anal, hoy imprescindible en casi cualquier cinta erótica; después se pasó a los sándwiches o dobles penetraciones (D/P, en el argot del porno); a continuación, algunos directores se dedicaron a rodar películas especializadas en cumshots (mamadas) y blowjobs (corridas). Y hoy triunfan las producciones para públicos individualizados cuyo máximo interés puede radicar en las embarazadas o los espéculos, los azotes con cañas de bambú (canning) o las vulvas afeitadas, los sustitutos ortopédicos del pene (dildos) o las tetas gigantes (bigboobs)… Incluso hubo un tiempo en que se puso de moda correrse dentro de la mujer y filmar cómo el semen iba resbalando por sus muslos con el aspecto más amateur posible.

—Me gusta —reconoce Nacho—. Pero alguien empezó a rodar escenas en que un tío eyaculaba dentro, otro también, y otro, y otro más... Es asqueroso. Una verdadera inundación de semen. Te estás follando la leche de los cuatro tíos que se han corrido antes que tú. No me parece muy limpio. Ni muy respetuoso para las actrices. Lo ruedan directores que piensan que están inventando la Biblia en pasta y lo único que saben es hacer el animal. Últimamente, en el porno se juega a ver quién es capaz de meter más cosas en el culo de una mujer, quién le pone el esfínter más grande. Yo les he metido botellas, consoladores gigantes... De todo. Una vez incluso le metí un bate de béisbol a Michelle. Pero esto ya parece una carrera para ver quién llega más lejos a la hora de tratarlas como trapos. ¡Hay cada uno haciendo porno por ahí!

 

 

Para romper con los tópicos, Nacho prefiere eyacular en las manos de sus actrices. O en el cuello. O en la oreja. O en el culo. Pero pocas veces en la boca. Hace con ellas lo que le da la gana. Es el amo y señor del set de rodaje, un macho cabrón con una corte de adoratrices sedientas de su saliva que se arrastran servilmente a sus pies. Como Katja la geisha, a la que ahora le toca continuar el trabajo con una felación que pone en peligro su dentadura. El pene babeado de Nacho se estampa contra los labios pequeños de la pálida muchacha, que hace esfuerzos por tragarse la enorme salchicha y reprimir una arcada. No se atreve a separar los ojos de los de su amo, que la mira dominante desde la altura. Ella, con las pupilas dilatadas apuntando hacia el techo, continúa sorbiendo y salivando como si le fuera la vida en la lección.

—Es un porno muy lento y bastante bestia. Mira ahora, ahí, ahí... ¿te has dado cuenta del detalle? En el momento en que ella ha dejado de mirarme le doy una bofetada. No tiene un sentido de desprecio, no creas… Viene a cuento por lo que está sucediendo en la escena. Nunca le pego a una mujer por humillarla, digamos que sólo si lo exige el guión.

En el porno, las escenas de violencia física suelen mostrarse de tal modo que se note que el daño no es real. Pero él busca el efecto contrario. Ya lo dijo el marqués de Sade: el placer puede fingirse, el dolor no. Y estamos hablando de cine comprometido con el sexo, que contiene las dos cosas. Por ello sus tortas son reales, «aunque no se dan con el interés de causar dolor —advierte— sino de crear una situación excitante». De esta manera bucea en el mito del placer a través de la fuerza, de la mujer que tras una pudibunda resistencia inicial relacionada con sus prejuicios más que con la ausencia de deseo se va entregando poco a poco a la relación sexual. Nacho opina que a la mayoría de las mujeres les gusta que el hombre mantenga un total control sobre ellas en la cama. Mujeres a las que nada calienta más que la turgencia de un pene clavado abruptamente entre sus muslos o la dureza de unos bíceps ejercitándose de vez en cuando con unos cachetes sobre sus glúteos o sus mejillas. «Un maltrato tolerado, nunca ejercido con violencia cerril, es el mejor antídoto contra el aburrimiento conyugal», jura con la mano en los testículos. Y, en su cine, semejante convicción alcanza el grado de sacramento: se siente tan cómodo en su papel de macho dominante que rara vez otorga a una actriz el privilegio de ser ella la que le endiñe un mamporro.

—En ocasiones especiales, yo también les pido: «Pégame un bofetón, un buen bofetón que me deje tonto». Es un truco excelente para evitar correrse antes de tiempo. Una bofetada me pone de tan mala leche que se me pasan las ganas de eyacular.

»Existe otra manera… Si notas que te corres muy rápido, no hay nada como detenerse y apretar el culo. Mira, existen dos tipos de coño: hay algunos que te los puedes estar follando durante días; y otros que, después de un minuto, te queda claro que te vas a correr sin poder evitarlo. En ese caso, tienes que llegar al límite de tu aguante, cuando ya casi te disparas, y quedarte muy quieto mientras aprietas el músculo del culo al máximo. Cuando pasa esa sensación, relajas el esfínter y ya puedes follar hasta que te canses.

»Yo tampoco sabía que existían varios tipos de coño hasta que comencé a hacer porno. Creo que el hombre de a pie no sabe distinguir un chocho de otro. No se trata de la estrechez. Tampoco del amor que sientas por la tía: con mi novia puedo estar follando durante horas sin correrme, por muy enamorado que esté de ella. No, no es esa tontería de que hay que estar muy enamorado porque entonces te corres con sólo mirarla. Sé lo que digo: más de una vez se la he metido a una estúpida antipática y en pocos segundos ya me estaba corriendo. Los coños se mojan de diferentes maneras y eso, para follar, es más importante que el amor. Creo que el secreto está en la elasticidad, en el tamaño y en la humedad. Cuanto más mojadas, mejor, porque si no es como si te follaras un papel de lija.

»Cuando veo que un coño no está bien húmedo, paro la escena o pasamos a otra cosa. Tampoco es cuestión de torturar a nadie. Por suerte, no me acostumbra a pasar, porque la mayor parte de las mujeres con las que follo se mojan enseguida. Sé cómo hacerlo. Todas quieren que las domine. Sólo en contadas ocasiones me ha pasado que se me han follado ellas. A veces, eso es una presión muy grande: yo no puedo irme a la cama con una tía que acabo de conocer y tratarla como una reina, permitirle que me chupe la polla y luego correrme en cinco minutos. Tengo que dejar el listón muy alto, hacerle creer que ha sido el polvo de su vida. Ésa es mi profesión: tanto dentro como fuera de la pantalla. Si no alcanzo el listón que yo mismo me he trabajado durante años, la chati se largará de la habitación decepcionada. Y la voz se puede correr muy pronto: “Nacho ya no sabe follar”, “Nacho no es para tanto”... Ésa sería mi condena.

En cualquier caso, cuando toca rodar una felación, el actor no aguanta más que unos minutos: no le alcanza la paciencia para más. Enseguida se empeña en penetrarlas, en apoderarse de ellas. Quizás porque cuando tienen su pene en la boca dominan la situación. Y eso no le gusta. Así que no tarda en soltarles:

—Deja de comérmela que te voy a follar.

A muchas no les gustará este tono. Les parecerá duro, descarnado y prepotente. Pero el actor asegura que, cuando una mujer ve uno de sus vídeos a solas en casa, se vuelve loca con los jueguecitos sexuales que pone en escena. «¿O es que alguien todavía pensaba que ellas no consumen pornografía?» Cada vez más, el público masculino está perdiendo la parcela de exclusividad que mantenía desde su invención sobre el mercado del cine de sexo. Y Nacho es consciente de ello.

—Creo que sé lo que les gusta. Por eso evito las típicas posturitas acrobáticas. Lo que intento es crear situaciones, generalmente muy tensas o románticas, pasionales, agresivas... A la actriz le puedo pegar un soplamocos igual que le doy un beso o le meto la lengua hasta las amígdalas.

Se acabó la típica secuencia pornográfica de la mamada, seguida de penetración vaginal en diferentes posturas, para terminar con una enculada a cuatro patas y la consabida eyaculación en el rostro. De entrada, aquí no existe un patrimonio exclusivo de la violencia para el varón. Porque la actriz del corpiño de cuero acaba de recostar a la geisha sobre un potro de tortura y le ha levantado el kimono hasta dejarle el culo al aire, bien ofrecido. Después le baja las bragas, rojas y estrechas, hasta la altura de los muslos, y comienza a propinarle una severa tunda de azotes con la palma de la mano bien abierta hasta que, de repente, la imagen se acelera: Fast Forward.

—Ahora verás cómo me corro. Mucha gente se cree que el cine porno utiliza efectos especiales para aumentar la leche de los actores, pero no es cierto, se trata de uno de esos mitos más populares, como el de las fluffers: ¿para qué voy a necesitar yo a alguien que me ayude a ponérmela dura? Yo me he corrido dentro de muchas tías. Es muchísimo más excitante que eyacularles en la cara. Ok, también me he corrido en muchas jetas, lo reconozco. Si la tía te lo pide, hazlo. Pero intento hacer las cosas de otra manera por la sencilla razón de que, en mis películas, no obligo a nadie a hacer lo que no le gusta. Y si te molesta que te hagan un anal, por mucho que te pague no te daré por el culo. Yo quiero que las chicas lo pasen bien por una hora y luego se vayan a casa con la pasta en el bolso. Así de simple. Y me parece que de esta manera todos nos respetamos más. Te diré una cosa: el sexo anal está mitificado. En realidad, si no lo haces no te pierdes gran cosa. Piensa que el culo es simplemente una tripa. Una tripa por la que sale mierda. Y el coño, en cambio, es un tubo que se acopla perfectamente al pene.

»Muchas veces, las mujeres son sodomizadas aunque les duela. En el porno, el anal es lo que más vende. Pero yo no lo incluyo en todas mis películas. Hay muchas actrices que te dicen que no tienen ningún problema con ello, pero luego les duele horrores el culo. En ese caso, no ruedo la escena. A veces te encuentras con actores que dicen: “Me da igual que sufras, tú has dicho que te dejabas dar por culo y lo tienes que hacer”. Yo tengo otra visión sobre el asunto. No quiero forzar a nadie porque eso no me calienta.

»Hay gente que cree que si una actriz se niega a hacer sexo anal no encuentra trabajo. Eso no es del todo cierto. La mujer que no pone pegas trabaja mucho más, sin duda. Si tienes un cuerpo precioso, puedes hacer porno sin que te den por culo. Pero a la gente le gusta ver enculadas, eso está claro. El público que compra las películas es el que impone las reglas. Los que hacemos porno nos limitamos a darle lo que pide. No puede ser de otra manera.

 

 

Play: en la siguiente escena, vemos a una rubia platino con un tirabuzón cayéndole sobre el rostro y los ojos, grandes y brillantes, mirando llenos de sumisión hacia el falócrata que la domina. Su cara no presagia nada bueno.

—Este episodio se titula El mono celoso, porque aparece un mandril haciéndose una paja. En esta escena, la chica está atada en una silla, intenta escaparse y se cae; yo le hago unas fotos con una Polaroid para ponerme cachondo.

Como banda sonora, o, mejor dicho, ruido de fondo, se escucha una curiosa sintonía más propia de una misa negra que de una película para adultos.

—Lo que oyes es chino mandarín hacia atrás. Yo soy un serial killer y ella está drogada, por eso me ve así, con la imagen distorsionada. Ahora vas a ver que le corto un mechón de pelo... Más retorcido no puede ser.

La chica protesta mientras Nacho comienza a maltratarle los agujeros con la lengua, desatando poco a poco una incontable retahíla de gemidos en la joven. En un plano intercalado, aparece el mandril subido a un columpio y comienza a masturbarse cada vez más deprisa, inspirado por la perversidad de la escena. Entonces Nacho libera a su víctima y le mete el pene en la boca, provocándole náuseas y una riada de saliva que le resbala por los testículos y le mancha los calzoncillos. Le baja las bragas y se la introduce de espaldas mientras, con una botella, le da por el culo con la destreza de un cristalero de Bohemia. Es el preámbulo para romperle el esfínter de una fuerte embestida. Ella apoya la cara en el suelo y abre la boca con toda la elasticidad que le permite su mandíbula. Sabe que necesita morder algo para soportar la enculada y lo único que encuentra a mano es la pata de una silla, que encaja entre sus dientes. Luego pone las nalgas en pompa y se dispone a resistir los fieros empujones del serial killer. Es un coito anal brutal: las embestidas de Nacho arrancan alaridos de placer y desagrado entremezclados en su víctima, que acaba completamente derrengada, al tiempo que continúa con la mejilla apoyada sobre el frío suelo de la habitación. En esta imagen, con un primer plano del rostro de la actriz, la cinta se detiene de nuevo en modo pause.

—Fíjate qué belleza de mujer. Es Avy Scott, mi compañera de piso. Una excelente persona. Y, en la cama, canela fina. La conocí en un rodaje y nos gustamos enseguida. Esta escena está rodada en mi casa. Aquí te das cuenta de lo sumisa y predispuesta que es conmigo. Cada uno de nuestros polvos se convierte en una buena excusa para filmar una película. Ella está totalmente entregada. En estas imágenes hay una pasión tremenda. Además, hace unos meses me la llevé a vivir conmigo. ¿Qué problema hay? Nuestra amistad funciona perfectamente. No deja de repetirme que se casaría conmigo en cualquier momento. Le encanta que me la folle y siempre me pide que sea más bruto y dominante con ella.

Avy tiene 21 años y es amiga de Michelle, la novia de Nacho, que también es actriz porno. Los tres comparten un apartamento en el barrio de Chassword, una población de la periferia de Los Ángeles. Eso es amor. Un lugar que a menudo se convierte de forma improvisada en el estudio de rodaje de algunas de las mejores escenas de Nacho Vidal Productions. Sus fans podrán reconocer el mobiliario de la sala de estar, las habitaciones y la cocina del actor en más de una de sus películas. Play.

—Ahora quiero que veas una escena maravillosa —susurra engolando la voz y poniendo esa mirada de Satanás con la que asusta a las actrices y subyuga a la cámara. En la pantalla, Avy lame con fruición el largo empeine del zapato negro de Nacho. Poco a poco lo deja limpio, reluciente y cubierto de una brillante y espesa capa de saliva. Luego continúa por la suela, para, instantes después, desabrocharle los cordones, quitarle el zapato y lamerle los dedos con el calcetín puesto.

»Es la primera persona en mi vida que me ha chupado las suelas y los calcetines. Una tía que se mete mi zapato en su boca, con 130 de pecho y una hermosura fuera de toda duda, merece todo mi respeto y admiración. Es una gran profesional. Y, como vivimos juntos, a veces le digo: “Cuando te veo desnuda por la casa, me dan ganas de saltar encima de ti y destrozarte”. Se pone muy caliente. En un rodaje, para conseguir lo que quiero, siempre les digo ese tipo de cosas a las actrices con la intención de crear un clima adecuado de lujuria: los sentimientos de verdad siempre las calientan mejor que cualquier fantasía sobre raptos y violaciones.

 

 

Stop y Fast Forward. La próxima escena se llama: Cherry Mafia. Una joven vendedora de cerezas está apostada con su cesta en una esquina del downtown.

—¡Cerezas! ¡Quién quiere cerezaaas! ¡Compren cerezaaaaaas!

Nacho es el jefe de la mafia de las cerezas, unos tipos malos que poseen el monopolio de su comercio en toda la ciudad. Controlan la producción y la distribución, además del comercio al por menor. Y la muchacha va a sufrir las consecuencias de no haber pagado la comisión obligatoria para su protección.

—Somos la mafia de las cerezas. Te vas a enterar de lo que vale un peine.

A la pobre chica le llueven un par de cachetes y es arrastrada hasta un portal.

—Ésta va a ser la última vez que vendas cerezas.

Nacho se la lleva a su propio apartamento, lo que arroja una ligera idea de lo encadenada que está su vida a su profesión. Allí se la trajina como le sale de las narices, en todas las posiciones posibles, algunas impensables. Una y otra vez, la penetra por el coño y por el culo hasta el último centímetro de carne. Luego se la pasa a su compañero, Manuel Ferrara, un francés con un pene casi tan ancho como el suyo.

—La chica a la que nos estamos trabajando se llama Julie Knight. Es una loca. Le estás pegando un bofetón y te chilla: «¡Pégame más fuerte!». Le pegas más fuerte y te dice: «¿Eso es todo lo que sabes hacer?». Me he encontrado con muchas mujeres, tanto en el porno como fuera de este mundo, a quienes les encanta este tipo de sexo: cuanto más sucio y violento, mejor.

»Una vez me invitaron a un programa de la televisión valenciana y me sentaron junto al doctor Cabeza, la sexóloga Carmen Vijande y otros carcas. Conectaron en directo con una sala de sadomaso en la que se veía a un tío de rodillas con una pelota metida en la boca y una cadena al cuello. Se escandalizaron: “¡Eso no es sexo! ¡Es gente enferma!”. Llegaron a cortar la conexión. Sentí desprecio en sus miradas. Me pasa a veces cuando voy a televisión. Me cabreé y me quedé callado durante todo el programa. No tienen ni idea. Me hubiera gustado decirles que se dejaran de tanta hipocresía. Me juego el cuello a que a todos les encantaría ser esclavizados por una tía que les clavara los tacones en la espalda o viceversa, disponer de una esclava sexual para hacerle cualquier cabronada. Pero sé que me arriesgo a recibir las censuras de los sectores más conservadores de la sociedad. Mis propuestas pornográficas son inquietantes para muchos. Yo le recuerdo constantemente a los pudibundos, a los religiosos y a las feministas que todo lo que sucede en mis películas está pactado libremente entre adultos que incluso llegan a pasárselo muy bien con este trabajo. Y, sinceramente, creo que eso es lo que más molesta.

»Recuerdo una escena en que Julie Knight se estaba follando a un negro. El tío la escupía, la pegaba, la insultaba... La trataba fatal. Julie se lo pasaba en grande. Lo único que no soporta es el racismo. Y el negro cometió el error de llamarla white trash. Todavía me duele el bofetón que se llevó. “Llámame puta, zorra, perra, guarra... pero nunca me vuelvas a llamar basura blanca”, gritó ella. Es que hay cosas que no se deben tolerar, y el racismo es una de ellas.

Está claro que la pobre Julie, al finalizar la sesión de tortura consentida a la que le ha sometido, cambiará para siempre de negocio. Se acabaron las cerezas para ella. Y, por si todavía alberga alguna tentación al respecto, Nacho concluye la escena encerrándola en la nevera como si fuera un producto de consumo con fecha de caducidad. Stop: la película se detiene en este punto. El actor, con el mando a distancia en la mano, agita el puño en el aire en señal de victoria: se muestra eufórico ante el resultado de su trabajo.

—Estas cosas sólo se pueden hacer al otro lado del charco. ¡Me encanta follar en América! ¿Sabes cuál es el problema? Pues que en Europa el 99% de las mujeres se dedica a esto exclusivamente por dinero. En cambio, en Estados Unidos, además de querer pasta, a las chicas les encanta que se las follen. Por todos lados y en todas partes. Para dedicarse a un trabajo tan duro como éste es necesario tener vocación. Hacer porno no es tan sólo estar de fiesta; se trata de una forma de vida que obliga a la gente a poner toda la carne en el asador.

Él casi siempre ha rodado en Europa, pero ahora, salvo excepciones, lo hace exclusivamente en su patria de adopción. En el Nuevo Continente puede filmar en cine digital. El maquillaje es mejor que en cualquier país europeo. El fotógrafo, los escenarios, los profesionales... Todos se sienten mucho más entregados a la profesión. Y las actrices, según cree, son unas auténticas amazonas capaces de cabalgarse a cualquiera bajo las condiciones más extremas e inconfesables.

—La cultura norteamericana es totalmente diferente a la europea. Sexualmente, están tan reprimidos que explotan por donde pueden. Por ejemplo, metiéndose en una habitación y haciendo todo tipo de barbaridades. Claro que otras veces les da por entrar en una hamburguesería con un rifle de repetición y causar una masacre de adolescentes glotones. Pero es que casi todas las perversiones actuales han nacido allí…

Cada minuto es violada una mujer en Estados Unidos. La violencia sexual afecta a más de 700.000 cada año en el único país industrializado que no ha ratificado la convención de la ONU sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Sin embargo, tiene una legislación muy estricta en lo que a cine porno se refiere. El FBI acostumbra a pisar los talones a las productoras para evitar posibles desmanes: los federales pasan por alto que lo obsceno funciona a menudo como un excitante del deseo y éste como una vía de escape a la agresividad. Además, cada estado tiene su propio y detallado código de rodaje que indica qué es lo que se puede y no se puede mostrar en la pantalla. Al final, los menos permisivos, como Texas, son los que marcan la pauta, porque las productoras no quieren arriesgarse a dejar de comercializar sus películas en ciertas regiones de la América profunda.

—Es una mierda de hipocresía. Puedes filmar una película donde salgan cien mil cadáveres llenos de gusanos, pero prueba a fingir una violación en una escena de sexo y acabarás en la cárcel. Si una actriz se mete más de cuatro dedos en el coño, te meten en la cárcel; si haces fist-fucking (meter el puño en la vagina), te meten en la cárcel; no existe el sadomasoquismo; ni la zoofilia. No es que me guste el sexo con animales, me parece repugnante, ya que un animal no puede dar su consentimiento igual que una persona, pero sé que mucha gente lo compra y le gusta. De hecho son las películas más caras y las más vendidas; por algo será.

Las prohibiciones también alcanzan a los países europeos. Aunque en general la legislación es mucho más permisiva en la vieja Europa, algunas grandes empresas tienen por costumbre entregar a los directores, antes de rodar, un código que recoge las principales prohibiciones de los distintos países en que comercializan sus productos, a fin de prevenir futuras sanciones. Algunas son tan ridículas como la que afecta al símbolo de la Cruz Roja: las cruces pueden ser verdes o negras; nunca del rojo original.

—Yo siempre rozo los límites de la ley en mis películas —asegura el actor—. Pero es que el porno tiene que ser un cine que provoque emociones fuertes. El otro día me llamó John Stagliano, el fundador de Evil Angel, una de las distribuidoras más importantes de Estados Unidos. Trabajo para él. Acababa de ver Back 2 Evil y me dijo:

—Nacho, estás preparado para ir a la cárcel, ¿no?

—¿Por qué?

—Porque toda tu película trata sobre serial killers, violaciones, mamporros, bondage, sadomaso... O sea, todo aquello que está prohibido. Nos van a meter en la cárcel. Te lo aseguro.

»Aunque alguna vez me arriesgue a que me encarcelen, te aseguro que vale la pena trabajar en los Estados Unidos. Prueba a meterle la polla a una actriz americana en el culo. Luego la sacas, le das la vuelta y se la introduces en la boca de una hostia, diciéndole: “Chúpala, déjala como la has encontrado”. ¡Y se la come enterita! Lo he rodado muchas veces, aunque nunca lo he puesto en una película. El público y los censores no están preparados para algo así. En cambio, si hiciera eso con una europea me daría una torta; o, peor aún, me pondría una denuncia. Allí, en Estados Unidos, estas conductas son muy habituales. A las actrices americanas les gusta mucho ese rollo psicológico del control y de la humillación. Les excita mucho que las peguen, que las traten duro; se quieren sentir sometidas. A mi novia, por ejemplo, le encanta que le rompa el culo y le dé unos cachetes de vez en cuando. Y, si no lo haces, te lo exigen; no creas que, a estas alturas, es fácil para mí escoger. Lo que yo te diga: los americanos son muy retorcidos.

 

 

Play: una chica de proporciones generosas, ojos negros y pelo rubio cobrizo se traga el miembro gigantesco de un negro pelado al cero. A continuación, él se la sube sobre las caderas y le mete, centímetro a centímetro, todo el pene en el ano, mientras otro negro la somete desde el principio a una nueva felación. Ambos la poseen con envites dignos de un partido de fútbol americano... La chica aguanta con escaso estoicismo y gime espasmódicamente, como si la estuvieran conduciendo al matadero en un día de San Martín. La escena se titula Surprise, baby, y acaba cuando Nacho entra en escena con un anillo de compromiso que le pone en el dedo al tiempo que ella le cuenta lo mucho que ha disfrutado con el regalo que acaba de recibir. Cualquiera diría que es casi autobiográfica. Stop and Fast Forward.

—Estados Unidos —opina el actor— es un país muy religioso, y eso es muy bueno para el sexo: todo el mundo crece con un vicio incontenible. Fíjate que incluso te puedo asegurar que casi todas las yanquis que conozco han sido violadas o agredidas sexualmente en algún momento de sus vidas. Como mínimo, maltratadas... O han sufrido tocamientos en el colegio a manos del maestro, la maestra... O el sobrino o el tío... Sé que no me crees. Nadie me cree cuando vengo a España y lo cuento. Es la hostia en verso. Pero te voy a dar pruebas.

Nacho se levanta de la cama de Jose, improvisada sala de proyecciones, y se va hacia el altillo llamando a gritos a Michelle. Pocos segundos más tarde se presenta en la habitación junto a su novia, una joven bajita y sensual, con el pelo a lo garçon y unos labios carnosos eternamente sonrientes.

—Ok, te presento a Michelle. Ahorrémonos las cortesías. Ella te va a contar lo que sucede con el tema de las violaciones en su país.

En un inglés americano apenas comprensible para el tosco oído medio peninsular, la dulce y veinteañera pornostar comienza a narrar las peripecias sexuales para las que se la ha requerido:

—Todas las mujeres de mi familia han sido violadas. Todas. Excepto una, mi hermana pequeña, porque todavía tiene cuatro años. Pero estoy segura de que cuando sea mayor la violarán. Mis hermanas, yo misma, todas mis amigas... han sido agredidas en alguna ocasión. A mí me ocurrió una vez. Fue un skinhead. Hizo conmigo todo lo que quiso. Aquí, en España, sois muy abiertos con el sexo. En serio. Pero en mi país no puedes ir por la calle con una revista porno si no la llevas en una bolsa; tampoco puedes hacer top-less en la playa. La gente está muy reprimida y las agresiones son muy frecuentes.

Nacho escucha el relato con el ceño fruncido. Cuando Michelle termina de hablar, expone sus opiniones con la alegría de un sociólogo ante una estadística favorable:

—La represión sexual vuelve loca a la gente. Sé por experiencia que a muchas mujeres les gusta el sexo duro, cuanto más duro mejor: ser pegadas, azotadas e incluso ahorcadas... Sí, oyes bien. A Michelle le encanta que le apriete el cuello cuando está a punto de alcanzar el orgasmo.

Entonces lleva las manazas al gaznate de su compañera, que está muy calladita y sonriente, sentada sobre la cama, y le pone los pulgares sobre la yugular hasta que comienza a amoratársele el rostro.

—¿Ves? Es así de fácil. Aprietas sin estrangular. Sólo impides que la sangre llegue al cerebro y, al cabo de unos segundos, se desmaya de placer. ¿Recuerdas el diputado inglés al que encontraron muerto con una bolsa de plástico en la cabeza? Se trata del mismo principio. Y da un gustazo... Cuando empieza a desmayarse, esperas un poco más y la sueltas. Luego vuelve en sí, llorando, diciéndome: «¡He estado muerta!», y cosas así.

Ella le mira con cara de cordero degollado y cierto temblor en sus labios de ángel, que ya no sonríen. Parece querer añadir algo, pero traga saliva y no dice nada.

 

 

Nuestro pornostar cree que el sexo es, ante todo, fantasía. La fantasía de poder encerrarse con alguien en una habitación y poner en práctica todo lo que tu mente sea capaz de imaginar.

—Ayer, Michelle era un niño de quince años. Yo le chupaba el clítoris y ella se imaginaba que le estaba comiendo la polla. Adivina el resto. Son fantasías que pueden escandalizar a mucha gente, pero es bueno ponerlas en práctica con tu pareja. A muchos les parecerá asqueroso que me monte jueguecitos haciendo ver que mi novia es un adolescente, pero la opinión de los demás me suda la polla. Lo único que hago es pasármelo bien de una forma sana. Y a Michelle le encanta. Lo cierto es que este tipo de juegos sólo los he practicado con ella, que es quien me los ha enseñado.

»De todas maneras, como habrás observado, yo tengo unos límites morales bastante dilatados. Eso sí: jamás me acostaría con una niña de catorce años. Me parecería una falta de respeto. Me jode que haya millones de personas que continúen yéndose a Brasil o a Tailandia para tirarse a niños y nadie haga nada al respecto. En cambio, todo el mundo quiere prohibir la prostitución y hasta las películas de sexo. A menudo nos han acusado de rodar con menores, pero casi siempre que pasa algo así es porque el director no sabe la edad real de las actrices.

Desde los años 80, el subgénero teenagers es uno de los más vendidos en países como Alemania u Holanda, donde muchos se han especializado en este tipo de películas en las que aparecen exclusivamente chicas de 18 o 19 años jugando con el equívoco de aparentar menos. Sin embargo, en el mundo del porno a veces se cuelan menores de edad. El caso de la famosa Traci Lords resultó ser el primer escándalo sonado en el que una adolescente fue empleada en multitud de películas pornográficas. Aunque el pastel se descubrió cuando la chica ya había cumplido con creces los 18, se iniciaron varios procesos en contra de las empresas de cine para adultos implicadas que costaron la cabeza a algunos empresarios y directores.

La todavía joven yegua del Oeste, nacida como Nora Kuzma el 7 de mayo del mítico 1968 en un villorrio de las praderas de Ohio llamado Steubenville, debutó a los 15 años como modelo en paños menores para la revista Penthouse. De aquellas fechas data la primera falsificación de su carné de identidad, que le permitió iniciarse en el mundo del hardcore, es decir, en las películas de sexo duro, por oposición al softcore, donde nunca aparecen primeros planos sexuales. La actriz pronto alcanzaría el Olimpo de la fama gracias a sus sensuales lengüetazos, sus pezones tremebundos y una dote natural para el gemido que, con la ayuda del dolby estéreo de las salas de cine X de la época, la catapultaría al estrellato.

En 1986, con las autoridades pisándole los talones, acusada de haberse cargado todas las leyes federales para la protección de menores, Traci abandonó el cine porno para reciclarse en actriz de películas comerciales de bajo presupuesto. Sus seguidores, que siguen siendo muchos, continúan disfrutando de sus encantos en títulos como Vampiro del espacio, Cry baby, Los Tommyknockers y otras perlas de serie B. Años después conseguiría un papel estelar en Melrose Place y grabaría un disco —1000 Fires— en el que sus aptitudes como solista se encuentran en reñida competencia con su destacada destreza como felatriz.

—Lo que pasó con Traci Lords —advierte Nacho— ha ocurrido muchas veces en el mundo del porno. Conozco el caso de una muchacha que fue a visitar a un director amigo mío para ofrecerse como actriz. La chica le gustó y rodó una escena con ella. Lo que no sabía es que había falsificado el carné y tenía tan sólo 17 años. Automáticamente, los padres y sus abogados le llamaron para pedirle un millón de dólares de indemnización. Le amenazaron con llevarle a los tribunales si no pagaba. Y tuvo que hacerlo, porque ni siquiera tomó la precaución de guardar una fotocopia del carné de la joven, y se arriesgaba a pasar varios años en el trullo.

Hoy en día, todos los directores toman ésa y otras precauciones, como fotografiar a actrices y actores con el pasaporte en la mano. Cada vez que una muchacha nueva aparece en una productora de cine porno, todo el mundo desconfía.

—¿Cómo sabes que es mayor de edad? Simplemente ves a una niña preciosa y te la quieres follar cuanto antes. Algunos se cubren las espaldas con abogados antes de tirársela y otros dicen: a la mierda, me arriesgo, y ruedan con ellas. He estado en Colombia en varias ocasiones y, en los castings, siempre nos cuelan a varias menores. Una vez me trajeron a la misma dos veces. Y me dicen: «No, no es la misma, es su hermana gemela». ¡Vaya morro! Yo sabía que no era cierto. La falsificación del DNI era patética.

»En estos casos, algunos directores pasan de rodar con la menor, pero se la tiran. O bien ruedan y luego esperan a que cumpla los 18 para comercializar la escena. No pongas esa cara. Yo lo miro de la siguiente manera: una chica que tiene 17 años y quiere hacer porno es que, ante todo, desea ser follada. Lo principal es el dinero, sin duda. Pero si le importa tanto la pasta, tampoco le debe desagradar que te la folles.

»Pensarás que no tengo escrúpulos. Pero yo he hecho el amor con 101 mujeres en cuatro días. Ellas han podido descansar, reponerse. Y yo no. ¿Quién es utilizado? ¿Quién se convierte en un objeto sexual? ¿Ellas o yo? Cuando te has follado a las seis primeras, ya sólo puedes tirar de coco. Imaginar cosas bonitas que te la sigan poniendo dura. Porque, de otra manera, te quedas sin negocio. Y no tienes a nadie detrás que te pague las facturas, la hipoteca o las letras del coche. La película se titulaba 101 mujeres para Nacho Vidal. Fue para Vivid, una de las compañías más importantes del mundo. Todas las tías eran perfectas. Estaban buenísimas. Era un casting de lujo. El primer día me tiraba a 25, el segundo también. Y el tercero. Pero el cuarto... Ése fue el peor, porque después de las 25, todavía me tuve que tirar a otra para completar la cifra.

 

 

Play: Michelle, de nombre artístico Belladonna, aparece en pantalla disfrazada de ángel negro, con medias y ligas, alitas a la altura de los omóplatos y un tutú que le deja el culo y el coño al aire. Está encerrada en una jaula y Nacho, su cuidador, se encargará de devolverle la libertad a cambio de unos cuantos favores íntimos. Primero le mete el pene en la boca a través de la reja. Después se cuela bajo su falda y la posee por el culo, agrandándoselo hasta que adquiere el aspecto del agujero de una mesa de billar.

Sentada sobre la cama, la Michelle de carne y hueso continúa sin decir una palabra. Es una chica tímida, de Utah, hija de un capellán militar de culto mormón. Acaba de cumplir 22 años.

—Cuando te veo follar en la pantalla me vuelvo loco, honey —le dice Nacho mirándola a un palmo de su cara y poniendo los ojos en blanco. Belladonna es ahora mismo la actriz más cotizada de Estados Unidos, a la altura de la famosa Jenna Jameson. Y Nacho es el mejor actor porno del momento. Juntos, están dispuestos a comerse el mundo.

Se conocieron en Praga, durante un rodaje en el que, además, las cámaras de la cadena estadounidense ABC grabaron todos los detalles del romance. Besos en las esquinas, achuchones furtivos en los recovecos del hotel, declaraciones de amor intempestivas... A Belladonna le realizaron un seguimiento de dos años que documentó el proceso mediante el cual una actriz desconocida es encumbrada hasta la fama, que en el mundo del porno se traduce en ganar el premio a la mejor interpretación en el Festival de Cine Erótico de Las Vegas, conocido como Adult Video News Awards (AVN).

—Michelle ha ganado un montón de premios allí. Yo también. Y además me he llevado unos cuantos en los mejores festivales de cine erótico del mundo: Berlín, Cannes, Las Vegas, Los Ángeles y Barcelona. Soy el mejor en esto, tío. Y todo lo he conseguido cobrando por follar. Realmente creo que soy una persona afortunada, y a veces, cuando voy conduciendo, me paro en la carretera, me pongo de rodillas en el arcén y doy gracias por todas las cosas buenas que me ha dado esta vida. Si me muriera mañana, lo único que tendría que reclamar es que se haya inventado el sida. Pero no le tengo miedo.

»¿Realmente quieres saber si trabajar en el mundo del porno tiene algún inconveniente? Por supuesto que lo tiene. Para empezar, es difícil tener pareja fija. Además, en este negocio la gonorrea es difícil de controlar. Es el pan de cada día. Pero no pasa nada. Te tomas unas pastillitas y sanseacabó. El único problema es que, si contagias constantemente a tu pareja con enfermedades como la clamidia o el papiloma, al final puedes joderle la matriz. Por lo demás, a mí el cine porno me lo ha dado todo. La vida se ha portado a lo grande conmigo.

Al acabar de rebobinarse, la cinta sale disparada automáticamente del vídeo. Nacho la coloca en su caja provisional como si fuera el cofre de un tesoro y le da un beso a la carátula antes de ponerla sobre la cama. Después se lo piensa un momento y la vuelve a sacar de su envoltorio, se levanta de la cama y se la restriega durante unos segundos por el paquete.

—Toma. Llévatela. Te traerá suerte. Mi polla es oro puro: a mí me lo ha dado todo, así que no estaría mal que esta semana te jugaras cuarenta duros a los ciegos. A ver qué pasa. Y ahora, vamos a cenar. Tengo un hambre de lobo. Y esto es sólo el principio de una larga y jugosa conversación.