cabaret

Cabaret, 1972

Dirección: Bob Fosse. Producción: Allied Artists. Productor: Cy Feuer. Guión: Jay Presson Allen, según la obra de teatro de John Van Druten “I Am a Camera”, adaptada de la novela de Christopher Isherwood. Fotografía: Geoffrey Unsworth (color). Montaje: David Bretherton. Música: Ralph Burns. Dirección artística: Jurgen Kiebach, Rolf Zehetbauer. Intérpretes: Liza Minnelli, Michael York, Helmut Griem, Joel Grey, Fritz Wepper, Marisa Berenson, Elisabeth Neumann-Viertel. Duración: 124 minutos.

 

Todo empezó en 1931, cuando Christopher Isherwood, con veintisiete años, recala en Berlín. Allí vive varias aventuras y palpa, no sin inquietud, el nacimiento del nazismo, el levantamiento de un sentir colectivo que acabará en tragedia histórica. De su experiencia nace, en 1939, “Adiós a Berlín”, estupendo relato, a la manera de reportaje, de la Alemania de entreguerras.

De “Adiós a Berlín”, el escritor John Van Druten crea la comedia teatral “Soy una cámara” -notablemente llevada al cine por Henry Cornelius en 1955- y, años más tarde, sale un musical de éxito de Broadway, que Bob Fosse, con guión de Jay Presson Allen, lleva a las pantallas en 1972. Su éxito es igualmente extraordinario. En la merienda de los Oscar se pega un señor atracón: ocho estatuillas frente a las tres que se llevó El padrino, una injusticia a todas luces, pues por atractivo que sea Cabaret, el filme de Coppola lo supera abiertamente.

Como musical, Cabaret posee números de gran fuerza, calidad y vistosidad, situados dentro del marco del cabaret y de lo que ahí se escenifica (lo que para los puristas del musical hace que la película se descarte del género, pues en él sólo cabrían aquéllas cuyos números los impulsa un cuadro onírico y no realista), como el que da título a la obra o el no menos archiconocido “Money, Money”. Como melodrama social, su brillantez es menguante, aunque lo avala una honestidad de planteamientos en cuanto a retrato más a menos verídico de una época concreta. Esta descompensación se debe a una lógica aplastante: Bob Fosse era mucho mejor coreógrafo -cabeza y piernas en estado de ebullición, arte alado y latido de corazón etéreo- que director, oficio en el que daría lo mejor de sí no en Cabaret, sino en Lenny.

De todas maneras, Cabaret es una propuesta que siempre se ve con agrado, ya sea por los ya aludidos números, ya por quienes los llevan a cabo: un maquilladísimo, estilizado Joel Grey como maestro de ceremonias y de pantomimas, y Liza Minnelli -hija de Vincente y de Judy, es decir, hija del musical mismo- en el que, sin duda, ha sido el papel de su vida.

Jordi Batlle Caminal (La Vanguardia)