¿Qué era el toque Lubitsch? 

 

   Como decía su colega y admirador Billy Wilder, “durante veinte años todos nosotros intentamos encontrar el secreto del toque Lubitsch. De vez en cuando, con un poco de suerte, lográbamos algún que otro metro de película que brillaba momentáneamente como si fuera de Lubitsch, pero no era realmente suyo”. El toque Lubitsch era como el aroma de un buen vino que todo el mundo detecta y degusta pero que nadie acierta a explicar del todo. Estaba compuesto por un argumento elegante y sofisticado, por un refinamiento que se deslizaba a menudo hacia la ironía fina. En cada escena era tanto lo que se sugería como lo que se mostraba y, en muchas de sus películas, subyacía un erotismo tan sutil, que los censores nunca podían cortarlo, porque no se puede cortar un aroma. Eran las de Lubitsch comedias de apariencia ligera pero que deslizaban un compromiso moral y social como en Ser o no ser (1942), en la que este alemán contó las peripecias de una compañía de teatro en la Varsovia ocupada por los nazis.

   Detrás de unas escenas que resultaban tan naturales como si se produjeran en el instante en el que las veía el espectador, se escondían, curiosamente, unos guiones muy trabajados en los que colaboraban algunos de los escritores más inteligentes de la industria, como Billy Wilder o Charles Brackett. Lubitchs era, además, un perfeccionista que no dejaba al azar ningún detalle. Para recrear en el estudio la tienda de Budapest en la que ambientó El bazar de las sorpresas (1940), por ejemplo, pidió a uno de sus colaboradores que le consiguiera el inventario de existencias de una tienda de artículos de piel de esa ciudad. Y cuando una de las protagonistas de esa película, Margaret Sullavan, le enseñó un vestido de dos dólares que había comprado para el papel, le dijo que era demasiado elegante para el personaje, pero no lo rechazó. Hizo que lo retocaran para que no le sentara tan bien y lo puso al sol para que quedara descolorido.

   Ernst Lubitsch era alemán y, antes de trasladarse a Hollywood, había alcanzado ya el éxito en su país como director y como actor, interpretando a un sastre judío llamado Meyer, que llegó a ser allí tan popular como Charles Chaplin o Buster Keaton. Se trasladó a América en 1922 por expreso deseo de la gran estrella del cine americano del momento, Mary Pickford. Con ella no se llevó muy bien. Fue la excepción porque, a lo largo de sus años de carrera, se ganó fama de hombre amable. Su memoria era tan prodigiosa y considerada que era capaz de recordar hasta el nombre del último técnico que trabajaba en cualquiera de sus rodajes.

   El 13 de marzo de 1947, Hollywood le dedicó un Oscar especial por toda su carrera. En el escenario sufrió un súbito dolor en el pecho. Logró recuperarse, pero ocho meses más tarde otro ataque al corazón acabó con él. Tenía 55 años. Cuando terminó el entierro, Billy Wilder le comentó con tristeza al director William Wyler: “Se acabó Lubitsch”. Y Wyler replicó: “Peor aún, se acabaron las películas de Lubitsch”.