"Hasta siempre, hijo mío"

"Hasta siempre, hijo mío"

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El argumento: Dos matrimonios se adaptan a los grandes cambios sociales y económicos que tienen lugar en China desde la década de 1980 hasta el presente.

Conviene ver: “Hasta siempre, hijo mío” fue uno de los títulos que marcaron la Berlinale 2019. Wang Xiaoshuai hace un repaso a la China de los últimos 30 años, en donde para combatir la superpoblación se ha restringido drásticamente el número de nacimientos por familia, a través de una pareja que ha perdido a su hijo en un accidente, mientras jugaba con otros niños en un embalse, y también de un matrimonio amigo al que están muy unidos y cuyo hijo se salvó del mismo. Mientras los primeros tratan de lidiar con la tragedia, y con el remordimiento de haber seguido los dictados de la ley, los segundos lo harán con el sentimiento de culpa. No está narrada en orden cronológico, a lo largo de casi tres horas de duración se van alternando escenas pertenecientes al pasado y el presente de los protagonistas, un claro símbolo de que las historias son cíclicas y que los hechos vividos condicionan de manera determinante, y también contemplamos la evolución de un país que se abre al progreso pero que se sigue aferrando a sus políticas draconianas y en cierta manera hipócritas que impide la proliferación de la natalidad a pesar del dolor y frustración que ello puede provocar ante la incomprensible "ley del hijo único". Se nutre de excelentes interpretaciones; Yong Mei y Wang Jingchun se llevaron el Oso de Plata en la Berlinale y los dos están portentosos porque se someten a una transformación física que es muy sutil y veraz a lo largo de los años y sobre todo porque se funden con unos personajes que no tienen otra opción que amoldarse ante la adversidad sin renunciar a sus convicciones a pesar de todos los golpes y avatares en un país que no acoge con sus políticas, ni familiar ni laboralmente, y en el que sólo te salva la solidaridad, comprensión y apoyo de los demás. Una China que se abre al mundo abrazando el libre mercado con medidas como despidos de los funcionarios y una conversión hacia lo industrial que hará que pocos la reconozcan años después. “Adiós, hijo mío”, sobre la cadencia sentimental de la canción escocesa Auld Lang Syne, es un melodrama puro, de una factura clasicista y al que no le sobra nada, ni siquiera algún que otro giro rocambolesco en relación a la figura del hijo, biológica o no, que sobrevuela de diferentes formas en todo momento a este matrimonio a la hora de poder cubrir en parte la pérdida y tener que tomar decisiones sobre ello. La última parte de la cinta, con revelación final, y con una China que representa el cambio con esa estatua de Mao entre rascacielos, se ve favorecida por todo el componente emocional que de manera sutil va tejiendo a lo largo de una cinta humanista con gran carga de melancolía y simbolismo que habla del amor atemporal, el sacrificio abnegado y la necesidad de redención.

Conviene saber: Nuevo trabajo de Wang Xiaoshuai (“La bicicleta de Pekín”)  

La crítica le da un OCHO

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