¡Hola muchacho!
¿Cómo te fue en la noche de Halloween?. ¿Fuiste de celda en celda diciendo eso de trick or treat?. Aunque seguro que pediste un permiso especial para pasar esa noche en el cementerio. Ya sabes que no me siento cómodo con las tradiciones anglosajonas impuestas con calzador por los centros comerciales, así que esa noche decidí alejarme de mi piso, para así esquivar a los doscientos niños que esa noche van de letra en letra llamando a los timbres. Además, había pintado las paredes de la casa, así que decidí pasar la noche en la oficina. Marga me invitó a dormir con ella y su madre, pero decliné la invitación; no quería ser una carga para las dos. También pude haberme alojado en un hotel, pero me di cuenta de que nunca había pasado una noche entera en mi oficina, y qué mejor ocasión que aquella. Sin embargo, la noche que pasé allí fue… terrorífica. Me llevé mi edredón del cartel de "Casablanca"; mi idea era dormir sobre el enorme sofá de cuero negro de la entrada. Para conciliar el sueño, me llevé un libro perfecto para la ocasión: "Drácula". El silencio y la tranquilidad reinaban en mi despacho. En ese edificio abundan las oficinas, y tan sólo viven tres familias, y ninguna con niños alocados. Andaba por la página 43 cuando, tras un leve titubeo, la luz se apagó. Me entró un ligero escalofrío, y recordé lo mucho que me asusta la oscuridad; por eso guardo en cada cajón un par de velas. Tras tropezarme con todos los muebles de mi despacho, agarré una de las ellas y la encendí. Comprobé que el apagón sólo afectaba a mi edificio; las calles permanecían iluminadas y radiantes. Ya sé, muchacho, que un hombre de mi edad no debería asustarse como un chiquillo, pero te puedo asegurar que cuando escuché un aullido de lobo, rejuvenecí hasta los siete años de edad, y me puse a gritar como un chaval recién asustado por su hermano mayor en una noche de tormenta. Maldije en ese momento todas las películas de miedo que había visionado hasta entonces.