Entre los films aquí rodados destacan los que produjo Procusa, una empresa de mucho empuje gestionada por gente del Opus Dei que controlaba también el sector de la distribución a través de las muy activas Dipenfa y Filmayer. Los últimos días de Pompeya y El Coloso de Rodas fueron unos de los mejores títulos del peplum, y Goliath contra los gigantes, aunque de menor enjundia, todavía se deja ver con agrado. A nivel de exhibición, el peplum tenía atractivo para el público y no planteaba a priori grandes problemas a la censura de la época: cierto que en todos aparecía un país oprimido por un tirano cruel y sanguinario, pero la situación estaba presentada de forma tan estilizada que nadie podía establecer embarazosas comparaciones con tiranías más actuales. Pero si desde el punto de vista político quedaba descartado el conflicto, pensemos que la Junta de Clasificación y Censura lo controlaba todo, y que el vocal eclesiástico sí tenía muchas objeciones que poner a cualquier peplum que pasara ante su inquisidora mirada.

Dos eran los puntos de fricción principales: uno conceptual y el otro más vinculado a la forma. El primero era la posibilidad de apología del paganismo que las intrigas planteaban: pensemos que la acción de la mayor parte de estas películas se desarrollaba en unas épocas en las que nadie sabía quién era Jesucristo y los personajes hacían su vida sin preocuparles lo más mínimo esa circunstancia. Aunque no se podía prohibir una película ambientada, por ejemplo, en la Roma republicana sólo porquenocontemplaba la futura llegada del Mesías, desde luego no se iba a tolerar ninguna referencia a las religiones antiguas: en el doblaje de La rebelión de los gladiadores, expresiones inofensivas como «sólo Júpiter sabe cuando vamos a morir» o «que los dioses te acompañen» se tuvieron que reconvertir en «sólo el destino sabe» y «que la suerte te acompañe». De acuerdo con esta mentalidad, todo peplum que evocara de alguna manera el sentir religioso de la Antigüedad caía bajo la sanción censora: films que aceptaban la presencia física de personalidades mitológicas como L’ira di Achille, Marte dio della guerra, Le Baccanti, Ercole al centro della Terra, Ulisse contro Ercole, Maciste all’Inferno o Le sette folgori di Assur fueron prohibidos sin apelación (Vulcano figlio di Giove fue inesperadamente «repescado» en 1985 como Titán contra Vulcano), y si se trataba de una escena puntual, como aquella de El rapto de las sabinas donde Rosanna Schiaffino y Jean Marais aparecían comoVenus y Marte, pues tijeretazo y punto. Realmente el reverendo censor tenía muy poca confianza en la religiosidad del espectador español, al que ya veía haciendo sacrificios a Moloch o algo peor después de asistir a una de estas proyecciones, lo cual se hace todavía más ridículo si consideramos que todos estos films se habían rodado a escasa distancia delVaticano sin que Su Santidad hubiera hecho nunca la menor observación.

Derivado de este planteamiento era también la negación del nihil obstat a cualquier film que planteara aspectos del Antiguo o Nuevo Testamento de forma que pudiera considerarse frívola: de esta manera se prohibieron La peccatrice del deserto, La spada e la croce, Poncio Pilatos (que no se estrenó hasta 1975) o Ercole sfida Sansone (por presentación impropia del personaje bíblico de Sansón). Y ya hemos visto como en Los Macabeos se hizo poner un letrero inicial que pusiera las cosas en su sitio y en el doblaje de Combate de gigantes se les cambió la identidad a Sansón y Dalila.

Pero el celo de estos aplicados sucesores de Torquemada no acababa aquí: en el plano formal el peplum tenía una morbosa tendencia al exhibicionismo anatómico y a las concesiones eróticas, todo muy acorde con el espíritu pagano que los cineastas debían expresar. Por supuesto, los pectorales de Steve Reeves o Mark Forest no era lo que incomodaba al censor, sino las turgencias mamarias y lascivos muslos de toda aquella pléyade de bellas señoritas que alegraban la vista a la Europa que acababa de salir de una dura posguerra: Sylva Koscina, Mylène Demongeot, Daniela Rocca, Gianna Maria Canale, Belinda Lee, Tina Louise, Chelo Alonso…; corte aquí, corte allá, sin la menor preocupación por la ilación narrativa; y si realmente el daño iba a ser tan cuantioso que se corría el riesgo de que el espectador se sintiera estafado, veto y vuelta a casa. Si en la práctica no hubo un exceso de prohibiciones absolutas es porque los productores italianos ya se conocían la copla y procuraban ser cautos (y castos) para evitar conflictos que repercutían en su bolsillo, pues en España sus películas tenían buena salida. No obstante, cintas más o menos interesantes como Afrodite dea dell’amore, La venere di Cheronea, Saffo venere di Lesbo, La vendetta dei barbari, Gli amori di Ercole o Messalina venere imperatrice nunca se proyectaron en las púdicas pantallas españolas de los sesenta.

Todo lo que hemos explicado puede parecer fantástico para una persona nacida después de 1975, pero es real. Es de un tiempo de mezquindad y silencio, que esperemos que no vuelva.