Las damas de trasero prieto constituían un vínculo entre Un botín de 500.000 dólares y Licencia para matar, pero el verdadero motivo de que Clint deseara rodar la película era, como adivinó el guionista, escalar una gran montaña.

En el libro de Trevanian se dice que Jonathan Hemlock es demasiado mayor, a sus treinta y siete años, para acometer una acción tan temeraria como escalar el Eiger. Clint habría cumplido cuarenta y cuatro cuando empezara el rodaje. En sus papeles favoritos se rebelaba una y otra vez contra la realidad de su edad e intentaba aparecer «eternamente joven». Dado que en sus notas promocionales se le descubría como un adepto del «realismo cinematográfico» Clint pensaba viajar a los Alpes suizos para escalar la temida cara norte del Eiger.

¿Qué podían decir el estudio y los productores, salvo: «Eh, qué buena idea»? Clint porfió en su empeño y se puso en contacto con Mike Hoover, un alpinista profesional de Jackson (Wyoming) que había hecho películas de montañismo, una de las cuales, Solo, había sido candidata dos años antes al Oscar al mejor documental. Hoover accedió a ser asesor técnico y cámara durante la ascensión. Para empezar, Hoover daría a Clint un cursillo acelerado de alpinismo en Yosemite.

Hoover era un hombre alto y musculoso como Clint, y ambos congeniaron enseguida. Durante tres días escalaron peñascos y montes por vías establecidas como preparación para la ardua subida a Lost Arrow, una chimenea y aguja aislada de unos trescientos sesenta metros de altura. El éxito de esta ascensión reforzó la confianza de Clint y convenció a Hoover de que sería posible filmar a la estrella en la cima del Eiger.

Hoover empezó a reunir un equipo de expertos para que acompañaran a la expedición. No todos ellos creían que tres días en Yosemite fueran preparación suficiente para la aterradora perspectiva de escalar uno de los picos más escarpados del mundo. «Se te ha ido la olla», dijo Dougal Haston, el director escocés de la Escuela Internacional de Montañismo, a Clint en el curso de una tensa entrevista. Haston era uno de los pocos que podían presumir de haber escalado la cara norte, y dos veces. Su compañero, el alpinista norteamericano John Harlin, era uno de las docenas de escaladores que habían perdido la vida en la ascensión; murió allí en 1966.

Eiger significa «ogro» en alemán.6 La montaña también se conoce como mórderwall, «pared asesina». Trevanian escribió: «Aunque no tan to como el famoso Matterhorn u otras montañas del mundo, la cara norte del Eiger, de tres mil novecientos setenta metros de altura, era una de las ascensiones más difíciles que un hombre pueda emprender». La cara norte es una empinada pared helada con grietas y barrancos, hielo y nieve.

Después de que un equipo de avanzadilla encabezado por James Fargo se hubiera adelantado para localizar exteriores en la base de la montaña, la compañía llegó a Grindelwald, Suiza, a mediados de agosto de 1974. La filmación empezaría en la ladera para aprovechar el tiempo relativamente bueno de finales de verano. Por lo tanto, las últimas escenas de Licencia para matar serían las que se rodarían en primer lugar. Hemlock está ascendiendo con un cuarteto de hombres, uno de los cuales es un topo enviado para asesinarle. Ha de identificar y vencer al enemigo, ¿o acaso la misión no es más que una malvada treta? .

 El equipo técnico y los actores se alojarían durante todo el rodaje en el hotel Kleine Scheidegg, construido a finales del siglo XIX en la base de la montaña. La filmación comenzaría con cielos maravillosos y buen tiempo. Los empleados de Malpaso lo llaman el «tiempo de Clint», una frase que equivale a «la suerte de Clint».

Aunque Richard Schickel argumentó con cierta gracia que Clint decidió filmar en el mismo Eiger porque prefería trabajar «en familia» (así podía «reducir el reparto y el equipo a un puñado de valientes»), no era ese el caso. Aparte de una docena de famosos montañeros de Inglaterra, Alemania, Canadá y Suiza, también había un contingente de Hollywood. Y la máquina publicitaria nunca descansaba: el trabajo de algunas personas consistía en sacar fotos de la estrella colgado de la ladera de la montaña.

Este ejercicio de vanidad recibió su primera dosis de realidad antihollywoodense el 13 de agosto, segundo día de rodaje. Clint no ascendió por sus propios medios. Un helicóptero le transportó, como a todos los demás, desde la base hasta la cara norte de la montaña. El Eiger cuenta con un túnel para el tren cremallera que recorre el interior de la cara, con ventanas cada cierto intervalo que se utilizan para arrojar rocas del túnel; en algunas escenas Clint se colgaba de dichas ventanas para dar la sensación de que estaba escalando. De todos modos, las altitudes (hasta tres mil seiscientos metros) eran aterradoras, y los profesionales admirarían después la valentía del actor.

Algunas personas comentaron un incidente: durante la filmación de una escena, la cuerda de Clint se aflojó, y el actor se precipitó montaña abajo hasta que por fin la cuerda se tensó. Cuando le izaron, volvió a rodar la escena sin la menor vacilación.

Uno de los alpinistas contratados para colaborar con el equipo de filmación era David Knowles, un inglés de veintisiete años, que poseía el premio al valor más importante de la Royal Humane Society por su participación en un rescate de montaña efectuado en Glencoe, Escocia, en diciembre de 1970. Knowles colaboraba en la ascensión y la fotografía, además de actuar de doble de los actores.

Durante todo el segundo día el equipo trabajó en una escena en la cual Hemlock y los demás se ven amenazados por un desprendimiento de rocas. A media tarde la luz empezó a disminuir, de modo que se interrumpió el rodaje y los helicópteros procedieron a trasladar a todo el mundo a la base. Mike Hoover tomó una cámara de mano y descendió hasta un saliente para obtener tomas del desprendimiento desde el punto de vista de los alpinistas. Le acompañó Knowles, que desviaba las piedras de goma lanzadas desde arriba por otro montañero para evitar que golpearan los objetivos.

Uno de los peligros constantes del Eiger era el desmoronamiento de rocas y las piedras sueltas; según la leyenda, era el «ogro», que se desprendía de su piel, irritado por los enclenques humanos que osaban escalarlo. El ruido más ínfimo podía ser la única advertencia de un desprendimiento, nevada o avalancha a gran escala. Mientras Hoover y los demás guardaban su equipo para marcharse, oyeron que comenzaban a caer hacia ellos rocas de verdad.

La primera noticia de lo sucedido llegó a través de un emisor-receptor de radio que mantenía en contacto a la compañía con los escaladores. «Fue alrededor de las siete de la tarde cuando llegó la llamada de socorro —según una fuente—. "Ha habido un accidente..." El equipo, formado por italianos y norteamericanos, se quedó a la espera, por si se le necesitaba, pero algo perplejo, intrigado por la identidad del herido. ¿Era Eastwood, el único escalador novato del grupo?» Hoover, que había logrado agarrarse a la ladera de la montaña, se salvó, aunque tenía una fractura de pelvis y algunas contusiones. Al notar un gran peso levantó la vista y vio a Knowles «encima de mí, colgado cabeza abajo, muerto». Clint, con los demás miembros de la compañía, estaba cerca, en un lugar seguro.

Ya era demasiado tarde para recuperar el cadáver, que dejaron donde había caído hasta el día siguiente. Aquella noche, los escaladores se reunieron en un velatorio informal. «Clint se planteó cancelar la producción —escribió Richard Schickel en su libro—. Sin embargo, los alpinistas le animaron a continuar. Conocían los peligros de su profesión, solían arrostrarlos y pensaban que la filmación no los empeoraba. Por su parte, Clint se dio cuenta de que suspender la producción haría que la muerte de Knowles (por no hablar del duro y peligroso trabajo que la había precedido) careciera de sentido.» Los teletipos informaron de la muerte de Knowles. Algunas personas opinaron que la tragedia había sido innecesaria. Frank Stanley, director de fotografía de la película, creía que habrían podido rodar igual de bien en un estudio, o en zonas menos altas, de no haber sido por los egos en juego. La publicidad de Clint machacaría la idea de que no se eligieron «montañas menos altas y más seguras» y se prescindió de las «filmaciones en estudio con el fin de captar la sensación del alpinista al entregarse a la montaña, dividido entre el amor y el odio, y re'producir en la película el escalofriante espectáculo de hombres empequeñecidos por las creaciones más imponentes de la naturaleza».

Sin embargo Frank Stanley creía: «Nunca comprendí la necesidad de hacer eso [filmar en la montaña]. No íbamos a ir a la Luna ni a inventar la vacuna contra la poliomielitis. Estábamos haciendo una película. Al fin y al cabo, nuestra profesión consiste en fabricar ilusiones».

Durante el rodaje en el Eiger sucedieron otros hechos alarmantes que Malpaso silenció y nunca salieron a la luz. Clint contaba con la ventaja de su buena forma física y la preparación especial, pero no todos los miembros del equipo llegado de Estados Unidos se hallaban en tan buenas condiciones. Tras la muerte de Knowles, y con Hoover fuera de juego durante un tiempo, el equipo de cámara de Hollywood, Frank Stanley incluido, se vio obligado a colaborar en algunas escenas rodadas en la zona montañosa.

Una consecuencia de la obsesión de Clint por la fuente de la eterna juventud era que no solo prefería trabajar con actrices muy jóvenes, sino también rodearse, detrás de la cámara, de dobles, especialistas y otros ejemplares hermosos que sin duda se adaptarían a su estilo de rodar rápido y furioso. «A Clint le gustaban los tíos muy machos —contaba el cámara Rexford Metz—. Le encantaban los tipos que volcaban y estrellaban coches, las tomas aéreas. Le pirran esas escenas de acción.» A veces se quitaban de encima a veteranos habituales de Malpaso («no se volvían a contratar», en la jerga de la compañía) de forma poco ceremoniosa, mientras hombres más jóvenes medraban gracias a que Clint pensaba que estaban en una forma inmejorable. Según el cámara Rexford Metz, en su caso eso le ayudó a ascender en la organización Malpaso. Metz comentaba: «El rollo de Clint conmigo era: "Eres adético, te meterás en un helicóptero, escalarás una montaña, estás en buena forma, eres el señor Macho, uno de los míos"».

En una ocasión, durante la producción de Duro de pelar, Metz sufrió un accidente grave. Se cayó mientras esquiaba «y me dejé las rodillas hechas una mierda. Aparecí en el plato con muletas. Clint se quedó boquiabierto. No dijo: "Oh, Dios mío, ¿podrás hacer la película?", sino, "¿Qué te ha pasado?". Yo dije: "Me he caído esquiando". Él dijo: " ¡Fantástico! Vamos a trabajar". Fue como decir: "Qué guay, te has hecho daño haciendo lo que debías"».

Metz, que rodó la secuencia del Tótem, y Jim Fargo («que nunca había escalado —en palabras de Hoover—, pero aprendió a toda prisa acabó haciendo de todo, desde maquillaje a ayudante de camara») se defendieron de maravilla durante Licencia para matar: serían ascendidos. El director de fotografía Frank Stanley, que había trabajado en las tres anteriores películas de Clint, saldría del departamento de machos para entrar en la categoría de «persona inexistente»; su nombre desaparecería de las listas de Malpaso.

El afable Stanley había cometido el error de engordar unos cuantos kilos de más, lo que no se correspondía con la imagen de un hombre de verdad. Cuando vio por primera vez el Eiger, se le crisparon los nervios. Su orgullo por haber conseguido un equipo especial y cámaras nuevas para Licencia para matar, así como la sensación de que estaba a punto de dar un salto adelante en su carrera se vieron contrarrestados por la angustia cuando Clint dijo que el contingente de Hollywood tal vez tendría que rodar en la montaña.

«Jamás había soñado que haría eso —recordaba Stanley—. Ya sabes cómo va la cosa. El está allí arriba, colgado de las cuerdas, y crees que estás en deuda con él. Te ha llevado a Suiza... y arriba que vas.» El director de fotografía no se atrevió a rechistar cuando un helicóptero lo trasladó, junto con los miembros de su equipo, a las alturas.

Una maniobra de la cámara emplazada en un helicóptero dio muchos quebraderos de cabeza a Stanley. En la escena en que Hemlock está colgado en el centro de la cara norte, un helicóptero debía tomar un plano detalle de la cara de la estrella mediante un zoom. Clint no quedó satisfecho y tuvieron que repetir la toma una y otra vez. «La mayor pega de aquella toma—contó Stanley— era que nunca podían acercarse lo suficiente para mostrar que era el propio Eastwood quien estaba escalando. La gente podía pensar que no era él.» Era pura vanagloria, pensó Stanley, porque la toma podía hacerse igual de bien, y con absoluta seguridad, con un inserto de estudio.

Algo le ocurrió a Stanley: sufrió una caída accidental. Cuando estaba colgado de una cuerda, esta cedió, o quizá él perdió pie. Cayó tres metros y se llevó un susto de muerte. No se dio cuenta de que había sufrido una fuerte contusión hasta la mañana siguiente, cuando al despertar se sintió desorientado. Intentó levantarse y se desplomó sobre el costado izquierdo, que había quedado insensibilizado. Lo trasladaron a un hospital cercano y guardó cama mientras los médicos intentaban averiguar qué le pasaba. Presentaba todos los síntomas de una apoplejía.

Mientras estaba postrado en la cama, su equipo le consultaba. Su leal operador pudo supervisar el resto de la filmación en lo alto de la montaña. Clint mantuvo en nómina al cámara, pero no fue a verle al hospital. Si bien no podía andar, Frank Stanley sabía que tenía que levantarse de la cama cuanto antes y regresar al trabajo. «Comprendí que si no me incorporaba a la película tal vez no volvería a conseguir trabajo nunca más», contó unos años después.

Estuvo en condiciones de sentarse en una silla de ruedas para las secuencias de Zurich, y de vuelta en Estados Unidos prácticamente aprendió a andar de nuevo. Ya recuperado, supervisó las escenas de Monument Valley y las ambientadas en la universidad y la ciudad de la Costa Este donde reside Hemlock. Estas últimas se rodaron en lugares de Carmel, incluido el Hog's Breath Inn.

Hablando años después de los métodos de Clint, Stanley afirmó que el director era un hombre «muy impaciente», que «no planifica sus películas ni realiza ningún trabajo preparatorio. Imagina que puede ir al grano y pasar de todo eso». Clint era igual de impaciente como actor, dijo Stanley, sobre todo en una película de acción dirigida por él mismo. Por ejemplo, Clint «olvidaba siempre sus diálogos», recordaba el cámara. «Le costaba mucho decir más de cuatro frases seguidas.» Stanley explicaba que, por más que Clint olvidara sus frases, siempre insistía en que la cámara grabara el diálogo justo donde él se había interrumpido, sin volver atrás para empezar por las frases que se había saltado. El cámara debía escoger ángulos diferentes y encargarse de filmar planos recurso, o de transición. Clint, que, según Stanley, tiene fama de insertar numerosos planos recurso en sus escenas de acción, creía a pies juntillas que todo podía arreglarse en la sala de montaje. Ninguno de sus admiradores se fijaría en las incongruencias.

Algunos, como Stanley, juran que Clint se niega a memorizar sus diálogos, mientras que otros, como Richard Tuggle, guionista de Fuga de Alcatraz y director de En la cuerda floja, insisten en que su costumbre de parecer que titubea al decir los diálogos forma parte de su estilo personal.

«Es difícil explicarlo —dijo Tuggle—. Recuerdo pocas veces en que no se supiera los diálogos. Pero es casi como si los olvidara. Cuando le ves a veces en sus películas, es casi como si vacilara tratando de encontrar las palabras, porque ha conseguido olvidarlas, y después, como cualquier ser humano normal y corriente, piensa en las palabras que ha de decir.» Aunque a Clint le gustaba la luz tenue, según Stanley, también tenía «instinto para la luz de modelaje», un instinto infalible para «encontrar la posición adecuada», en palabras de Stanley. Una escena con luz tenue de Licencia para matar es aquella en que Hemlock y Jemima Brown hacen el amor; en la película es la habitual elegía con «jazz suave» a las habilidades amatorias de Clint. Fue una de las últimas escenas que se rodaron en Carmel, y solo estuvieron presentes Stanley y un pequeño equipo, además de Clint y Vonetta McGee.

Todo eran sombras profundas, caricias, primeros planos de carne. Clint y su compañera estaban en la cama, algo elevada para que la cámara pudiera enfocarlos desde ángulos muy bajos. Los dos estaban iluminados desde atrás. Stanley recordaba que, mientras él y su equipo movían la cámara de un lado a otro para fotografiar la escena desde todas las perspectivas posibles, mandó cortar. El cámara se dio cuenta de que Clint y su compañera no le estaban escuchando. De hecho, siguieron adelante con verdadera pasión.

Al final, el equipo rodó más de trescientos metros de película, bastante más que la media de Clint. «Yo estaba demasiado avergonzado para hablar —recordaba Stanley—, pero al final dije: "Clint, hace unos cinco minutos que nos hemos quedado sin película". Entonces paró...» Si bien no logró recuperarse del todo durante la producción, Frank Stanley terminó valientemente Licencia para matar, pero tuvo la sensación, confirmada por algunos, de que Clint le trataba cada vez con mayor sequedad. El actor parecía disgustado con el director de fotografía por no estar en plena forma física y por haber sufrido un accidente tan extraño en el Eiger. De hecho, Clint parecía echar la culpa a Stanley.

Stanley fue otra de las personas que llegaron a pensar que su imposibilidad de complacer a Clint había arruinado su carrera. El director de fotografía había empezado Licencia para matar «con la ilusión de tener un futuro brillante», y ahora creía que no podría desmentir los rumores que corrían por Hollywood de que «había sufrido un infarto, o bien era un inepto». «Lo que Frank pensaba en su fuero interno era todavía peor», dijo un amigo íntimo. Stanley creía que Clint había dicho cosas injustas sobre él a otras personas. Según su amigo: «Clint odiaba a los débiles».

Stanley continuaría sintiéndose débil, tanto física como emocionalmente, durante varios meses después del rodaje. Transcurriría cierto tiempo antes de que empezara una vez más desde cero con un telefilme de la semana, y más tiempo aún hasta que reconquistó su posición de director de fotografía en películas tales como Un mundo aparte, Un investigador insólito y 10, la mujer perfecta. Nunca más volvió a trabajar para Clint Eastwood ni para Malpaso Productions. Y jamás olvidó la experiencia del Eiger. Años después, mientras impartía seminarios en un instituto de fotografía, se pondría a llorar al recordar momentos de la filmación de Licencia para matar.

En todas las notas promocionales se subrayaba la valentía e intrepidez de Clint. James Bacon informó en su popularísima columna de que Licencia para matar era, «sin la menor duda, la película más peligrosa jamás interpretada y dirigida por una superestrella».

«Me fui involucrando cada vez más —contó Clint a Bacon—. No había vuelta atrás. Al principio, tenía previsto utilizar un doble, pero un doble solo piensa en la escena peligrosa que va a hacer. No puede pensar en la interpretación.» «¿Qué fue lo más emocionante de rodar en el Eiger?», preguntó Peter J. Oppenheimer, de Family Weekly.

«Los helicópteros», respondió Clint.

«¿Qué le intriga tanto de la realización de películas?» «Me permite hacer todo lo que deseaba de niño, y cobrar por ello: conducir a toda velocidad coches y motos, montar a caballo y, ahora, escalar montañas.» Los partidarios de la película ensalzarían los maravillosos paisajes, pero los problemas que surgieron en la montaña obligaron a abreviar el climax y a recurrir a efectos de trucaje. Las primeras escenas de la ascensión, cuando Hemlock y Big Ben escalan el Tótem, una aguja de doscientos metros de altitud y cinco metros y medio de diámetro, en la reserva navaja de Monument Valley, eran mucho más emocionantes, y más sencillas de rodar.

Las malas películas de Clint revelaban tanto sobre él como las buenas. Como protagonista y director, logró acabar con las notas de humor y la escalofriante ambigüedad que el guión de Licencia para matar no había conseguido erradicar. El tono general de la cinta es plomizo.

Los villanos y las conquistas románticas de Clint son pan comido. En el libro se descubría a Hemlock como un amante sin par hacia el que las mujeres de sangre caliente «se sentían atraídas por su indiferencia glacial, pues daban por sentado que ocultaba una naturaleza apasionada y misteriosa». Al igual que Clint, Hemlock se enorgullece de «controlar» su vida amorosa. Las estudiantes rubias se pirran por él (la cámara asciende por faldas y piernas cruzadas), pero es él quien elige. La relación amorosa interracial de Hemlock y Jemima Brown está extraída del libro. Y la belleza india llamada George (interpretada por Brenda Venus), cuyo trabajo es poner en forma al espía/profesor, también estaba en la novela. Fue idea de Clint, no obstante, soltarle la frase: «¡Follate a Marlon Brando!».