FRAUDE

de Orson Welles (1915-1985)

FRAUDE (F for Fake, 1973)

Ficha técnica: Dirigida por Orson Welles. Productor ejecutivo: François Reichenbach. Guión: Orson Welles. Fotografía: François Reichenbach. Montaje: Marie-Sophie Dubus y Dominique Engerer. Música: Michel Legrand. Intérpretes: Orson Welles, Oja Kodar, Elmyr de Hory, François Reichenbach, Joseph Cotten, Richard Wilson, Paul Stewart. Duración: 85 minutos.

El cineasta Orson Welles aprovecha el material ya rodado pero no utilizado de un documental de la BBC sobre un conocido falsificador de arte, Elmyr de Hory, para profundizar sobre la falsificación y el arte, que en realidad consiste en un juego continuo entre el espectador y el propio Welles.

En cierta ocasión, mientras se encontraba en plena promoción de su impactante Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), Orson Welles tuvo la ocasión de conocer a David W. Griffith, que, en los últimos años de su carrera, luchaba desesperadamente por poder dirigir una película más y restablecer su gloria pasada. Welles se encontraba exultante gracias al recibimiento de su ópera prima, mientras que el anciano Griffith no podía ocultar su resentimiento hacia el recién llegado. Según Welles, cuando se encontraron en un cocktail, «… estuvimos de pie mirándonos como a través de un abismo sin esperanza. Yo le indiqué que le amaba y le veneraba, pero él me dijo que no necesitaba un discípulo. Necesitaba un trabajo. Nunca he odiado realmente a Hollywood a no ser por el trato que dio a Griffith. Fracasé tan rotundamente en expresarle lo que significaba para mí, para todos nosotros...».

Sin duda es curioso que, décadas más tarde, se invirtiesen las tornas y fuese el propio Welles quien luchase desesperadamente por conseguir que algún productor se dignase a financiar alguno de sus más que interesantes proyectos. De hecho, su leyenda de malditismo ha crecido considerablemente tras su muerte. Incluso da la sensación de que Orson Welles sólo pudo mostrar su talento precisamente con Ciudadano Kane, cuando es autor de al menos tres obras maestras absolutas más como son El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons, 1941), Sed de mal (Touch of Evil, 1957) o Campanadas a medianoche (1965), y es imposible olvidar algunas de sus impresionantes interpretaciones como especialmente la de Harry Lime en la soberbia El tercer hombre (The Third Man, 1949), de Carol Reed.

 Posiblemente, su leyenda maldita se deba más al fracaso o indiferencia que todas sus películas obtuvieron en el mercado norteamericano que, como sabemos, sólo cuenta los éxitos o los fracasos cara a la taquilla y no a la calidad artística o al recibimiento de la crítica. En este sentido, las terribles dificultades que encontró Welles para financiar sus películas se debían más al miedo de los productores ante esos fracasos de taquilla que a sus diferencias ideológicas o a su arrolladora personalidad. Así, a mediados de los años sesenta, Welles no tuvo más remedio que refugiarse en Europa, donde rodó primero la ya citada Campanadas a medianoche en España y posteriormente Una historia inmortal (Une histoire inmortelle, 1967), en Francia. Su siguiente proyecto iba a ser una ambiciosa película llamada The Other Side of the Wind, que narraba el descenso a los infiernos de un director de cine exiliado en España*, papel que ya había reservado a su amigo, el también director John Huston. Para realizarla, había convencido a una amalgama de productoras, a la cabeza de las cuales se encontraba “Les Films de l´Ástrophore” que capitaneaba un curioso personaje, el iraní Medhi Bouscheriel, cuñado del Sha de Persia. Sin embargo, diversas dificultades de financiación hicieron que el calendario previsto para el rodaje se fuese retrasando considerablemente.

Welles estaba ávido por volver a dirigir y fue convencido por su amigo, el director francés François Reichenbach (1921-1993), para dar forma de película a un proyecto sumamente original. A Welles, gran aficionado a los trucos de magia y a los engaños inteligentes, le fascinaba la figura del falsificador de arte Elmyr de Hory (1905-1976), quien, exiliado en Ibiza, había protagonizado un documental para la BBC que el propio Reichenbach había dirigido, basado a su vez en la biografía (que no por casualidad se llamaba Fraude), que sobre el falsificador había escrito otro fascinante personaje: el escritor Clifford Irving.

De hecho, el proyecto se hizo realidad cuando de improviso estalló un escándalo que hizo época. El propio Irving, tras la discreta repercusión de su libro sobre Elmyr de Hory, al parecer había sido elegido por el misterioso magnate Howard Hughues (1905-1976) para escribir con él su supuesta autobiografía. Sin embargo, una vez publicado se descubrió que el libro no era más que un monumental fraude: el propio Hughues se vio obligado a salir de su voluntaria semirreclusión en un apartamento de Las Vegas para denunciar que las más de cien entrevistas que, según Irving, se habían realizado para documentar su libro nunca habían tenido lugar y que la profusa selección de cartas y documentos publicados en el libro eran todos falsos (de hecho, se cree que fue el propio Elmyr de Hory quien los falsificó).

Irving se vio obligado en 1972 a restituir el millón de dólares que había cobrado en nombre del supuesto Howard Hughues y fue encarcelado durante catorce meses por este masivo engaño. Aprovechando el filón del escándalo, Welles revisó todas las entrevistas que Reichenbach había realizado para su documental (según ambos directores, literalmente retomaron planos descartados del cubo de la basura) y decidió realizar una película a partir de dicho material. Ayudado por su inseparable compañera Oja Kodar, Welles pudo seducir con su propuesta a Medhi Bouscheriel, quien le facilitó un diminuto presupuesto, y se puso manos a la obra. Para Fraude rodó nuevo material con más entrevistas a Hory e incluso a Clifford Irving antes de su juicio (de hecho, en ocasiones parece que los dos falsificadores están juntos, pero de hecho se trata de un nuevo truco de montaje). Por supuesto, el propio Welles no pudo resistir la tentación y se sumó como tercer falsificador en este delicioso semidocumental, que concibió como un juego de naipes, con numerosos faroles, para el que contó con la colaboración de viejos y nuevos amigos como Joseph Cotten, Peter Bogdanovich o el productor español Andrés Vicente Gómez.

Para justificar su presencia como tercer falsificador, el Welles-narrador de Fraude recuerda que, cuando tenía diecisiete años, se hizo pasar por una reconocida estrella de Broadway con el único fin de ser contratado por una prestigiosa compañía de Dublín. Por supuesto, resalta además que su fama se originó principalmente cuando engañó a todo su país con la retransmisión radiofónica de la supuesta invasión de marcianos, el famoso 2 de octubre de 1938. A este respecto, Welles cuenta una anécdota fantástica (aunque posiblemente falsa) en Fraude: «A un periodista suramericano se le ocurrió la misma ocurrencia e intentó engañar a su audiencia con otra supuesta invasión marciana. Lo enviaron a prisión. A mí no me llevaron a la cárcel. Me enviaron a Hollywood». Lo cierto es que en Fraude, libre de la presión de los productores, Welles se sintió como pez en el agua y para ello mezcló de manera admirable las jugosas anécdotas de Elmyr de Hory como falsificador, con la peripecia de Irving y Howard Hugues y sus propias reflexiones en su, a su vez, falso documental.

Una vez elegido todo el material y tras rodar en tan sólo tres semanas con un reducido equipo la parte nueva de metraje, Welles, que se encontraba exultante con el proyecto, se encerró con las montadoras francesas Marie-Sophie Dubus y Dominique Engerer para darle forma, al mismo tiempo que el excelente músico francés Michel Legrand, que acababa de ganar un Oscar por su inolvidable música de Verano del 42 (Summer of ´42, 1972), le preparaba una hermosa partitura. En todo momento se impuso como objetivo dotar a su película de un aire juguetón y frenético. Según sus palabras, quería que Fraude fuese más que un documental, un nuevo género: el “filme ensayo”. De hecho, su alegría se percibe durante toda la película, pero ello no impidió que Welles no la dotase de su carga de profundidad. Posiblemente sea Fraude la película donde mejor pudo expresar sus ideas sobre el cine o el arte en general. Así, muy lejos de su megalomanía en Ciudadano Kane, Welles aboga por el arte anónimo en sus hermosas reflexiones ante la catedral de Chartres, una maravillosa joya del gótico pero completamente anónima, ya que nadie conoce a sus autores, y se permite ironizar, como sólo él sabía hacerlo, sobre su trayectoria artística: «Comencé en lo más alto y he estado trabajando en mi caída desde entonces». Es evidente que Welles no sospechaba por aquel entonces que Fraude iba a ser la última película que iba a poder completar. La tomó como un divertimento y creía que iba a ser un paréntesis antes de retomar la ambiciosa The Other Side of The Wind.

Sin embargo, esto no quiere decir que Fraude sea una película menor. Muy al contrario, más bien se trata de una película que es puro Welles, quien pudo experimentar

 tanto cuanto pudo y a la que imprimió un gran ritmo, rasgo peculiar de todas sus películas.

Fraude se estrenó en el Festival de San Sebastián, en septiembre de 1973. El recibimiento no fue muy entusiasta, ya que el público se sintió un tanto desconcertado ante la propuesta de Welles. Sin embargo, a raíz de su estreno en toda Europa, la película fue ganando prestigio ante la crítica. Por supuesto, no hizo una gran taquilla, pero dado que el presupuesto era exiguo, sus productores no perdieron esta vez dinero.

Varios meses más tarde, en julio de 1974, la película se estrenó en Estados Unidos, donde pasó totalmente desapercibida para una crítica movilizada en contra de Welles a raíz de un provocador artículo de Pauline Kael en “The New Yorker” en el que expresaba sus dudas acerca de la autoría de Ciudadano Kane.* Dos años más tarde, en diciembre de 1976, un repentino suceso permitió que Fraude volviese a captar el interés mediático: Elmyr de Hory había aparecido muerto en su domicilio de Ibiza. Al parecer, se había suicidado con una sobredosis de barbitúricos. Sin embargo, la rapidez con la que fue incinerado dio lugar a que se pensase en un nuevo fraude: de Hory podía haber simulado su muerte con el fin de librarse de su destino en una cárcel que, desde que se estrenó Fraude, no dejaba de amenazarle.

 

* Kael sostenía que el verdadero autor de Ciudadano Kane era el coguionista Herman Mankiewicz. Para Welles, que nunca había negado la indudable aportación de Mankiewicz, supuso un terrible golpe la repercusión que tuvo el artículo en su país, sobre todo porque era consciente de que podía impedirle el acceso a nuevos proyectos.

 

 

PLANOS FINALES

 

Tras la refrescante experiencia de Fraude, Welles siguió luchando para que el proyecto de The Other Side of the Wind pudiera hacerse realidad. Con este objetivo, llegó a invertir hasta 750 000 dólares de su propio bolsillo. Sin embargo, la quiebra de la productora iraní, así como los propios problemas económicos de Welles, denunciado por la oficina de hacienda de su país (al parecer, no había declarado sus impuestos desde los años cincuenta) fueron determinantes para que finalmente no se pudiese completar. Comenzaba entonces un penoso peregrinaje del genial director que no terminó con un final feliz. Welles no tuvo más remedio que vender su enorme -más de veinte habitaciones- casa madrileña de Aravaca y se trasladó a vivir a Beverly Hills, donde esperaba poder encontrar algún joven productor, que se interesase en financiar su proyecto estrella. Poco después, en febrero de 1975, Welles era homenajeado por toda la industria de Hollywood al recibir el premio por toda su carrera del American Film Ins-titute. A pesar de su reticencia a este tipo de honores que presagiaban que el final ya había llegado, el director se aprovechó de la ocasión y decidió proyectar algunas de las secuencias que él mismo ya había filmado de The Other Side of the Wind. Lo cierto es que se trató de un excelente golpe de efecto y le permitió recibir numerosas ofertas.

Sin embargo, ninguna de ellas llegó a cuajar y finalmente Welles no tuvo más remedio que refugiarse en la interpretación. The Other Side of the Wind ya había pasado a engrosar el cajón de los proyectos inacabados de Welles como en el pasado lo fueron sus frustradas adaptaciones de “El corazón de las tinieblas”, “El principito”, “Don Quijote” o “Dead Calm”.

 

*Más cerca estuvieron de hacerse realidad la adaptación de un delicioso relato de Karen Blixen llamado “Los soñadores”, así como un valiente guión original del propio Welles llamado “The Big Brass Ring”, la ambigua historia de amor entre un candidato a la presidencia de Estados Unidos y su joven y atractivo consejero. En este caso, el productor Henry Jaglom a punto estuvo de llevarlo a cabo, pero las presiones ante un proyecto tan arriesgado finalmente fueron finalmente más poderosas y, para desgracia de Welles, su guión quedó arrinconado.**

 

Hasta el final de su vida el Welles actor se dedicó a aceptar todas las ofertas que se le presentaban, desde innumerables anuncios comerciales (de hecho se hizo muy popular entre el público joven gracias a sus jocosas intervenciones para publicitar la marca de vinos Paul Masson), pasando por su intervención como invitado en infinidad de programas televisivos, tanto en debates sobre política, como apariciones estelares en shows como Los teleñecos. Además, participó como mago en programas de entretenimiento e incluso prestó su inolvidable voz para promocionar películas como La revancha de los novatos (Revenge of the Nerds, 1984).

No hay duda de que Welles se encontraba más a gusto en Europa, donde no dejó de recibir honores como la Legión de honor francesa o la presidencia del jurado del Festival de Cannes de 1983. A pesar de todo, tampoco logró aquí lo que más ansiaba: un productor. Curiosamente, sería durante este triste período de obligada sequía creativa cuando, según todos los que le conocieron, Welles conocería una mayor estabilidad en su hasta entonces turbulenta vida sentimental. Aunque nunca llegó a separarse formalmente de su última esposa, Paola Mori (1930-1986), convivía con la fascinante Oja Kodar, a la que adoraba.

Mientras tanto, la salud de Orson Welles se deterioraba de manera preocupante. Llegó a pesar ciento cincuenta y nueve kilos y, a pesar de los requerimientos de los médicos, no dejaba de fumar sus inseparables habanos ni prescindía de sus más de veinte cafés diarios. A su estado general tampoco ayudaba su conocida afición al vodka. Finalmente su corazón no pudo resistir más y Welles murió en su domicilio de Beverly Hills la noche del 10 de octubre de 1985. Al igual que Eisenstein o Fassbinder, el cuerpo inerte de Welles fue encontrado postrado sobre su escritorio, donde se encontraban las hojas repletas de notas que estaba escribiendo en el momento en el que sufrió el ataque. Sin embargo, no se trataban de apuntes para una película. Simplemente, preparaba los trucos de magia que pensaba utilizar en el programa de televisión en el que iba a participar el día siguiente.

A pesar de que en vida del director, las relaciones entre su última compañera, Oja Kodar, y su legítima esposa, Paola Mori habían sido muy correctas, a raíz de su repentino fallecimiento estalló una disputa legal entre ambas para repartirse su legado y, sobre todo, los derechos de la explotación de sus películas. Tras un año de litigio, finalmente llegaron a un acuerdo. Sin embargo, el mismo día en que iban a firmar los documentos, Paola Mori murió en un trágico accidente de circulación.

En su testamento, el director americano había dispuesto que sus cenizas reposasen en el país que más había querido, España. Siguiendo sus instrucciones, el torero Antonio Ordóñez (1932-1998), gran amigo de Welles, las acogió en una de sus fincas, “El recreo de San Cayetano”, en el municipio de Campillo de Antequera, muy cerca de Ronda. Junto a la urna donde reposan sus restos, una placa lee: «Ronda al maestro de maestros».

 

* Ésta última, basada en la novela de Charles Williams, la iba protagonizar Laurence Harvey (1927-1973), pero se vio truncada por la prematura muerte del actor, que también aparece en Fraude, por un cáncer de estómago. Años más tarde, el proyecto vería la luz en la brillante película Calma total (Dead Calm, 1989), del director australiano Phillip Noyce, que supuso el deslumbrante descubrimiento de la actriz Nicole Kid-man.

 

** De nuevo hubo que esperar muchos años para que viese la luz pero esta vez el resultado –La gran rueda del poder (The Big Brass Ring, 1999), de George Hickenlooper-, con William Hurt como protagonista, fue más que mediocre.

 

 

LA ULTIMA MIRADA

 

Al comienzo de Fraude, Orson Welles se autodefine como un “charlatán”, si bien nos subraya en un par de ocasiones que absolutamente todo lo que nos va a contar durante la siguiente hora va a ser verdadero, que no nos va a engañar. A pesar de ello, las sospechas nunca dejan de aflorar en la mente del espectador, sobre todo en el tercio final, cuando Welles involucra a su compañera, Oja Kodar, en las dos tramas.

A raíz de ello, un Welles con escasos recursos técnicos narra la supuesta relación que mantuvieron Kodar y el pintor Pablo Picasso, quien, fascinado por la actriz y modelo, comprobó cómo, en la última parte de su vida, pudo recuperar su brío creativo gracias a ella y llegó a pintar una serie de veinte cuadros que bien se podían considerar un nuevo período picassiano. Oja Kodar aceptó posar desnuda para el pintor con la condición de que se quedase con los retratos. Dicho y hecho: un buen día se los llevó todos. Después de varios meses, los expuso en una galería de París y Picasso montó en cólera. Se presentó en la capital francesa para reclamar sus obras, pero se dio cuenta de que no eran suyas. Kodar le contó entonces que las había falsificado su abuelo. Welles narra entonces el supuesto encuentro entre el afamado pintor y uno de sus más consumados falsificadores… para luego explicarnos que toda esta historia era falsa. Sí, nos había dicho al principio de la película que todo lo que iba a suceder en la siguiente hora iba a ser verdadero, pero también es cierto que esa hora ya hacía bastante tiempo que había pasado. Una vez resuelto el último truco del cineasta, Orson Welles nos desea a sus espectadores, falso o verdadero, un buen día.