Su más famoso ataque de perfeccionismo tuvo lugar el día en que le pidió a Jack que llorara ante la cámara. «Estoy interpretando, Curly», le advirtió Jack, dirigiéndose a Rafelson por el apodo que le había asignado. «No soy Jack». «Ya lo sé», dijo Rafelson, «pero creo que sería interesante que el personaje le mostrara a su padre mudo una cualidad que no le muestra a nadie más en toda la película». Durante un día y medio debatieron el asunto del arrebato de Bobby ante su padre inválido. Desde sus primeros días en las clases de Corey, Jack había aprendido a aborrecer el sentimiento barato, y para él llorar a una señal era el más barato. «No me gustan los sentimientos», solía decirle a Charles Eastman. Jack nunca olvidó la humillación que sintió cuando las lágrimas de The Cry Baby Killer se mezclaron con los abucheos y carcajadas de un público incrédulo. «La gente no intenta llorar, sólo los malos actores», dijo Jack. «Los buenos intentan no llorar. Sólo los malos intentar reírse; la gente intenta no reírse. Nadie intenta estar borracho; los borrachos intentan estar sobrios. ¿Alguna vez ha visto a un borracho que quiera otra copa coger una copa?». No obstante, aunque la hermana de Eastman, Carole, no incluyó lágrimas en sus diálogos, Rafelson persistió en su demanda. «Este personaje no caería nunca en la autocompasión», gruñó Jack. «Jack, si no veo la desesperación de este personaje, no me va a interesar hacer esta película», repuso Rafelson. «Porque entonces no será más que un estudio de la alienación, y su nomáda vida emocional no me conmoverá». «¿Qué me estás contando?», preguntó Jack. «¿Quieres hacerme llorar?». «Sí, me vendría muy bien». «¡Ni hablar!», gritó Jack. «¿Sabes cuántos directores me han pedido que llore ante la cámara? Eso es muy falso». El debate duró horas, mientras los técnicos mataban el rato. Rafelson los despachó por fin, canceló la filmación e ideó una estrategia para quebrar la voluntad de Jack. Le obligó a mantenerse despierto durante cuarenta horas y a continuación le hizo empujar la silla de ruedas de William Challee hasta el medio de un prado. Sin técnicos. Sin actores. Sin público. Sólo los dos actores y Rafelson. Rafelson emplazó la cámara para un plano fijo, para que ningún espectador pudiera ver desde los laterales el momento íntimo que esperaba capturar entre Bobby y su padre, y manejó él mismo el micrófono. «No guiñes los ojos. No hagas nada», susurró Rafelson a Challee. «No te salgas de situación». Jack pasó unos minutos repasando su texto, y gruñó: «Si voy a hacerlo, desde luego no puedo hacerlo con este diálogo». «Por mí, como si me lees la guía telefónica», dijo Rafelson. «Lo que quiero es emoción». Jack tachó gran parte de los diálogos de Eastman y escribió: «¿Algo más?» en el margen. Y garabateó una frase que se había inventado. Rafelson pidió acción, y en una sola toma Bobby recitó su parlamento. «Seguro que te estás preguntando lo que me ha pasado después de mis prometedores comienzos». Jack se cubrió la cara y ahogó unos sollozos reales. Rafelson le pidió una segunda toma, pero no la utilizó. Como en todas sus películas, Rafelson no vio la película terminada en un cine, una superstición que ha mantenido durante toda su carrera como director. La escena se convirtió en un clásico, y la razón, le dijo Jack a Ron Rosenbaum, del “New York Times”, más de veinte años después, era que había buceado en el dolor de sus recuerdos personales. «El secreto es el hecho de que yo hice ese personaje como una alegoría de mi carrera personal», dijo Jack. «Un comienzo prometedor». Con el tiempo, Jack llegó a considerar a Bobby Dupea como sólo otro personaje del canon Nicholson, pero no todos sus allegados estaban de acuerdo. En muchos aspectos, este personaje fue de los que durante su larga carrera en mayor medida se acercaron a un duplicado del verdadero Jack. «Creo que es esa fachada dura y atractiva que dice: “Soy duro, soy chulo, sonrío ante las dificultades”», dijo el director Richard Rush. «Pero a la vez, más allá de la fachada se ve a alguien que no está tan seguro, que busca respuestas y siente un desasosiego». Mi vida es mi vida conectó con la creciente desilusión de Estados Unidos con la Guerra de Vietnam. La pareja Rafelson–Eastman también convirtió en diana la idea decimonónica del “destino manifiesto” y los tintes más oscuros del machismo. Para su tiempo, la película resultó tan provocadora como osada.