el verano de Dos pillos y una herencia resultó uno de los más traumáticos en la vida de Jack. A las dos semanas de rodaje, Mama Cass Elliott murió de un infarto en el apartamento londinense de Harry Nilsson. «Después de comer me lo encontré en la silla de maquillaje, llorando», recordó Mike Nichols. «Le dije: “Nick, ¿quieres irte a casa? ¿Te sentirías mejor?” Y Jack me contestó: “No quiero sentirme mejor”». En 1974, Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison estaban todos muertos. El drogadicto Brian Wilson se había convertido en un ermitaño. Los Beatles, Cream, Jefferson Airplane, los Byrds, Velvet Underground y Simon y Garfunkel se habían separado. Lo que quedaba del fecundo movimiento hippie del que Jack había emergido en 1969 fue sepultado el 3 de agosto, en el Mount Sinai Memorial Park. Jack, junto a trescientas personas más, lloró el fallecimiento de Cass Elliott. Pero en la época de la muerte de Mama Cass le golpeó una onda expansiva mucho más amplia. La revista “Time” llevó a Jack a su portada del número del 12 de agosto, junto a seis páginas de fotos y texto, la clase de infrecuente homenaje a lo This is Your Life que la revista solía conceder a los más destacados abanderados del espíritu nacional de los tiempos. Antes de publicar el artículo, un investigador hizo una última llamada a Jack, para comprobar la información, y dejó conmocionado al actor. Mud no era su madre, le dijeron, y June no era su hermana. Ethel May Nicholson era su abuela, y la mujer a la que había conocido como su hermana había sido su madre todo el tiempo. Al negarlo Jack, el verificador accedió a suprimir la revelación del artículo de la revista, pero después de colgar –según la versión popular que se ha convertido en leyenda– Jack llamó por teléfono a Jersey. Contestó Shorty, un hombre que siempre tenía una réplica directa a cualquier comentario de Jack. «Voy a llamar a Lorraine», dijo, pasándole el auricular a su mujer. «¿Qué es esta chorrada que me cuenta este tío?», preguntó Jack. «Sí, June es tu madre», dijo Lorraine. Su padre era otro cantar: «un factor X», así dio en llamarle Jack. Cuando el empresario de la ciudad Don Furcillo–Rose escribió más tarde una carta de quince páginas al “Asbury Park Press” reclamando la paternidad, Lorraine no se definió. «En cuanto a ese hombre, yo no lo sé», le dijo a Jack. «June salió con él, pero es que salió con mucha gente». Jack aseguró que nunca volvió a comentar el asunto con Lorraine ni con nadie. En 1984 declaró a Ovid Demaris, de la revista “Parade”: «Hace diez años, cuando recibí esa información, tomé una decisión personal. Como no sé cuántos amigos míos lo saben, decidí no hablar de ello». Y sin embargo, si alguna vez escribía su autobiografía, declaró Jack, el misterio de su padre aparecería en primer plano. Poco después de que Jack descubriera la verdad sobre su infancia, Anjelica visitó la suya de nuevo. «Me llevé a Jack a Irlanda para enseñarle la casa en la que me crié», recordó ella. «Paseamos por los jardines, yo lloré un poco y me sentí muy nostálgica, y le dije que quería recuperar la casa. “¿De verdad?”, me preguntó él. “¿Te vendrías a vivir aquí?”. Me sequé los ojos y tuve que reconocer que no». Se había criado, junto a su hermano Tony, en St. Clerans, una finca de 45 hectáreas dominada por una mansión georgiana y una casa de invitados más pequeña que se extendía frente a la abrupta costa occidental irlandesa. El bosque de St. Clerans se extendía a lo largo de kilómetros, una fronda de rododendros y aluagas que durante los años cincuenta y primeros sesenta habían albergado las controladas aventuras de los hijos de Huston. Exploraban los riachuelos buscando anguilas, imaginaban hadas entre los arbustos en el ocaso, practicaban una versión infantil de una gimnasia temeraria en una cama elástica que su padre había construido en el cobertizo. En sus establos éste tenía cincuenta purasangres. Anjelica y su hermano aprendieron de sexo estudiando cómo se apareaban los caballos. John Huston, un aventurero refugiado fiscal que renunció a la nacionalidad estadounidense en 1964, después de años viviendo como un hacendado rural irlandés, tenía un servicio de doce criados en su mansión de tres pisos. Llevaba a la casa «un desfile de mujeres jóvenes y guapas a las que una», recordó Anjelica, «quería emular, probarse sus medias, ponerse su maquillaje». Más tarde describió a su padre como «un gran mujeriego, muy prolífico», pero en su infancia no se explicaba la desmayada reacción de su madre cuando Anjelica le hablaba de lo mucho que se había divertido con las amigas de Huston. Enrica “Ricki” Huston, una ex bailarina de Balanchine con la que el director se había casado cuando ella tenía 19 años, vivía en la casita (“La Casa Pequeña”) con sus hijos, separada de la casona (“La casa Grande”), donde John peroraba. Demasiado jóvenes para apreciar el efecto corrosivo de los devaneos de Huston, Anjelica y su hermanos crecieron creyendo que los padres mariposeaban mientras las madres aprendían a poner al mal tiempo buena cara.