El 4 de septiembre de 1781 un grupo formado por cuarenta y cuatro hombres, mujeres y niños que se autodenominan «los pobladores» se establecen cerca del centro de lo que es actualmente la ciudad de Los Angeles. El nombre del asentamiento es el Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Angeles de Porciúncula. Dos tercios de los colonos son esclavos africanos fugados o liberados, o descendientes directos de esclavos africanos fugados o liberados. El resto son en su mayoría indios americanos. Tres son mexicanos. Uno es europeo.

 

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 Ven el resplandor a cientos de kilómetros de distancia es de noche y están en una carretera vacía del desierto. Llevan dos días yendo en coche. Crecieron en una pequeña ciudad de Ohio se conocen de toda la vida, de algún modo siempre han estado juntos, incluso cuando eran demasiado jóvenes para saber que lo estaban o lo que eso significaba, estaban juntos. Ahora tienen diecinueve años. Se fueron cuando él pasó a recogerla para ir al cine, iban al cine todos los viernes por la noche. A ella le gustaban las comedias románticas y a él las películas de acción, a veces veían dibujos animados. Empezaron a salir una vez por semana cuando tenían catorce años.

Gritos, él oyó sus gritos cuando detuvo la furgoneta frente al garaje. Entró en la casa corriendo la madre la arrastraba por el suelo sujetándola por el pelo. Le había arrancado mechones. Tenía la cara llena de arañazos. Tenía moratones en el cuello. Él las separó y cuando la madre trató de detenerlo él la golpeó, la madre volvió a la carga y él la golpeó con más fuerza. La madre dejó de intentarlo.

Él la cogió en brazos y la llevó a la furgoneta, una vieja furgoneta que nunca fallaba con un colchón en la parte trasera y carrocería de caravana encima de la cama. La acomodó con delicadeza en el asiento del pasajero la acomodó y la tapó con su chaqueta. Se sentó al volante, arrancó el motor, puso marcha atrás mientras la ponía la madre salió por la puerta con un martillo y se quedó mirando cómo se iban, no se movió, no dijo una palabra, se quedó parada junto a la puerta con el martillo en la mano, la sangre de su hija debajo de las uñas, el pelo de su hija todavía en la ropa y las manos.

Vivían en una pequeña ciudad de un estado del este era algún lugar ningún lugar todos los lugares, una pequeña ciudad norteamericana llena de alcohol, insultos y religión. Él trabajaba en un taller de chapa y pintura y ella de oficinista en una estación de servicio e iban a casarse y comprarse una casa e intentar ser mejores personas que sus padres. Tenían sueños pero los llamaban sueños porque no tenían nada que ver con la realidad, eran una incógnita lejana, algo imposible, nunca se cumplirían. Él volvió a la casa de sus padres ellos estaban en el bar de la esquina. Cerró las puertas de la furgoneta con llave y la besó y le dijo que no se preocupara y entró en la casa. Fue al cuarto de baño y cogió aspirinas y vendas, entró en su habitación y sacó del cajón la funda de un videojuego. Dentro de la funda guardaba los dos mil cien dólares que había ahorrado para su boda. Los sacó y se los metió en el bolsillo cogió algo de ropa y salió. Se subió a la furgoneta ella había dejado de llorar. Lo miró y habló. ¿Qué vamos a hacer? Largarnos de aquí. ¿Adonde vamos a ir? A California.

No podemos irnos a California así sin más. Sí que podemos.

No podemos dejar atrás nuestras vidas.

No tenemos vida aquí. Estamos encallados. Acabaremos como todos, unos desgraciados borrachos y mezquinos. ¿Qué haremos? Ya lo veremos.

¿Vamos a irnos a California sin saber qué haremos? Sí, eso es lo que vamos a hacer. Ella se rió, se secó las lágrimas. Es una locura.

La locura es quedarse. Lo inteligente es irse. No quiero que malgastemos nuestras vidas. ¿Nuestras? Sí.

Ella sonrió.

El se puso en marcha torció hacia el oeste y se dirigió hacia el resplandor que estaba a miles de kilómetros de distancia, se dirigió hacia el resplandor.

 

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Debido a la abundancia de agua y a la seguridad de una comunidad asentada, el Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Angeles de Porciúncula creció tan rápidamente que hacia 1795 era la colonia más extensa de la California española.

 

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Ajoe el Viejo se le puso el pelo blanco cuando tenía veintinueve años. Estaba borracho, llovía, estaba de pie en la playa gritando al cielo, que era eterno, negro y silencioso. Algo, o alguien, le golpeó la cabeza por detrás. Cuando se despertó poco antes del atardecer había envejecido cuarenta años. Tenía la piel gruesa y seca, y le caía flaccida. Le dolían las articulaciones y no podía cerrar los puños, le resultaba doloroso ponerse de pie. Tenía los ojos profundos y hundidos, y el pelo y la barba blancos, habían sido negros mientras gritaba y de pronto estaban blancos. Había envejecido cuarenta años en unas pocas horas. Cuarenta años. Joe vive en un aseo. El aseo está en un callejón detrás de un puesto de tacos del paseo marítimo de Venice. El dueño del puesto le deja dormir allí porque le da lástima. Mientras que lo mantenga limpio y deje a los clientes utilizarlo durante el día, le permite ocuparlo por la noche. Duerme en el suelo junto al retrete. Del pomo de la puerta cuelga un televisor de bolsillo. Tiene una bolsa de ropa que utiliza de almohada y un saco de dormir que esconde detrás de un contenedor durante el día. Se lava en el lavabo y bebe del grifo. Se alimenta de los restos que encuentra en la basura.

Se despierta cada mañana antes del amanecer. Baja a la playa y se tumba en la arena, y espera una respuesta. Contempla cómo sale el sol, contempla cómo el cielo se vuelve gris, plateado, blanco, contempla cómo el cielo se vuelve rosa y amarillo, cómo el cielo se vuelve azul, cómo el cielo es casi siempre azul en Los Ángeles. Contempla la llegada del día. Un nuevo día. Espera una respuesta.

 

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En 1797, el padre Fermin Lasuén funda en el desértico borde septentrional del valle de San Fernando la misión San Fernando Rey de España.

 

 

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Le pusieron el nombre de Emeka Ladejobi-Ukwu. Emeka significa «grandes hechos» en la lengua igbo del sur de Nigeria. Sus padres emigraron en 1946, cuando él tenía cuatro años. Fueron a California porque a su padre le encantaba la fruta y había oído decir que la mejor fruta de Estados Unidos era de Los Angeles. La familia se estableció en Hollywood y su padre se puso a trabajar de portero en unos grandes almacenes. Emeka tenía tres hermanos, él era el pequeño. Cuando tenía seis años, su padre empezó a llamarlo Barry y cambió el nombre de la familia por el de Robinson en honor a Jackie Robinson, que el año anterior había roto la barrera de color en el béisbol. Los cuatro chicos habían sido educados en la fe de que todo era posible en América, que era realmente la tierra de las oportunidades, que podían ser lo que se propusieran. Uno fue profesor, el otro policía, el tercero, dueño de una tienda de comestibles. Emeka, ahora Barry, tenía otra clase de sueño: quería llevar alegría y diversión a la clase media a precios asequibles. Tenía once años la primera vez que habló a su padre de su sueño. Toda la familia estaba reunida para la comida del domingo. Barry se puso de pie, dijo que tenía algo que decir y les pidió que guardaran silencio. Cuando todos callaron, dijo: He descubierto cuál es mi sueño. Quiero llevar alegría y diversión a la clase media a precios asequibles. Hubo un momento de tenso silencio antes de que todos los presentes estallaran en carcajadas. Barry siguió sentado y esperó a que terminaran las risas. Entonces dijo: No titubearé, haré realidad mi sueño.

Acabó como pudo el colegio. En toda su carrera académica tuvo un solo sobresaliente y fue en gimnasia de octavo. Cuando terminó el instituto encontró un empleo en la construcción. A diferencia de muchos hombres de su grupo, no se especializó en ningún campo en particular. Aprendió carpintería, techado, pintura, electricidad, fontanería. Aprendió a instalar moquetas, a poner cemento. Ahorró dinero. Conducía un destartalado Chevy de veinte años, vivía en un apartamento de una sola habitación en Watts, el cuarto de baño estaba abajo en el vestíbulo. Cada noche antes de dormirse soñaba, acostado en la cama soñaba. En 1972 encontró el terreno. Estaba situado en una calle importante que se hallaba equidistante de la 10 (la autopista de San Bernardino), la 605 (la autopista de San Gabriel River) y la 60 (la autopista de Pomo na). La ciudad Industry era una sólida comunidad de clase media rodeada por otras sólidas comunidades de clase media: Whittier, West Covina, Diamond Bar, el Monte, Montebello. El terreno era llano y despejado. El dueño pensaba construir en él un minicentro comercial, pero al final decidió que había demasiada competencia.

Él mismo diseñó los cuatro campos. Quería que fueran entretenidos para los adultos y que supusieran un reto para los niños. Los setenta y dos hoyos serían diferentes entre sí, no habría absolutamente ninguno repetido. Trazó curvas pronunciadas en todas direcciones. Construyó rampas y colinas, y toda clase de trampas concebibles. Uno de los campos tenía el tema del zoo y los animales de tamaño natural eran parte integrante de cada hoyo. Otro se inspiraba en los famosos hoyos de los grandes campos de golf. El tercero se inspiraba en películas famosas, el cuarto se llamaba ¡¡¡El Espectacular!!! y en él desarrolló todas sus ideas más descabelladas. Las llevó a cabo él mismo. Vertió el cemento con los amigos del trabajo. Puso césped sintético, pintó. Se aseguró de que todo se hiciera a la perfección siguiendo fielmente sus especificaciones. Pasaba su tiempo libre trabajando en los campos. Tardó dos años en terminarlos. Abrió el negocio al público un jueves. No había casa club, ni sala recreativa, ni kartódromo, ni botes de choque, ni aparcamiento. No había letrero. Solo una mesa de juego y una caja registradora en la entrada, y él sentado en una silla plegable sonriendo y estrechando la mano de todo el mundo. Tuvo nueve clientes. Ganó trece dólares con cincuenta. Se quedó encantado. Se sentó allí día tras día. Fue llegando cada vez más gente. Ahorró cada céntimo que ganaba e hizo planes para el futuro. Al cabo de tres meses había ahorrado lo suficiente para construir una caseta que reemplazara la mesa de juego. Después de ocho meses construyó un aparcamiento. Vivía en el mismo sitio, conducía el mismo coche. Llevaba una camisa sin cuello con Putt Putt Bonanza inscrito por detrás y su nombre por delante. Corrió la voz entre los habitantes de las poblaciones vecinas. A la gente le encantaban los campos y le encantaba Barry y todo el mundo reconocía una atracción divertida y asequible cuando la veían. A los dieciocho meses después de abrir hizo el kartódromo, que fue seguido de la sala recreativa y los botes de choque. En 1978 construyó la casa club, que era tan bonita como las que había visto en los clubes de campo de la zona. La consideró su mayor logro.

Los ochenta fueron «años de gran prosperidad». Putt Putt Bonanza estaba abarrotado de gente los siete días de la semana, los trescientos sesenta y cinco días del año. Los videojuegos, encabezados por los Space Invaders, Pac-Man y Donkey Kong, se convirtieron en un fenómeno cultural. En Putt Putt Bonanza se rodaron las principales escenas de una de las películas más populares de la década, The Kung Fu Kid, lo que supuso un estallido de popularidad para el minigolf y el parque de atracciones. Barry organizó carreras en el kartódromo, ofreció descuentos de familia, abrió en la casa club una sección especial para fiestas de cumpleaños. A menudo reinvertía el dinero que entraba en mejorar o mantener las instalaciones, pero consiguió reunir unos ahórralos para cuando se jubilara. Para él, los años ochenta fueron un sueño hecho realidad, un momento en que su proyecto tomó forma y fue aplaudido por todos los clientes de clase media que acudían en tropel a sus atracciones. Cuando llegaron los noventa fue como si alguien hubiera pulsado un interruptor. La gente dejó de ir tan a menudo y quienes lo hacían parecían tristes. Los chicos iban con camiseta negra y el ceño fruncido, escupían sin disimulo, soltaban tacos y fumaban. Los padres parecían deprimidos y no sacaban la billetera. Los accidentes, normalmente intencionados, se hicieron cada vez más frecuentes en el kartódromo, los niños empezaron a pelearse en el estanque de los botes de choque, la mayoría de los videojuegos estaban relacionados con armas y muerte. Barry supuso que se trataba de algo cíclico y que los buenos tiempos volverían. Bonanza ganaba lo suficiente para permanecer abierto, pero si quena mantener los altos niveles habituales era necesario tocar sus ahorros. A medida que la década avanzaba y parecía que las cosas no cambiaban, se agotaron los ahorros. En 1984 se había trasladado de su apartamento de una habitación a un pequeño rancho situado a un par de kilómetros de Putt Putt Bonanza. Pidío una segunda hipoteca sobre el rancho para mantener abierto el negocio. Hubo una breve vuelta a la gloria cuando el boom de Internet, pero fue pasajero. Y los chicos iban de mal en peor, cada vez eran más ruidosos, más groseros, más rebeldes. De vez en cuando sorprendía a uno bebiendo alcohol o fumando marihuana, o encontraba una pareja de adolescentes pegándose el lote en uno de los cuartos de baño de la casa club. Barry sigue yendo a trabajar todos los días, sigue sintiéndose orgulloso de Putt Putt Bonanza. Sin embargo, sabe que su sueño está casi muerto. A final de año cerrará el kartódromo y el estanque de botes de choque porque el seguro se ha vuelto demasiado caro, y sabe que un pleito lo arruinaría. No puede soportar entrar en la sala recreativa porque todos los videojuegos van de armas y muerte, explosiones y ruido. El personal no se toma en serio su trabajo, la deserción es tan alta que a veces no puede abrir la casa club. Algunos de los hoyos de los campos se están resquebrajando, no puede luchar contra las malas hierbas, encuentra orina en las trampas de agua al menos un par de veces por semana. Sus ahorros se han esfumado de modo que no puede hacer obras. Puede seguir abierto, eso es todo. Un promotor inmobiliario ha acudido a él y se ha ofrecido a comprar Putt Putt Bonanza. El promotor quiere nivelar el terreno y construir un minicentro comercial. Con el dinero Barry podría comprarse el rancho y retirarse con relativa holgura. Sus hermanos le aconsejan que lo haga, el contable le dice que lo haga, el sentido común y la cabeza le dicen que lo haga. El corazón le dice que no. Cuando se permite oírlo, el corazón dice no, no, no. Todos los días, a todas horas, el corazón grita que no. Cada noche antes de acostarse, Barry se sienta en la cama y mira un álbum que guarda en la mesilla. Es una historia ilustrada de su vida en Putt Putt Bonanza. Empieza con una foto de él estrechándole la mano al vendedor del terreno cuando cerraron el trato. Sigue con él trazando los planos, la mayoría encima de una mesa en casa de sus padres, la construcción del kartódromo con la ayuda de sus viejos amigos. Hay una foto de él el día de la inauguración, sonriendo detrás de la mesa de juego, hay fotos de él durante cada una de las fases de ampliación, fotos rodeado de clientes felices y sonrientes, niños riéndose, padres satisfechos. Hacia la mitad del álbum hay una foto de él con los actores de The Kung Fu Kid, un anciano chino, un adolescente italoameri-cano y una rubia ingenua que acabaría ganando un Oscar. Están en la entrada, con el letrero Putt Putt Bonanza brillando a sus espaldas. Barry tenía cuarenta y dos años cuando les hicieron la foto, estaba en el punto álgido de su carrera, su sueño se había hecho realidad y se sentía feliz. Cuando llega a esa foto, se detiene y la examina. Sonríe, aunque sabe que las cosas nunca volverán a ser como antes, aunque sabe que el mundo ya no quiere lo que él tiene, lo que ama, lo que se ha dedicado a construir y mantener toda su vida. Se tumba en la cama y mira la foto, y sonríe. La cabeza le dice que se deshaga de ello, que venda. El corazón le dice que no. El corazón le dice que no.

 

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Amberton Parker.

Nacido en Chicago descendiente de una gran familia de la industria de empaquetado de carne del medio oeste. Educado en Saint Paul, Harvard.

Se traslada a Nueva York en su primera audición consigue un papel estelar en una obra dramática de Broadway. La obra se inaugura con buenas críticas y recibe diez premios Tony. Hace una película independiente gana un Globo de Oro. Hace un drama/acción sobre la corrupción de Estados Unidos en Oriente Medio. La película recauda ciento cincuenta millones de dólares, es nominada para un Oscar. Sale con una actriz, ¡¡¡la mejor actriz del mundo!!! Sale con una modelo que es conocida solo por un nombre. Sale con una aspirante a estrella, con una nadadora olímpica ganadora de seis medallas de oro, con una primera bailarina. Protagoniza una serie de películas de acción. Detiene a terroristas, a científicos locos, a banqueros empeñados en dirigir el mundo. Mata a un hombre de Europa del Este que tiene un arma nuclear, a un árabe con un virus, a una tentadora sudamericana en posesión de la droga más adictiva que ha conocido el mundo. Si son malos y representan una amenaza para Estados Unidos, los mata. Los deja bien secos.

Para demostrar su versatilidad hace una película de baile, una película de mafia, una película de deporte. Gana un Oscar con el papel de explorador que se enamora de una atractiva india norteamericana y encabeza una rebelión de una mezcolanza variopinta de razas contra un rey corrupto.

Se casa con una hermosa joven de Iowa. Es una estrella de cine menor que, después de la boda, se convierte en una estrella de cine mayor.

Tienen tres hijos, los protegen del público, crea una fundación. Asiste al circuito de programas de entrevistas. Se dedica a luchar por la paz y la educación. Habla con elocuencia sobre el significado y la necesidad de transparencia y verdad en nuestra sociedad.

scribe unas memorias sobre su vida, sus amores, sus creencias. Vende dos millones de copias. Es un héroe norteamericano.

Amberton Parker.

Símbolo de la verdad y la justicia, la honestidad y la integridad.

Amberton Parker.

Heterosexual en público.

Homosexual en la intimidad.

 

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En 1848, después de dos años de hostilidades entre Estados Unidos y México, el Tratado de Guadalupe Hidalgo convierte California en territorio estadounidense.

 

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Sus padres estaban a quince metros de la frontera cuando nació. Su madre Graciella estaba tumbada en el suelo polvoriento gritando. Su padre Jorge trataba de impedir que murieran las dos. Tenía una navaja. Le cortó el cordón, sacó la placenta el bebé se echó a llorar, Jorge se echó a llorar, Graciella se echó a llorar. Cada uno por motivos diferentes. Vida dolor miedo alivio oportunidad esperanza lo conocido lo desconocido. Lloraron.

Habían tratado de cruzar cuatro veces. Los habían cogido dos veces los habían mandado de vuelta las dos, Graciella se había puesto enferma las otras dos y había sido incapaz de continuar. Eran de un pequeño pueblo de granjeros de Sonora que moría lentamente, las granjas desaparecían, la gente se marchaba. El futuro estaba en el norte. Los empleos estaban en el norte. El dinero estaba en el norte. Alguien de su pueblo les dijo que si el niño nacía en suelo estadounidense recibía automáticamente la nacionalidad estadounidense. Si el niño tenía la nacionalidad estadounidense les permitirían quedarse. Si lograban quedarse podrían tener un futuro.

Ella se estaba limpiando cuando se detuvo una patrulla fronteriza, un hombre al volante de un jeep con una pistola en la cadera, un sombrero de cowboy en la cabeza. Se bajó del jeep los miró vio al niño, vio la sangre que corría entre las piernas de Graciella, vio a Jorge petrificado. Se quedo mirándolos. Nadie se movió. La sangre corría. Se volvió y abrió la puerta trasera del jeep. Suban.

No hablamos inglés. Usted aprende mejor si usted desea hacer algo en este país. Si.

Suban.

Señaló el asiento trasero, los ayudó a acomodarse, se aseguró de que estaban bien, cerró la puerta, condujo lo más rápido y prudentemente que pudo a través del desierto. Jorge temblaba de miedo no quería que los hicieran volver. Graciella temblaba de miedo no podía creer que tuviera un niño entre los brazos. El bebé berreaba.

Tardaron una hora en llegar al hospital más cercano. El jeep se detuvo frente a la entrada de urgencias el hombre ayudó a la nueva familia los acompañó a la puerta. Se detuvo antes de entrar miró al padre habló. Bienvenidos a Estados Unidos. Gracias.

Espero que encuentren lo que están buscando. Gracias.

La llamaron Esperanza. Era pequeña, como los dos padres, con una mata de pelo negro y rizado como los dos padres. Tenía la piel clara, casi blanca, y los ojos oscuros, casi negros, y unos muslos excepcionalmente grandes, casi de dibujos animados, como si le hubieran inflado la parte superior de las piernas. Era un bebé dócil. Siempre sonreía y reía, casi nunca lloraba, dormía bien, comía bien. Debido a las complicaciones del parto en el desierto, causadas en parte por los enormes muslos, Jorge y Graciella sabían que nunca tendrían otro hijo, y eso les hizo atesorarla aún más, cogerla en brazos con más delicadeza, quererla más, más de lo que creían que la habrían querido, más de lo que habían creído posible.

La familia vagó tres años por Arizona, Jorge trabajó como recolector en granjas de cítricos, tangüelos, naranjas y nectarinas, Graciella, que siempre tenía a su lado a la sonriente y risueña Esperanza, limpiaba las casas de las clases pudientes blancas. Vivían con sencillez en cuartuchos, con solo las necesidades más básicas cubiertas: una cama que compartían, una mesa, un hornillo, un fregadero y un cuarto de baño. Ahorraban todo lo que podían, cada moneda era codiciada, cada dólar era contabilizado y guardado, querían comprarse una casa, crear su propio hogar. Ese era el sueño, una hija americana, una casa americana, vagaron hacia el norte hasta adentrarse en California. Siempre abia granjas de cítricos, siempre había casas que limpiar. Siempre había comunidades de mexicanos en su misma situación, on los mismos sueños, la misma disposición para trabajar, el mismo deseo de una vida mejor. Dos años más tarde fueron a Los Ángeles, donde se encuentra la comunidad hispánica más extensa de Estados Unidos. Vivieron en el garaje de un hombre cuyo primo era de su pueblo. Dormían en un colchón en el suelo, hacían sus necesidades en cubos que luego vaciaban en las alcantarillas. Era un arreglo temporal, esperaban, estaban preparados para encontrar una casa. No sabían a qué podían aspirar, si podían aspirar a algo, ni cómo comprar o dónde empezar a buscar, todo lo que sabían era lo que querían, querían una casa, la querían.

No tenían coche, de modo que se movían por todas partes de East Los Angeles en autobús, buscaron en Echo Park, Highland Park, Mt Washington, Bell Garden, Pico Rivera. No vieron nada que pudieran permitirse comprar, por lo que fueron a Boyle Heights, que en aquel momento, en 1979, era la zona más peligrosa de East Los Angeles, y encontraron una pequeña casa en ruinas con un garaje destartalado, los dueños anteriores habían tratado de pegarle fuego porque creían que estaba poseída por un demonio. No se quemó, lo intentaron tres veces pero no se quemó, de modo que cambiaron de parecer y creyeron que estaba protegida por Dios. De todos modos, les daba terror vivir allí y querían deshacerse de ella. Cuando vieron a Esperanza, se quedaron maravillados de sus muslos, que eran casi del tamaño de un adulto, y encandilados con su sonrisa y sus risitas, proclamaron que era una criatura de nuestro Señor, y vendieron la casa a Jorge y Graciella por ocho mil dólares, que era todo el dinero que estos tenían en su haber. Cuando salieron de la casa, después de ultimar las condiciones, Jorge cayó de rodillas y se echó a llorar. Hija americana, casa americana, sueño americano. Se mudaron un mes después. Tenían su ropa y un par de mantas viejas, Esperanza tenía una muñeca llamada Lovie. No tenían muebles, ni camas, ni cuchillos, tazas o cazuelas, ni medio de transporte, ni radio ni televisor. La primera noche que pasaron en la casa, Jorge compró una lata de mosto y vasos desechables, Graciella compró una tarta de fruta Hostess. Tomaron el mosto y iíi tarta. Esperanza corrió por la casa preguntando qué iban a hacer con tantas habitaciones, quería saber si era una casa o un castillo. Jorge y Graciella se sentaron y se cogieron de la mano sonriendo. Durmieron en el suelo de la sala de estar, los tres debajo de una manta, padre madre e hija, juntos bajo una manta.

 

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En el Camping para Caravanas Palisades Heights hay setenta y cinco viviendas. Están desperdigadas en tres hectáreas en los riscos que hay sobre la autopista de la Costa del Pacífico, y fueron construidas, si esta es la palabra correcta, como una forma de vivienda asequible en una comunidad de clase alta. Durante años las personas que vivían en ellas fueron ignoradas por el resto de la comunidad, fueron blanco de bromas, objeto de desdén, mofa y degradación. Con la explosión inmobiliaria de finales de los noventa y del principio del milenio, las caravanas experimentaron un auge superior al del resto del país, y superior al de los alrededores, donde las mansiones se vendían a cincuenta millones de dólares. En aquella coyuntura algunas se vendieron, en otras se hicieron reformas, otras se ampliaron o se quedaron igual. La más grande es una de triple ancho que ocupa una parcela doble, la más pequeña es una Airstream Bambi de quince metros cuadrados.

Tammy y Cari se fueron a vivir al camping en 1963. Eran de Oklahoma y cada uno creció en un extremo distinto de Tulsa, soñando con vivir en la playa. Se conocieron en su primer año en el Tulsa State, donde los dos estudiaban magisterio. Al año siguiente se casaron, al siguiente tuvieron su primer hijo, Earl, al siguiente Tammy dejó la carrera para quedarse en casa con él, Cari siguió estudiando y se sacó el título. Dos días después se subieron a su camioneta revestida de madera por dentro y se dirigieron al oeste. Al llegar a Los Angeles, Cari buscó empleo y empezaron a buscar una casa donde vivir con vistas al mar. Recorrieron toda la costa de Ojai a Huntington Beach. Cari se presentó a setenta y cuatro empleos, no podían permitirse nada que fuera habitable. Vivieron un mes en la camioneta, en los aparcamientos de las playas públicas, cocinando perritos calientes en un brasero.

El trabajo llegó primero. Se trataba de dar clases de ciencias en un instituto público de Pacific Palisades, un lujoso barrio marítimo entre Santa Mónica y Malibú. Era un buen centro y e sueldo era bueno para un profesor, pero no bastaba para vivir e las Palisades ni en Santa Mónica ni en Malibú. Descubrieron el camping para caravanas, que estaba en el borde de las Palisades.

compraron una de doble ancho por tres mil dólares. Tuvieron dos hijos más, un niño llamado Wayne y una niña llamada Dawn, vivieron todos juntos en la caravana. Estaban hacinados pero la falta de espacio los unió más, los obligaba a vivir en paz los unos con los otros, mejoraba los buenos momentos y acortaba los malos. Cada fin de semana bajaban la colina hasta la playa, y en verano jugaban todos los días en la arena, con las olas, los chicos aprendieron a hacer surf, siguieron cocinando perritos calientes en el brasero. Los niños fueron a escuelas públicas que figuraban entre las mejores del estado, les fue bien y entraron en la universidad. Cari siguió dando clases de ciencias y durante treinta y cinco años fue el entrenador de fútbol del instituto. Una vez al año, por navidades, volvían a Tulsa, donde sus parientes los miraban como si fueran marcianos. Una vez al año, en las vacaciones de Semana Santa, iban a Baja y alquilaban un bungalow en la playa, y pasaban una semana comiendo tacos, jugando con frisbees y haciendo surf. Los años han pasado sencilla y agradablemente. Aparte del hecho de que viven en un camping para caravanas, la familia lleva una vida típicamente californiana. Los niños ya se han ido de casa, son mayores y se lo han montado por su cuenta. Earl es abogado de la industria de espectáculo en Beverly Hills, Wayne es catedrático de literatura en San Diego, Dawn está casada y con hijos, y viven en Redondo Beach. Cari se ha jubilado, y él y Tammy pasan los días paseando por la playa, sentándose delante de su caravana a leer libros de historia y misterio, jugando a las cartas con los vecinos. Ven a un hijo por lo menos cada fin de semana, normalmente en la caravana, y a sus nietos, que son siete, les encanta ir a verlos. Earl, que gana una cantidad absurda de dinero, se ha ofrecido a comprarles una casa e Verdad, pero ellos no quieren trasladarse. Les encanta el camñing, les encanta la caravana, les encanta la vida que han llevado, que todavía llevan. Quieren quedarse allí hasta que estén bien muertos.

 

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En 1875, Los Angeles comprendía varias comunidades bien diferenciadas e independientes de africanos, hispanos, mexicanos, chinos y blancos norteamericanos, lo que la convertía en la ciudad con mayor diversidad étnica del país al oeste del Missisippi. Entre las comunidades había poca relación y el municipio de Los Angeles aprobó una ley que permitía a los blancos discriminar a todos los que no fueran blancos.