(Incluir como imagen alguno de los dos cuadros mencionados en el texto)

Fue su conocimiento de la lotto lo que permitió a Casanova, durante el exilio parisino, crear la lotería estatal francesa que le hizo rico por un tiempo. Todo veneciano sabía jugar, toda Venecia era un casino que arruinó a ricos y pobres durante más de un siglo.

 Además de adorar la lotería, los venecianos apostaban en tal infinidad de juegos que se puede hablar de una enfermedad social y todavía en la actualidad, el municipio veneciano expone, en bares y cafés, una lista de juegos prohibidos que da idea del pavor impreso en la memoria popular, tras aquella época de ludopatía colectiva.

Con la hipócrita razón de ordenar el juego y ofrecerle legalidad, pero con la verdadera finalidad de no quedarse fuera de un vicio tan lucrativo, el gobierno de la Serenísima decidió abrir un salón de juego oficial, en el que sólo podía tener la banca un patricio. Decidieron que sólo ellos podían desplumar incautos. Este privilegio se concretó con la apertura del “ridotto”

Dice Da Ponte: “Estaba la mujer que amaba constantemente agitada por la pasión del juego. Su hermano, un mozalbete insolente, violento, terco, era para nuestra grandísima desgracia aún más vicioso que ella. Yo me veía obligado a agasajarlo y lo secundaba, ora por cumplido ora por hastío. Poco a poco también yo me hice jugador. No siendo ricos ni ellos ni yo, perdimos en breve todo nuestro dinero. Empezamos entonces a contraer deudas, a vender, a empeñar, y muy pronto vaciamos el guardarropa. Estaba abierta en aquellos tiempos la famosa casa de juego de Venecia conocida habitualmente con el nombre de Ridotto [Saloncillo] público, donde a los nobles ricos se les concedía el privilegio exclusivo de tener la banca con su propio dinero y a los pobres, por cierto precio, con el ajeno, las más de las veces el de los prósperos descendientes de Abraham. Nosotros íbamos todas las noches, y todas las noches nos volvíamos a casa maldiciendo el juego y a quien lo inventó. Aquella casa sólo se abría durante el carnaval”.

No obstante, las enormes sumas que diariamente se jugaron en el Ridotto durante el Carnaval, es decir, seis meses al año, con la afluencia de miles de aristócratas europeos, no sólo no enriquecieron a los patricios, sino que los hundieron en la miseria, dándose casos, como el de Niccoló Griori en 1762, que regresó desnudo a su casa, tras perderla y jugarse también la ropa.

El pozo donde se hundieron cientos de fortunas venecianas y extranjeras era un local de doce salones, ampliados a costa de la confiscación de bienes eclesiásticos, decorado con todo lujo, frescos que representaban “El triunfo de Baco” y la “Alegoría de la Fortuna próspera y adversa”, y una salita resguardada y en penumbra, llamada "de los suspiros", donde se permitía a los perdedores retirarse a sufrir en silencio y soledad.

 Se conservan cientos de relatos biográficos con escenas del Ridotto, así como una interesante pintura de Longhi y otra de Guardi, pero este fragmento de Casanova da una idea precisa del ambiente:

"Pasamos a la sala de las bancas más fuertes. Mi amiga se detuvo ante la mesa del señor Mocenigo, quien por aquellos años era el más guapo de los jugadores venecianos. Como nadie apostaba, el patricio estaba reclinado descuidadamente sobre la garganta de una dama enmascarada a quien reconocí de inmediato: era Marina Pisani. Mi amiga me preguntó si quería jugar; yo le dije que no. _"Vamos a medias_", replicó, y sin esperar respuesta sacó un gran puñado de oro y lo puso sobre una carta. El banquero, sin prestar mucha atención, baraja, corta, mi amiga gana, y dobla la apuesta. El banquero paga, toma una baraja nueva, todo ello sin dejar de susurrarle palabras a su dama, con la mayor indiferencia hacia los 400 cequines que se jugaba mi amiga”.