Otra persona que iba a pagar las consecuencias de traspasar los limites establecidos era uno de los   humoristas más populares de Italia, Sabina Guzzanti. Guzzanti, que había sido alabada por Berlusconi   en el pasado, tenía un nuevo programa, RAIOt. En su primera emisión apareció vestida de samurai,   parodiando a Uma Thurman en Kill Bill, y pronunció una serie de mordaces ataques contra Berlusconi y su empresa. Hizo referencia al hecho de que Mediaset se hubiera quedado con   Rete 4 contraviniendo el fallo del Tribunal Constitucional. Explicó que Italia ocupaba por su libertad   de prensa el puesto 53 en el mundo: «¿No lo han oído en nuestros informativos de la noche? Bueno,   supongo que si lo hubieran hecho, no estaríamos ocupando el puesto 53?». Relató parte de la historia   de Mediaset, la amistad entre Berlusconi y Bettino Craxi y la pertenencia del primero a la logia   masónica P2. «Son los humoristas quienes deben decir cosas serias —añadió—, dado que nuestro   primer ministro se dedica a contar chistes. Desde el punto de vista comercial, el programa fue un gran éxito. En la menor de las cadenas   estatales, RAÍ 3, la emisión comenzó a medianoche con un índice inicial de audiencia del 7 por ciento,   pero a medida que Guzzanti avanzaba se alcanzó un 25 por ciento, convirtiendo así al tercer canal,   con su reducido presupuesto y modesta audiencia, en el mayor del país durante media hora. En el mundo político se armó la gorda. Mediaset se querelló de inmediato contra Guzzanti, y la RAÍ   suspendió el programa, insistiendo en que debía hacerlo a fin de ahorrarle eventuales riesgos legales a   la empresa. El ente público sólo aceptaría que Guzzanti siguiera con la emisión si ella accedía a   presentar su contenido con una semana de antelación a los jefes de la RAI Sin duda se trataba de un   caso de censura previa. Guzzanti se negó y el programa se liquidó a pesar del enorme éxito de la   primera emisión. Tiempo después, un tribunal milanés desestimaría la querella presentada por   Mediaset aduciendo que las bromas de Guzzanti eran una forma legítima de sátira. «Son pertinentes   desde el punto de vista social —se dice en la sentencia— y objetivamente ciertas en sus elementos   esenciales.»