Chen tomó asiento en el lugar de costumbre, un banco pintado de verde bajo un alto chopo. En el respaldo del banco, en pequeños caracteres, estaba tallado un eslogan que había sido popular durante la Revolución Cultural: Viva la dictadura del proletariado. Habían vuelto a pintar el banco un par de veces, pero el mensaje se transparentaba. Sacó una recopilación de cantos ci de su cartera y lo abrió en un poema de Niu Xiji. «Desaparece la bruma / entre las montañas primaverales, / las estrellas, pocas, pequeñas / en el pálido firmamento, / la luna que desciende ilumina su rostro, / el amanecer en sus relucientes lágrimas / en la despedida...». Era demasiado sentimental para la mañana. Se saltó varias líneas para llegar al último par de versos: «Pensando en tu verde falda, en todas partes, / en todas partes piso la hierba con suavidad». Otra coincidencia, reflexionó, dando unos golpecitos con los dedos en el respaldo del banco. No mucho tiempo atrás, en un café del muelle del Bund, había leído este par de versos a un amigo, que ahora pisaba la verde hierba muy lejos de allí. Sin embargo, el inspector jefe Chen no había ido al parque para entregarse a la nostalgia. La resolución satisfactoria de un importante caso político, en el que estaba involucrado Boshen, el teniente de alcalde de Beijing, había tenido repercusiones inesperadas en su trabajo profesional y en su vida personal. Aún estaba emocional y físicamente agotado. En una carta reciente a su novia Ling había escrito: «Como dice nuestro antiguo sabio, "en este mundo nuestro, ocho o nueve veces de cada diez las cosas van mal". Las personas no son más que productos casuales de la buena o mala suerte a pesar de sus esfuerzos intencionados». Ella no había respondido, cosa que no le sorprendió. Su relación era tensa debido a aquel caso. Detrás de él apareció una figura con chaqueta gris estilo Mao y se dirigió a él con voz seria y suave: —Camarada inspector jefe Chen. Reconoció a Zhang Hongwei, un veterano agente de seguridad del parque. En los años setenta, Zhang llevaba el brazal de Mao en la chaqueta y patrullaba con energía como si le hubieran colocado muelles de acero en los pies, echando miradas desconfiadas al libro de texto inglés que Chen tenía en la mano. Ahora era un cincuentón, calvo y con arrugas, y caminaba arrastrando los pies, con la misma chaqueta gris estilo Mao pero sin el brazal. —Por favor, venga conmigo, camarada inspector jefe Chen. Siguió a Zhang hasta un rincón parcialmente tapado por un arbusto a ras del malecón, a unos cinco metros de la entrada trasera. En el suelo yacía un cuerpo tendido de espaldas, mutilado, y con múltiples heridas, de las que la sangre se había derramado formando una telaraña surrealista. Se veía una línea de manchas negras que iba desde la orilla hasta el lugar donde se encontraba el cuerpo. El inspector jefe Chen no había ni soñado jamás que le llamarían para examinar el escenario de un crimen en el parque del Bund. —Estaba haciendo mi ronda matinal cuando tropecé con esto, camarada inspector jefe Chen. Usted viene a menudo por la mañana, todos lo sabemos —dijo Zhang en tono de disculpa—, así que... —¿Cuándo ha hecho su ronda esta mañana? —Hacia las seis. Inmediatamente después de que abrieran el parque. —¿Cuándo hizo su última ronda anoche? —A las once y media. Antes de cerrar comprobamos varias veces que no quedara nadie. —Así que está seguro... Su conversación fue interrumpida por unas carcajadas que resonaron en la orilla próxima a la entrada. Allí, una mujer joven posaba con una sombrilla japonesa para la cámara de un hombre también joven. Sentada en el murete del dique, inclinaba la parte superior del cuerpo hacia el agua. Una postura peligrosa. Tenía las mejillas sonrosadas; se vio el resplandor del flash de la cámara. Posiblemente era una pareja en viaje de luna de miel. Un día romántico iniciado tomando fotos en el parque del Bund. —Evacué el parque y ciérrelo toda la mañana —ordenó Chen, frunciendo el ceño. Escribió algo en el dorso de un marcapáginas—. Llame a este número desde su oficina. Es el número del inspector Yu Guangming. Dígale que venga lo antes posible. Mientras Zhang se alejaba apresuradamente, Chen se detuvo a examinar el cuerpo. Era un varón de cuarenta y pocos años, de altura y complexión medianas, vestido con pijama de seda de aspecto caro. Tenía el rostro manchado de sangre y cortes profundos, y el lado izquierdo del cráneo aplastado debido a un fuerte impacto. Era difícil imaginar cuál podía haber sido su aspecto cuando estaba vivo, pero no era preciso ser médico forense para ver que le habían asestado más de una docena de golpes con un arma afilada y pesada, más pesada que un cuchillo. Los cortes en los hombros eran tan profundos que dejaban el hueso a la vista. Teniendo en cuenta las múltiples heridas, la cantidad de sangre que había en el suelo era sorprendentemente escasa. La chaqueta del pijama sólo tenía un bolsillo. Chen metió la mano. No había nada. Tampoco vio ninguna etiqueta en la ropa. Tocó con cuidado la mandíbula inferior y el cuello del cadáver, que no estaban ensangrentados. La rigidez era perceptible, pero el resto del cuerpo aún estaba relativamente blando. Había cierta lividez en las piernas. Al presionar con el dedo, las manchas purpúreas emblanquecieron, de manera que era probable que la muerte se hubiera producido cuatro o cinco horas antes. Abrió un párpado del muerto: un ojo inyectado en sangre miró fijamente el firmamento, moteado de nubes. Las córneas no eran opacas todavía, lo que reforzaba el cálculo de que la muerte había sido reciente. ¿Cómo podía encontrarse un cadáver en el parque del Bund? El inspector jefe Chen sabía una cosa de la dirección de Seguridad del parque. Los agentes de Seguridad, así como los voluntarios jubilados, hacían sus rondas nocturnas con diligencia, mirando en todas partes y anunciando por los altavoces: «¡Apresúrense! ¡Es la hora!», y enfocaban con sus linternas a los amantes que se hallaban en los rincones oscuros antes de cerrar la verja. En una ocasión había hecho un informe especial sobre ello al departamento, con el fin de justificar la dotación de más fondos por su trabajo nocturno. Con la gran escasez de vivienda que había en Shanghai, el parque se prestaba a los escarceos amorosos de los jóvenes que no gozaban de intimidad en su hogar, y era fácil que se olvidaran de que el tiempo pasaba y de que se encontraban en un lugar público. Ahí Seguridad hacía un buen trabajo. Zhang se había mostrado firme en descartar la posibilidad de que alguien se hubiera escondido en el parque antes de que cerraran, y Chen le creía. Existía la alternativa de que hubieran entrado dos personas después de cerrar; no habría requerido mucho esfuerzo encaramarse al muro y saltar. Uno podía haber matado al otro y luego haber huido. Sin embargo, durante toda la noche había tráfico rodado y peatones en la zona. Sin duda un incidente así habría llamado la atención y se habría informado de él. La zona que rodeaba los arbustos tampoco apoyaba esta hipótesis. No había señales de pelea. Lo único que encontró el inspector jefe Chen fue dos o tres ramitas rotas. El hecho de que el cuerpo estuviera vestido con pijama sugería, además, que el asesinato había ocurrido antes, en una habitación, desde la que el cadáver había sido trasladado al parque. Quizá habían arrojado el cuerpo desde el río. El malecón no tenía gran altura. Con la marea alta de la noche, un cadáver lanzado desde un barco podía haber ido a parar al malecón y rodado hasta los arbustos, lo que también explicaría la línea de manchas negras dejadas en el suelo. Pero había algo que desconcertaba a Chen. Nadie habría intentado deshacerse de un cadáver allí sin prever que lo descubrirían de inmediato. El parque era el centro de Shanghai, y a diario lo visitaban miles de personas. ¿Por qué transportar allí un cadáver? Entonces fue cuando vio la figura familiar del inspector Yu caminando a grandes pasos a través de la neblina con una cámara colgada al hombro. Yu, un hombre alto de complexión media, con el rostro arrugado y los ojos hundidos, era su experimentado ayudante, aunque tenía un par de años más que Chen. Yu también era el único colega que no se quejaba a sus espaldas del rápido ascenso del inspector jefe, atribuible a la nueva política de cuadros de Deng Xiaoping que favorecía a los que poseían una educación formal. Yu era amigo suyo desde que habían resuelto el caso de la trabajadora modelo de rango nacional. —¿Aquí? —preguntó Yu, sin saludar formalmente a su jefe. —Sí, aquí. Yu empezó a hacer fotografías desde diferentes ángulos. Se arrodilló junto al cuerpo, hizo primeros planos y examinó las heridas con atención. Se sacó una cinta métrica del bolsillo de los pantalones y midió los cortes de la parte frontal del cadáver antes de darle la vuelta para examinar las heridas de la espalda. Entonces Yu miró a Chen por encima del hombro. —¿Alguna pista respecto a su identidad? —preguntó. —Ninguna. —Asesinato de la Tríada, me temo —dijo Yu. —¿Por qué lo cree? —Mire las heridas. Heridas de hacha. Diecisiete o dieciocho. No son necesarias tantas. El número puede tener un significado específico. Es una práctica corriente entre los gánsteres. El golpe en el cráneo habría sido más que suficiente —Yu se puso en pie y se guardó la cinta métrica en el bolsillo—. La longitud media de las heridas es de seis o siete centímetros. Esto indica una mano firme con mucha fuerza. No es un trabajo de aficionados. —Buenas observaciones —señaló Chen asintiendo—. ¿Dónde cree que tuvo lugar el asesinato? —En cualquier lugar menos aquí. El tipo aún va en pijama. El asesino debió de traer el cuerpo como aviso especial. Es otra señal de un asesinato de la Tríada; para enviar un mensaje. —¿A quién? —Tal vez a alguien en el parque —dijo Yu—, o a alguien que se enterará enseguida. Para que la noticia se difunda rápida y extensamente no hay mejor lugar que el parque. —Entonces ¿cree que dejaron el cadáver aquí para que lo encontraran? —Sí, eso creo. —¿Y cómo vamos a empezar? Yu hizo una pregunta en lugar de responder. —Jefe, ¿tenemos que ocuparnos del caso? No estoy diciendo que el departamento no deba hacerse cargo de él, pero si no recuerdo mal, nuestra brigada de casos especiales sólo se ocupa de casos políticos. Chen comprendía las reservas de su ayudante. Normalmente su brigada no tenía que ocuparse de un caso hasta que el departamento lo declaraba «especial», por razones políticas señaladas o no señaladas. En otras palabras, «especial» era la etiqueta que se ponía cuando el departamento tenía que adaptar su enfoque para satisfacer necesidades políticas. —Bien, se ha hablado de montar una nueva brigada... una brigada de la Tríada, pero este podría clasificarse como caso especial. Y no estamos seguros todavía de que sea un asesinato de la Tríada. —Pero si lo es, será una patata caliente. Una patata que nos quemará las manos. —Tiene razón —dijo Chen, consciente de a dónde quería ir a parar Yu. No demasiados policías podían tener interés por un caso relacionado con esas bandas. —Esta mañana no he dejado de tener un tic en el párpado izquierdo. No es un buen presagio, jefe. —Vamos, inspector Yu —el inspector jefe Chen no era un hombre supersticioso, a diferencia de algunos de sus colegas que consultarían el I Ching antes de aceptar un caso. Sin embargo, si la superstición no entraba en juego, realmente había una razón que le empujaba a hacerse cargo del caso. En aquel parque su suerte había dado un vuelco para mejorar. —En la escuela primaria aprendí que Chiang Kai-shek subió al poder con ayuda de las bandas de Shanghai. Varios ministros de su gobierno eran miembros de la Tríada Azul —Yu se interrumpió, y prosiguió—. Después de 1949, los gánsteres fueron eliminados, pero reaparecieron en los años ochenta. —Sí, lo sé —le sorprendió la inusual elocuencia de su ayudante. En general Yu hablaba sin citar libros ni historia. —Esos gánsteres pueden ser mucho más poderosos de lo que imaginamos. Tienen ramificaciones en Hong Kong, Taiwan, Canadá, Estados Unidos y en todas las partes del mundo. Por no mencionar su conexión con algunos altos funcionarios de aquí. —He leído informes sobre la situación —dijo Chen—. Al fin y al cabo, ¿para qué estamos los policías?