La política nos rondaba, tanto si nos gustaba como si no. En una ocasión adoptó la forma de Jean-Luc Godard, el gran innovador del cine francés. Estaba fascinado por lo que ocurría en Londres ese año, y además quería hacer algo radicalmente distinto de todo lo que se hubiera hecho antes. Seguramente se metió unas cuantas sustancias inadecuadas (dada su falta de costumbre) para ambientarse un poco. Creo que nadie ha sabido jamás de verdad qué era lo que se proponía. La película Sympathy for the Devil es en todo caso un testimonio de nuestra grabación de la canción del mismo título, de la gestación en el estudio. La canción pasó, tras unos cuantos intentos, de ser un tema folk bastante dylanesco y ampuloso a convertirse en una samba vigorosa (de cagada a número uno) por medio de un cambio de ritmo, todo grabado en etapas por Jean-Luc. En la cinta se oye la voz de Jimmy Miller quejándose «¿dónde coño está el latido del ritmo?» en las primeras tomas. No había. También quedan registrados unos cuantos cambios instrumentales curiosos: yo toco el bajo, Bill Wyman las maracas y Charlie Watts, de hecho, es el que hace los uuu-uuu del estribillo (con Anita y Marianne también). Hasta ahí, todo bien. Me alegro de que lo filmara, ¡pero Godard...!: no me lo podía creer, el tío parecía un cajero de banco en versión francesa. ¿Adónde coño creía que iba? No traía ni tan siquiera el bosquejo de un plan coherente en la cabeza excepto salir de Francia y meterse un poco en la movida londinense. La película resultó una auténtica mierda: doncellas en una barcaza por el Támesis, la sangre, esa escena tan floja de unos negros (también conocidos como Panteras Negras) entregándose torpemente unas armas en un descampado de Battersea. Jean-Luc Godard hasta ese momento había hecho películas de una confección impecable, incluso se podría decir que muy parecida a la de Hitchcock. Claro que era uno de esos años en los que todo valía. Otra cosa es que despegara… A ver, ¿por qué iba Jean-Luc Godard (nada menos) a tener interés en una insignificante revolución de jipis en Inglaterra e intentar transformarla en otra cosa? Yo creo que alguien le dio un ácido, el tío se pasó de vueltas y ese año decidió que era el de la pose de la superdirecta ideológica. Godard se las ingenió para incendiar los Olympic Studios. El estudio número uno, que era donde estábamos tocando, había sido un cine antes. Para difuminar la luz, tapó con papel de seda unos focos muy potentes que había en el techo y, en pleno rodaje (creo que hay por ahí unas tomas que no se aprovecharon en las que de hecho se ve), el papel de seda, más bien todo el techo, empezó a arder a una velocidad increíble. Era como estar dentro del Hindenburg. Toda la pesada estructura metálica que sostenía los focos en el techo se estrelló contra el suelo porque se habían quemado los cables: luces apagándose, chispas… Para que luego hablen de compasión por el puto demonio… Hay que largarse, joder. Aquello eran los últimos días antes de la caída de Berlin: al búnker. Fin. The End.