«El día que conocí a Patricia y le pregunté por qué se había ido de Estados Unidos, dijo que había sido por el problema con los negros. Yo entendí que se refería al trato que recibían los negros en Estados Unidos. Pero no era eso lo que quería decir en absoluto. Quería decir que se había ido por la forma en que los negros estaban reclamando sus derechos.» Una tarde en que el ruido que hacían sus vecinos portugueses estaba poniéndola frenética, Pat fue a visitar a Hérisson y Robillot en coche desde Montmachoux. Empezaron a hablar de la guerra de Secesión –uno de los «temas» de Pat– y Robillot le dijo a Pat que tenía un fusil automático Spencer de 1865, del tipo de los que ayudaron a asegurar la victoria de los estados del Norte en la batalla de Gettys-burg. Pat quiso ver y coger el arma. La cogió con las manos, la levantó, se puso en posición de disparar y, haciendo como si apretara el gatillo y recargara el fusil entre un disparo y el siguiente, empezó a gritar: «¡Fuego a un portugués! ¡Fuego a dos portugueses!» Al «tercer “portugués” la detuvimos –dice Robillot–, estupefactos ante ese furor asesino». Peter Huber, amigo y vecino de Pat en Tegna (Suiza), que fue el primer responsable de que se fuera a vivir allí, repitió el que era el chiste favorito de Pat cuando vivía en su última casa. Se llama «el de la mujer del japonés». Según Huber, Pat lo contaba una y otra vez y le provocaba un estallido de «risa incontrolable». Dice así: “Esto es un señor japonés que invita a su jefe a cenar a casa. Le da instrucciones precisas a su mujer sobre cómo proceder en la velada. Y pasan una velada estupenda: la comida está buena, la conversación es interesante, todo sale bien. Cuando el jefe se va a ir, la mujer le hace una gran reverencia y, en ese momento, pierde el dominio de sí misma y se tira un pedo. Y todo el mundo sigue sonriendo y hace como si no hubiera ocurrido nada . Cuando el marido vuelve a entrar en casa después de despedir al jefe, sonríe a su mujer, saca una espada y le corta la cabeza”.