Pese a su extremada timidez y su atrevimiento antitético, Pat iba a cualquier sitio al que la invitaran: a «[a]lgo bárbaro [...] en casa de Rosalind el jueves por la noche»,69 a fiestas de los círculos editoriales, a conferencias sobre arte, a inauguraciones de exposiciones. Allí donde pudiera haber gente capaz de contribuir a su carrera o proporcionarle un contacto estaba esta universitaria inteligente, llena de magnetismo y consumida por el Sueño Americano de la casa perfecta, el contrato de edición adecuado, la boyante cuenta bancaria y el conjunto de facetas diferentes de sí misma cuya perfectibilidad siempre estaba a la vuelta de la esquina. Habría sido necesaria una observación más aguda que las rápidas miradas de admiración y las frías miradas de censura que le dirigían a Patricia Highsmith durante todas aquellas noches en Manhattan para ver que su comportamiento seductor, su elevado consumo de alcohol, sus rápidos avances y sus repentinos retrocesos eran señales que atravesaban las llamas que ardían en su psique. («Ahora vuelvo a sentirme totalmente socializada una vez más», escribió tras una semana de frenética actividad. «Ahora quiero estar sola.») Parece que solamente Karl Bissinger y el compositor David Diamond se fijaron en que había una fachada... y en lo que se escondía detrás de ella. Y sólo Buffie Johnson fue lo suficientemente perspicaz para hablar con Pat sobre su sexualidad: «Buffie [...] me dijo que le preocupaba mi sexualidad y, con una presentación atractiva y bien hecha, como la espada de doble filo de un abogado, me dijo que le preocupaba la cuestión de si yo había tenido alguna vez un orgasmo [...]. Dijo que ahora mi tensión es dinámica y encantadora, pero que más adelante será un problema [...]. A lo largo de la tarde le aseguré, convencida, que soy una incondicional del amor libre.