El rodaje de Desayuno con diamantes duró ocho semanas y se desarrolló en un ambiente distendido y amigable, salvo por la presencia de George Peppard, una joven promesa de la escuela del Método, un actor técnico, acostumbrado a analizar sus personajes exhaustivamente. Audrey, en cambio, era una actriz intuitiva: actuaba por instinto o seguía las indicaciones de directores como Billy Wilder, que le hacían pasar texto. Cuando le preguntaron si el éxito clamoroso de “Moon River” había sido una sorpresa para él, Mancini contestó: «Era el tipo de canción que lleva impreso el sello del triunfo, pero Johnny Mercer no pensaba lo mismo. Cuando empezamos a grabar y Au-drey la interpretó con la guitarra, Johnny dijo: ‘Muy bonito, pero vamos a hacer algo que nos haga ganar dinero’». La primera versión la grabó el cantante de color Jerry Bu-tler. «Andy Williams se hizo con ella sólo porque le habían pedido que interviniera en los Oscar de aquel año», explicó el compositor. «Columbia Records sabía que el tema y la película estaban teniendo éxito, decidió echar el resto y tituló el álbum ‘Moon River’. El martes [posterior al lunes de los Oscar], la canción estaba sonando en todo el país y al cabo de unas semanas era número uno». Ahora parece mentira, pero la mítica balada estuvo a punto de perecer en la mesa de montaje. «Fuimos a un pase de prueba en San Francisco y de allí nos dirigimos a un hotel cercano para comentar la reacción del público, que había sido muy buena», recordó Mancini. «Todas las miradas se dirigían hacia el nuevo presidente de la Para-mount, que no hacía más que recorrer la habitación aspirando su puro, hasta que profirió: ‘Una cosa puedo deciros, esa puñetera canción tiene que desaparecer’. Audrey se levantó como espoleada por un resorte: ‘¡ Sobre mi cadáver!’. Mel tuvo que ponerle una mano en el brazo para calmarla. Es lo más cerca que la he visto de perder los papeles». “Moon River” era la canción del día, Holly el personaje del momento, el que convirtió a Audrey Hepburn en la amiga eterna de millones de espectadores. Desayuno con diamantes se estrenó en salas de Estados Unidos el día 5 de octubre de 1961. Las expectativas eran muy altas, so bre todo a la vista de tantos ingredientes publicitarios como llevaba adheridos la película: la estrella Hepburn, el sex symbol Peppard, la moderna, estrafalaria y hábilmente promocionada escena de la fiesta, la colaboración especial de Mickey Rooney en el papel del inquilino iracundo, el señor Yunioshi, y, por supuesto, el festín de medios de producción. «Un viaje de placer por el reino de la fantasía, completamente increíble pero absolutamente delicioso», comentó A. H. Weiler, crítico del New York Times. Desayuno con diamantes constituyó un gran triunfo personal para Audrey Hepburn, que además cantaba el tema “Moon River”, luego premiada con un Oscar, único consuelo que restaría a la estrella tras ser nominada por cuarta vez y ver esfumarse de nuevo el galardón, que recayó en esta ocasión en otra actriz europea: Sofía Loren por Dos mu jeres. Pero Audrey pudo subir al escenario para presentar el tema central del filme, “Moon River”, compuesto por Johnny Mercer y Henry Mancini, ganador del Oscar a la Mejor Canción Original. Hubo críticas para todos los gustos, pero aunque los expertos no se aclaraban, el público norteamericano dedicó a la película una bienvenida de cuatro millones de dólares. Su particular concepto del chic fue aún más apreciado en Europa, donde recaudó seis millones de dólares. Audrey fue, probablemente, la primera sorprendida de verse tan fácilmente aceptada como la urbanita Holly Golightly, casi un icono de los desinhibidos años sesenta. La frase despectiva “¡Quel beast!” se escuchó durante años, con cadencia Hepburn, en los labios de las mujeres de todo el mundo. Y otro efecto sociológico: las tiendas de animales de todo el mundo registraron un insólito aumento en la demanda de gatos de pelo anaranjado. Para muchos críticos, Hepburn nació para convertirse en Holly. Richard L. Coe dijo en el “Washington Post”: «Una nueva imagen, prodigiosamente madura, de Audrey Hepburn. La experiencia de la vida, imagino, ha conferido una belleza maravillosa y personalísima a sus rasgos de niña». De la misma opinión fue A. H. Weiler (“New York i AUDREY HEPBURN Times”): «[La película] tiene una atributo demoledor llamado Audrey Hepburn, la actriz que bajo una fachada normal, fascinante, desconcertada, exhibe un sorprendente talento cómico». También tuvo sus detractores, por supuesto. Según Frank Thompson, «aunque sea una película típica de Audrey Hepburn, no es en absoluto la mejor. El concepto que tiene Blake Edwards de la vida en los años sesenta resulta asombrosamente falso. Su concepto del juerguista impenitente es Martin Balsam». Para el crítico Herbert Feins-tein, «Hepburn resulta violenta, patológicamente inadecuada para el papel de Holly. Blake Edwards ha aprendido mucho –demasiado– de sus series de televisión Peter Gunn y Mr. Lucky. Le ha permitido [a Hepburn] destrozar una balada, “Moon River”, filmada en artificioso ángulo oblicuo, sobre una escalera de incendios del East Side. Y ha alentado en ella sus peores tendencias a mostrarse encantadora». Como recordaba Henry Mancini en un homenaje póstumo a la actriz, «‘Moon River’ se es cri bió para ella. Nadie la ha entendido tan bien. Ha habido más de mil versiones de ‘Moon River’, pero la suya es la mejor con diferencia. Cuando hicimos un pase de prueba de la película, el presidente vino a verla y dijo: “Lo que está claro es que esa p... canción hay que quitarla”. ¡Audrey saltó de su asiento como si la hubieran pinchado! Mel Ferrer tuvo que ponerle la mano sobre el brazo para contenerla. Es la única vez que la he visto a punto de perder los papeles». Según otras fuentes, la actriz reaccionó ante la infortunada ocurrencia del gerifalte del estudio con estas palabras: «¡Sobre mi cadáver!». Desde entonces el tema ha sido objeto de más de quinientas versiones, algunas interpretadas por los divos más famosos del mundo (Domingo, Sinatra, Streisand, hasta Morrissey)... y, todo hay que decirlo, por los más ignotos (¿ Helmut Zacharias y su orquesta?, ¿David Bubba Brooks?, ¿Hanan Harchol?). En un momento dado se habló de adaptar la historia a otros formatos, pero todas las Holly que vinieron después cayeron rápidamente en el olvido: Richard Chamberlain y Mary Tyler Moore cosecharon en 1966 uno de los fracasos más monumentales en los anales de Broadway con el musical “Breakfast at Tiffany’s”, de David Merrick, retirado de cartel durante los preestrenos a causa de la nefasta acogida del público, mientras que Stefanie Powers protagonizó en 1969 Holly Golightly, un episodio piloto producido por la ABC-TV que nunca llegó a emitirse. La verdad es que el éxito de la película no aplacó la cólera de Capote, el creador de ese duende amoral que es Ho lly Golightly. Al autor no le gustó nada la interpretación de Audrey y denunció que la actriz había suavizado el personaje a fin de no perjudicar su imagen pública. Es más, con anterioridad al comienzo del rodaje, Capote detestaba a Blake Edwards, a George Peppard y, por supuesto, a Miss Hepburn, y sólo se sentía alentado por el personaje que interpretaría Mickey Rooney. No obstante, en 1970, el escritor llegó a manifestar, paradójicamente, que era Rooney quien dañaba la espléndida adaptación de su novela. Pero ay, los caminos de Hollywood son inescrutables: elegir, por ejemplo, un texto original, destrozarlo completamente y en el mismo impulso construir algo que en su propio estilo resulta tan grandioso como lo anterior: una carta de amor a la belleza de Audrey Hepburn, a Nueva York y el regalo ideal para un 14 de febrero. Agria y dulce, áspera y tierna, romántica y divertida, Desayuno con diamantes es una película ejemplar que prende cosas muy serias a las costuras de una trama aparentemente frívola y rotundamente divertida. Blake Edwards vistió la historia de Holly con el amable traje de la comedia, para después desnudarla con un estilo tan afilado como un bisturí y mostrarnos la tragedia que esconde en su interior, una visión ácida y amarga de quien sólo busca la felicidad en el lujo y el confort. Su talento, que es mucho, le permitió divertir al público al tiempo que realizaba una sátira un tanto cruel de la alta burguesía neoyorquina de la época, una fauna multicolor que alcanza su pintura más irónica en la inolvidable secuencia de la fiesta en el apartamento de la protagonista, un prodigio de frescura y vitalidad, so fisticación y estilo. El cineasta norteamericano, adalid de la comedia romántica, sentimental, sofisticada, abierta también al slapstick (la figura grotesca del japonés que pinta Rooney o el cigarrillo incendiario en ese party que anuncia los desaguisados de El guateque), rozó en esta ocasión la perfección absoluta e hizo gala de su inmenso talento para fundir comedia y drama con una elegancia inimitable y un sen tido del humor inteligente, fino, La versión cinematográfica de “Breakfast 7 at Tiffany's” fue el mayor éxito comercial de Truman Capote, pero el escritor detestaba la película: «El libro era más bien amargo. La película se convirtió en una oda almibarada a Nueva York y a Holly. [...] Se parecía tanto a mi novela como las Rockettes a Ulanova». Capote describió la película como «una sensiblera tarjeta de San Valentín dedicada a Audrey Hepburn» y George Axelrod, que escribió el guión, afirmó que «hubiera salido mejor si Hepburn no se hubiera negado a hacer o decir nada que pudiera provocar antipatía por su personaje», pero tanto la película como su interpretación recibieron una calurosa acogida. Desde el día que se estrenó Desayuno con diamantes, la imagen de Audrey sentada en el alfeizar de la ventana, tocando la guitarra y cantando “Moon River”, ha sido sin duda el mejor y más exclusivo símbolo del encanto para una legión de espectadores. Como en Una cara con ángel, Hepburn proporcionó a este tema un aura íntima, evocadora y entrañable. La entrecortada delicadeza de su voz –un defecto técnico, en realidad– resultaba idónea para aquella balada. No es habitual que una canción se adhiera a un personaje y lo siga más allá de la pantalla cinematográfica. “Moon River” es una de las excepciones. Esta melodía se convirtió en el aura de Audrey durante el resto de su vida. Cuando la actriz murió, la joyería Tiffany’s le rindió homenaje con una placa dedicada, siguiendo la letra de la canción, a “Nuestra amiga Huckleberry”.