Christian Bale (1974) Este actor de origen galés ha decidido convertirse en lo más parecido a un camaleón cinematográfico. No ha pasado por los cursos del Actors Studio, pero sus composiciones recuerdan al famoso método establecido por Konstantin Stanislavski y Lee Strasberg para interiorizar hasta grados obsesivos los personajes interpretados. Como Marlon Brando o Robert De Niro, parece mudar de piel a cada nuevo film que interpreta, engordando, adelgazando, envejeciendo, mostrando un rostro cadavérico o la apariencia del tipo más atlético del mundo: es lo que separa su composición en El maquinista (The Machinist, Brad Anderson, 2004), en la que adelgazó hasta convertirse literalmente en un saco de huesos, o en The Fighter (Id., David O. Russell, 2010), donde se le ve siempre pálido, delgado, demudado, ojeroso y con profundas entradas en el cabello, de sus más que aceptables prestaciones bajo la rígida máscara y el traje pétreo del Batman urdido por Christopher Nolan. Bale, además, es de esos actores-niño –debutó en 1987 con el papel protagonista de El imperio del sol (Empire of the Sun), adaptación de la novela de J. G. Ballard a cargo de Steven Spielberg– que con paciencia ha sabido transitar hacia el actor maduro, tarea en la que tantas estrellas infantiles han fracasado. Intérprete de registro muchas veces arisco, tiene predilección por los personajes oscuros y ambivalentes como el que encarnó en American Psycho (Id., Mary Harron, 2000), o tan ambiguos y frágiles como el interpretado en Velvet Goldmine (Id., 1998), la evocación a cargo de Todd Haynes de la mística del glam rock. Esa capacidad camaleónica le ha permitido ser por igual uno de los rostros inventados de Bob Dylan en el poliédrico biopic rodado por el mismo Haynes, I’m Not There (Id., 2007); un pistolero, redimido por su relación con un hombre bueno que necesita dinero, en el western El tren de las 3.10 (3:10 to Yuma, James Mangold, 2007); el líder de una humanidad amenazada por una devoradora red informática en Terminator Salvation (Id., McG, 2009) o el impecable agente del FBI Melvin Purvis en el excelente film de gángsters Enemigos públicos (Public Enemies, Michael Mann, 2009). Así que su elección como el dual y atormentado Bruce Wayne/Batman no debe suponer ninguna sorpresa. En la primera parte de Batman Begins (Id., 2005), Bale expresa a la perfección la angustia suicida de Bruce, perdido entre sus propias contradicciones a la búsqueda de una utópica reconciliación consigo mismo y con el mundo, mientras que en El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) mantiene un intenso duelo dialéctico con Joker. Bale no exagera ni un ápice en la composición del playboy Bruce, haciendo de esa impostura una auténtica máscara para los demás, y como Batman se mueve con los gestos pesados, teatrales y ceremoniosos, en oposición a la dinámica pop del Batman televisivo de los sesenta, que ya mostró Michael Keaton en los dos films de Tim Burton.