El director de la cinta era el alemán Ernst Lubitsch, célebre por su “toque” exquisito y su encanto  europeo. Su habilidad para sugerir la tristeza subyacente bajo la alegría aparente emparejaba a la  perfección con la agridulce comedia de Noel Coward.
 Con Una mujer para dos, Cooper (que asume el papel interpretado por Coward en los escenarios)  abandonó los géneros frecuentados en los últimos años –guerra, acción y aventuras– y volvió, esta vez  con mayor madurez y aplomo, a la chispeante sofisticación de Hijos del divorcio. En esta ocasión  encarna a un pintor americano que vive en París y que forma un alegre ménage à trois con su mejor  amigo y la chica de la que ambos están enamorados. Al contrario que en Marruecos, donde Von  Sternberg se había ocupado especialmente de Dietrich y había abandonado a Cooper a su suerte, en  este caso Lubitsch supervisó cada uno de sus movimientos y le enseñó muchas cosas.
Otro director dijo que Lubitsch explicaba a sus actores «cómo hacerlo todo hasta el más mínimo  detalle. Cogía una capa y enseñaba al protagonista a ponérsela. Explicaba cada movimiento. Era  magnífico, porque conocía su oficio mejor que nadie». Después de Ronald Colman, que ya había  aconsejado en su momento al joven Cooper que se relajara y actuara con naturalidad, Lubitsch  ofrecía la misma lección magistral: «Mira, Gary. Deja de intentar ahorrar película. Película tenemos de  sobra. No hace falta que embistas como un toro, en un segundo. Tómate dos segundos. Haz como  Freddie [March]. Él hace pausas. Para mí sus pausas son importantes. Gastan película, pero siempre  transmiten un mensaje, y las películas están para eso, para transmitir mensajes. Tú eres un actor tan  famoso como Freddie. Para mí tus pausas son tan importantes como las suyas.» La primera escena es  muy divertida: Miriam Hopkins dibujando a Cooper y a March mientras éstos duermen en un tren que  viaja hacia París. Los dos hombres empiezan dirigiéndose a ella en francés, pero cuando ella exclama  «Oh, nuts!»,( * «¡Qué tontería!» (N. del T.).
 comprenden que es americana. Los dos se enamoran de ella al instante. Años después,  Hopkins recordaba que en la escena del tren «llevaba uno de esos sombreros que se pegaban a la cabeza y te tapaban un ojo» y pensé: «Ay, Dios, voy a parecerme a Marlene Dietrich»   En la película, Hopkins compara a Cooper con «un tosco sombrero de paja, pero con forro  muy suave, un poco deforme, muy vistoso de aspecto, pero también muy cómodo».
 Cooper y March, que se ganan la vida exponiendo sus dibujos el primero y ofreciendo sus obras de  teatro el segundo, reciben en su buhardilla bohemia a Hopkins, que se acaba de ondular el cabello y,  tras decidir que le gustan los dos, se traslada a la buhardilla y los tres acuerdan vivir juntos de forma   platónica. Cuando a March le aceptan una obra y marcha a Londres, Hopkins, incapaz de resistirse a   Cooper, comenta: «Es cierto que tenemos un pacto entre caballeros. El problema es que yo no soy un   caballero.» Cuando March vuelve a casa, la chica también se acuesta con él, pero Cooper los   descubre y Hopkins solventa el dilema abandonándolos a los dos. Luego se casa con su jefe, que le   perdona los pecados del pasado, y se vuelve a Estados Unidos. Los chicos la siguen hasta allí,   irrumpen en una fiesta de postín en su casa y se la llevan de nuevo a París, donde prosiguen con su   vida completamente amoral. Una mujer para dos es una pe lícu la algo estática y evanescente, que   toma por el lado humorístico un tema con posibilidades trágicas como el del triángulo amoroso, con   personajes que efectúan salidas y mutis propios de un escenario y pronuncian largos parlamentos de   sabor teatral. Sin embargo, Cooper muestra auténtica versatilidad en su frívolo papel. Hábil,   chispeante e ingenioso, pasa del compadreo desenfadado a la rivalidad amarga sin dificultad   aparente...
y sin dejar nunca de burlarse de sí mismo.
 Según Molly Haskell, Una mujer para dos derribó todas las instituciones sagradas que había por   derribar: «La virginidad preconyugal, la fidelidad, la monogamia, el matrimonio y hasta el único artículo   de la fe bohemia: la relación amorosa de pareja exclusiva.» Por lo tanto, no resultó sorprendente que   cuando la Paramount quiso reestrenar la cinta en 1940, seis años después de la entrada en vigor del   Código de Producción, la Oficina Breen, la encargada de censurar las películas, definiera este filme   como «una historia basada en una flagrante irregularidad sexual tratada en tono de comedia y carente   de todo “valor moral compensatorio”». Los censores decretaron que la película no se ajustaba a lo   dispuesto en el código vigente. En una entrevista concedida a la revista “Photoplay” durante el rodaje   del filme, Cooper daba una visión sorprendentemente pesimista de la vida de pareja: «Dos hombres   pueden amar a la misma mujer, pero no por mucho tiempo. [...] La vida es demasiado gris para   conservar continuamente ese humor alegre y despreocupado que requiere una situación semejante.»