Clara Bow ayudó a Cooper a conseguir un papel protagonista en Hijos del divorcio (1927), ya que pensaba que este filme le ayudaría a dotarse de un halo más romántico y realzar a la imagen de ambos como pareja. «Saldremos por ahí y haremos cosas juntos –le dijo–. Seremos Cooper y Bow.» Pero Cooper, que aún contaba con poca experiencia y sólo había hecho papelitos de vaquero y héroe de guerra, no estaba preparado para abandonar su personaje y convertirse en un señorito neoyorquino, un ocurrente y consentido niño bien que está enamorado pero que no tiene ganas de casarse. Atrapado en un personaje que jamás debió interpretar e inseguro de su capacidad, Cooper se mostró cohibido y espantosamente tímido a lo largo de todo el rodaje. Al contrario que la mayor parte de los profesionales creativos, que trabajan en silencio y soledad, los actores tienen que desempeñar su labor delante de un montón de gente. «No me era posible galantear a una chica con una cámara espiándome –comentó una vez el actor ingenuamente–. No me parecía decente, sobre todo con una chica a quien apenas conocía.» Hedda Hopper, que entonces era actriz y trabajó en este filme, recuerda el primer día de rodaje como la actuación más lamentable que había visto en su vida. «El escenario era mi fabuloso apartamento de Park Avenue. Los personajes eran una pandilla de jóvenes ultrasofisticados de Manhattan que se dedican a arruinar sus vidas con alegría. La escena era una fiesta y el trabajo de Gary consistía, por muy absurdo que pueda parecer, en irrumpir en el salón e ir pasando de chica en chica, robando un sorbo de champán a una, una indiferente calada de cigarrillo a otra; y lanzando agudezas verbales en su paseo triunfal. [...] El guión describía a su personaje como un hombre de mundo, pero Cooper estaba, como quien dice, recién salido de las cuadras de Montana. » En esta situación, Gary perdió completamente los papeles y arrojó champán sobre el vestido de Clara en nada menos que veintitrés tomas, desastre que tuvo el efecto de convertir el drama de salón en una especie de desaguisado de slapstick y de poner su carrera al borde del precipicio. Esther Ralston, la otra protagonista femenina, se pasó un día entero rodando sus escenas de amor con Cooper, y aún tuvo que repetirlas porque él actuaba como un novato. Gary iba perdiendo confianza en sí mismo, se ponía nervioso, vacilaba, se olvidaba de sus diálogos, hasta que finalmente el director, Frank Lloyd, dijo que no podía seguir trabajando con él. Cooper fue despedido de la película y sustituido por un nuevo galán. Angustiado por su torpeza, por los trastornos que estaba causando en el plató y por la hostilidad del director, el actor desapareció repentinamente para dar «un paseo en soledad» lejos de la civilización. Tres días más tarde lo encontraron, agotado y con barba de días, en un restaurante de Hollywood. Tras comprobar que el sustituto de Gary no funcionaba, B. P. Schulberg decidió volver a llamarlo – Cooper estaba a punto de marcharse de Holly wood, pero aceptó terminar la película– y pidió a Ralston que le ayudara todo lo que pudiera. «“Ya sé que de momento no sabe actuar –dijo el señor Schulberg–. Pero estoy convencido que tiene un rostro especial para el cine. Sólo necesita experiencia. Si pudieras ayudarlo un poco, Esther, ser amable con él, hacerte su amiga [...].” Yo por entonces estaba recién casada, así que vacilé: “¿Qué quiere que haga exactamente?” Entonces habló la señorita Loring [la guionista]: “Verás, querida. A Gary se le ve muy envarado en las escenas de amor, como si no quisiera tocarte por miedo a romperte. Llévale a comer, Esther, habla con él. Estoy segura de que puedes hacer que se sienta más relajado.”» Cooper recuperó la confianza en sí mismo al ver que volvían a llamarle y su trabajo mejoró considerablemente. Esta vez el director fue sustituido por el eminente Josef von Sternberg, quien dedicó sus noches a rehacer la versión de Lloyd para adaptarla al calendario de los actores que ya estaban rodando otra película, y Lloyd se llevó el reconocimiento oficial por el trabajo realizado por Von Sternberg. A Cooper le salvó, no sólo el talento de Von Sternberg, superior al de Lloyd, sino también la perspicacia de Schulberg, que supo reconocer su talento y cómo utilizarlo. Sam Jaffe, que por en tonces trabajaba para la Paramount, recordaba estas palabras de Schulberg: «Esto va a funcionar. Ese aire de vacilación va a gustar. Dejadle que siga exactamente por ahí. El público no sabrá que lo que le pasa es que está intentando recordar sus diálogos».