Grace abandonó Los Ángeles rumbo a Nueva York, un ejecutivo del estudio le dijo que era persona non grata en Culver City. Estas palabras no provocaron ni una sola lágrima. Por lo tanto, Grace no se sorprendió cuando el 3 de marzo la Metro le comunicó por carta que estaba suspendida. Su rechazo de las distintas ofertas había colmado la paciencia de Schary y los suyos, y se la avisaba de que se le retendrían los honorarios hasta que volviera a trabajar en los papeles que le asignaran; si se dirigía a otro estudio, correría «el peligro de sufrir graves consecuencias», una frase que los gobiernos reservan habitualmente para amenazar con un ataque nuclear. Sin consultar con sus agentes ni con sus abogados, Grace dio un paso muy astuto desde el punto de vista de las relaciones públicas. Consciente de la buena imagen que tenía entre el público, y con su reciente nominación al Oscar, informó a la prensa de la acción que la Metro había emprendido contra ella, adelantándose así a cualquier comunicado oficial del estudio. Cuando los medios preguntaron a Schary qué podía comentar al respecto, este solo pudo confirmar la declaración de Grace. A continuación Grace cogió a su hermana Peggy, cuyo matrimonio estaba naufragando en los arrecifes de la incompatibilidad y entre tormentosas discusiones etílicas, y se la llevó a Jamaica para disfrutar de unas tranquilas vacaciones. Allí se reunieron con el fotógrafo Howell Conant, que ya había fotografiado a Grace para el número de abril de la revista Photoplay. En las claras aguas caribeñas, la playa privada y la casa que las dos hermanas habían alquilado, Grace y Conant rompieron el molde de lo que era la imagen habitual de una celebridad. Los resultados, publicados en la revista Collier's el 24 de junio, constituyeron todo un hito. Hasta ese momento de la historia de Hollywood, los estudios habían recurrido a sus propios fotógrafos y controlado minuciosamente la difusión de las imágenes de sus actores, que en muchos casos rayaban en la más absoluta fantasía. El público nunca se cansaba del glamour de las fotos retocadas y alteradas con gran inteligencia por genios como Clarence Sinclair Bull, George Hurrell, Eugene Richee, Horst, George HoyningenHuene, John Engstead, Laszlo Willinger y todo un escuadrón de especialistas que hacían funcionar la industria de los sueños. Ese año Grace empezaba a hacer valer su opinión en todas las áreas de su vida. Aprovechando su fama, sus agentes habían firmado un contrato en virtud del cual el rostro de Grace aparecería en los anuncios del jabón Lux, la razón «de su cutis de estrella». Sin embargo, Grace confesó su verdadero secreto a un periodista del SunTimes de Chicago: «Mi cara no conoce el jabón».' Se la lavaba tan solo con agua fría. Sin embargo, Grace y Howell tenían nuevas ideas: querían presentarla como un ser humano, no como una pieza de museo, y las espontáneas imágenes que Howell tomó fueron precisamente eso: naturales, desprovistas de iluminación artificial que favoreciera a la actriz, que no adoptaba poses afectadas ni llevaba maquillaje. Antes de Grace ninguna estrella había posado con el cabello mojado mientras salía del agua (una idea que Grace había tomado de su escena de la piscina en la película Los puentes de TokoRi). Ninguna estrella se había dejado ver con las gafas puestas. Ninguna estrella había sido fotografiada sin maquillaje o con una camisa holgada que no realzaba su figura. Ninguna estrella habría permitido que se la viera comiendo una naranja o recostada sobre una almohada. «Confiaba en la belleza de Grace —escribió Conant en un extraordinario libro de fotos publicado en 1992—. Sabía que no dependía de la ropa ni del maquillaje. Grace se presentó en mi estudio de Nueva York vestida con un suéter, una falda y mocasines. En Jamaica ocurrió lo mismo: llevaba el pelo peinado hacia atrás y una camisa de hombre. Así era Grace: natural y sencilla.» Entre ambos surgió una profunda amistad y, hasta la muerte de Grace, Howell Conant sería su fotógrafo favorito tanto en Estados Unidos como en Monaco. En marzo Grace se preparó para su aparición en la ceremonia de los Oscar, Como dictaba la costumbre, acudió al departamento de vestuario de la Metro para consultarles, pues al fin y al cabo seguía teniendo contrato con ellos, a pesar de que la hubieran suspendido. Enseguida le dijeron que no era bienvenida, que se la consideraba una proscrita en el recinto del estudio, un gesto del todo inesperado, amén de descortés y miope. Tal vez los ejecutivos de la Metro habían llegado a la conclusión de que La angustia de vivir era una película de Paramount y que, por lo tanto, no tenían por qué participar en la campaña de promoción de la actriz. Con su habitual serenidad, Grace sonrió, se estiró los guantes blancos y preguntó si podía llamar por teléfono. Edith Head contestó a través de la línea privada de su taller de Paramount y dejó a un lado sus obligaciones para confeccionar, con la tela y el diseño elegidos por Grace, el traje que esta luciría en la ceremonia de entrega de los Oscar: un vestido largo y ceñido de satén verde mar, con una capa a juego y zapatos azul pálido. Unos guantes blancos hasta los codos completaron el atuendo. El 30 de marzo, en la ceremonia que todas las primaveras celebra la Academia, William Holden salió al escenario para revelar el nombre de la ganadora al premio a la mejor actriz de 1954. Tras abrir el sobre anunció con una amplia sonrisa: «¡Grace Kelly, por La angustia de vivir.». Era el mayor reconocimiento profesional que podía recibir, y había estado precedido de honores similares por parte de la Asociación de la Prensa Extranjera (el Globo de Oro), del Círculo de Críticos Cinematográficos de Nueva York y de la Junta Nacional de Críticos. Además había sido nominada por la BAFTA, la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y la Televisión. (Entre las siete nominaciones que recibió la película, su director, George Seaton, se llevó el Oscar al mejor guión.) Al oír su nombre, Grace se inclinó hacia Don Hartman, ejecutivo de Paramount, y le preguntó: «¿ Estás seguro? ¿Estás seguro?». Se levantó para ir a recoger la estatuilla de manos de Holden, se acercó al micrófono y pronunció unas palabras de agradecimiento: «La emoción de este momento me impide expresar lo que siento. Solo puedo dar las gracias de todo corazón a los que han hecho que esto sea posible. Muchas gracias». Una vez entre bastidores, mientras sujetaba el Oscar con una mano y con la otra se arreglaba las rosas amarillas que en el último minuto había añadido a su rubio moño, Grace rompió a llorar. En la cena de celebración posterior fue la ganadora a quien todos querían saludar y felicitar. Esa noche la revista Life llegó a un acuerdo con ella para que apareciera con el mismo traje en la portada del número del 11 de abril. Horas después regresó a su suite del hotel de Bel Air, «solos Oscar y yo. Fue el momento más solitario de mi vida». A más de cuatro mil kilómetros de distancia, su padre vio la ceremonia de entrega de premios por televisión y meneó la cabeza con asombro: «No me lo puedo creer. No me puedo creer que Grace haya ganado». En los años sucesivos preguntaron a Grace en numerosas ocasiones si esa noche de primavera había sido el momento más grato y emocionante de su vida. Ella nunca vaciló en su respuesta: «No, en absoluto. Fue el día en que Carolina [su primogénita] empezó a andar. Dio siete pasos vacilantes antes de arrojarse a mis brazos».12 Cuando le formulaban una y mil veces la pregunta: «¿Qué se siente al ganar el Oscar?», se limitaba a sonreír y a dar una respuesta educada. Sin embargo, a sus amigos les contó la verdad: «Me sentí muy triste. Había alcanzado la fama, pero solo descubres lo vacía que estás cuando no tienes con quién compartirla». Cuando Grace se marchó de Estados Unidos en 1956, la tan deseada estatuilla la acompañó y ocupó un sitio en su habitación del palacio hasta su muerte; entonces su hijo Alberto se la llevó a sus dependencias.