La matrícula de la Academia Americana costaba mil dólares al año, una cantidad enorme en 1947. Casi todos los alumnos tenían un empleo, y Grace no era una excepción, ya que desde el primer  momento rechazó todo apoyo económico de su familia. Ese año, varias de las chicas que vivían en el  Barbizon trabajaban de modelo y le aseguraron que podría ganar un buen dinero haciendo anuncios  para revistas y televisión. Solo necesitaba unas cuantas fotos para enseñarlas en las agencias de  modelos.
En 1946 y 1947, la prosperidad que trajo consigo la paz hizo que la gente dispusiera de más tiempo  libre y de mayores recursos que destinar al entretenimiento y a la compra de artículos para el hogar.  Una vez suprimidas las restricciones impuestas por la industria bélica, se produjo un aumento de la  producción de televisores. Las cadenas de televisión con sede en Nueva York ampliaron su difusión  hacia el oeste hasta cubrir todo el país, al tiempo que el precio de los televisores seguía descendiendo  gracias a su fabricación en serie. Si en 1946 solo el 0,5 por ciento de los hogares norteamericanos tenía un televisor, un año después el porcentaje había  subido al 35 por ciento. Tan espectacular incremento se vio acompañado por la proliferación de  agencias publicitarias —como BBDO y Young & Rubicam— y de modelos —como la fundada por  Eileen Ford—, que necesitaban chicas guapas para promocionar y anunciar toda clase de  productos. Eileen Ford, por ejemplo, tenía dos clientes en 1946, y treinta y cuatro al año siguiente. 
Las amigas del Barbizon tenían toda la razón: con su porte y actitud comedida, sus brillantes ojos  entre verdes y azules, su tez de alabastro y su maravillosa sonrisa, que hacía que todos desearan  sonreír con ella, Grace era precisamente la imagen que la clase media estadounidense adoraba y  deseaba imitar. A Grace no le costó encontrar empleo, y entre 1947 y 1949 trabajó de modelo para  la agencia John Robert Powers. Fundada en Filadelfia en 1923, dicha agencia había representado  durante un breve período a su madre, que a menudo llamaba a Powers para que fotografiara a sus  hijos. En 1947 tenía una delegación en Nueva York, de cuya lista de dientas pasó a formar parte,  junto con Grace, la actriz Rita Gam. «Me pareció la criatura más hermosa que había visto nunca —  recordaba Rita—. Además, carecía de toda afectación y vanidad.» Grace empezó cobrando siete  dólares y medio la hora, pero su tarifa aumentó rápidamente hasta veinticinco la hora y después a  más de cuatrocientos a la semana (que equivaldrían a unos cuatro mil semanales de 2009). En 1946, un buen coche costaba mil cuatrocientos dólares y la gasolina estaba a unos cinco centavos y  medio el litro; era posible comprar una casa nueva de un nivel medioalto por doce mil quinientos  dólares; la hogaza de pan valía diez centavos y un sello para una carta urgente, tres; el salario mínimo  estaba en cuarenta centavos la hora, y tres mil ciento cincuenta dólares eran un buen sueldo anual.
En  consecuencia, se convirtió en una de las modelos mejor pagadas de Nueva York, y sus ingresos le  permitieron costearse la matrícula de la Academia Americana de Arte Dramático y ahorrar un buen pellizco todos los meses. «Se negaba a recibir ayuda económica de la familia —comentaba  Lizanne—. Recuerdo que decía: "Si no puedo labrarme una carrera sola con mis propios medios,  entonces prefiero no tener ninguna".» Grace intervino en unos reportajes de moda de cinco minutos de duración filmados en París y en las  Bermudas, apareció en las portadas de Cosmopolitan y Redbook, posó para anuncios de Max  Factor (lápiz de labios), Lustre Creme (champú), Cashmere Bouquet y Lux (jabones), Rheingold  (cerveza), Ipana (dentífrico), Talbot (cremas de belleza), Oíd Gold (cigarrillos), y a menudo actuó en  anuncios de televisión.
«En fotos salía bien —comentó años después—, pero en los anuncios de televisión estaba fatal, esa  es la verdad. Estoy segura de que todos los que me veían anunciar el dentífrico Ipana acababan  comprando Colgate, o los que veían mi anuncio de Oíd Gold se pasaban a Chesterfield o Lucky  Strike. Me gustaría pensar que no resultaba creíble porque no creía en el producto que anunciaba,  pero lo cierto es que era muy torpe a la hora de pronunciar las frases y mis movimientos, muy rígidos.  Mi primer anuncio para televisión fue de un insecticida y tenía que correr de aquí para allá sonriendo  como una idiota mientras lo rociaba todo como una furia. No era la clase de trabajo para el que me  estaba preparando en la academia.» Cuando le comenté que era muy difícil encontrar alguno de los  anuncios en los que había intervenido, exclamó: «¡Gracias a Dios!».