La canción española, nuestra copla, hunde sus raíces en lo popular, en las cantinelas que brotan espontáneamente en las calles, en los patios, entre las vecinas, en los microcosmos en que puede dividirse la vida de las ciudades, y sirve como perfecta radiografía de una época, como fidedigno testimonio del momento en que nació. Así, encontramos muchas referencias a lo que entonces (años treinta, cuarenta y cincuenta especialmente, aunque en ciertas zonas y/o clases sigue siendo, por desgracia, algo habitual) era preocupación capital de las muchachas en flor: encontrar marido antes de que se las considerase demasiado mayores para contraer matrimonio. Dolorcitas, al tener la carita picadita de viruelas, se ve obligada a escuchar un estribillo que corre y vuela por Sevilla afirmando que «Nadie de amor la camela por esta circunstancia« (…) sigue esperando en la ventana que alguien, y no el viento, llame a sus cristales, mientras los niños cantan jugando a la rueda rueda un viejo estribillo que dice: «A la lima y al limón, tú no tienes quien te quiera; a la lima y al limón, te vas a quedar soltera. Pero, dentro de lo malo, estas mujeres aun parecían albergar esperanzas; al igual que doña Rosita, esa inolvidable creación lorquiana, se reía amargamente de que la siguieran llamando así, con diminutivo infantil; a pesar de que sus cartas de juventud, su piel y su rostro amarilleaban por el paso del tiempo, lo peor llegaba cuando alguna de ellas, un fatídico día, se miraba al espejo y, con rabia dolorosa, se llamaba a sí misma «señorita con tono de burla. Precisamente conocemos a Adela Castro (José Luis López Vázquez) cuando se mira al espejo, colocándose una mantilla negra, austera y seria, e irrumpe con todo el empuje de su juventud Isabelita (Julieta Serrano), la criada, ofreciéndole dos claveles «para que esté más guapa. Aunque le parece una osadía, Adela acepta colocarse uno en el pecho y regala el otro a la muchacha que la llama, precisamente, «señorita. ¿Por qué no se ha casado Adela si ya tiene 43 años y vive en una pequeña ciudad en la que lo habitual para las mujeres es encontrar marido y procrear? Ella misma explica ante los primeros requiebros de Santiago (Antonio Ferrandis) que ni la ha querido ni la quiere nadie, pero se muestra muy reacia a aceptar el amor que él le ofrece, se siente incómoda ante el menor piropo, nunca le mira a los ojos, ni siquiera cuando le pone un anillo de compromiso. El pánico ante lo que le parece un callejón sin salida lleva a Adela hasta el párroco del lugar para confesarle que siempre ha sentido aversión hacia los hombres y que, aunque ha intentando considerarlo envidia porque sus amigas se casaban y ella no, debe reconocer que el problema parte de sí misma: se afeita desde los 17 años y, por lo tanto, no sabe si es una mujer normal. Mi querida señorita es una película que se mantiene desde el primer fotograma en el filo de la navaja, bordeando el límite de lo imposible, pero desarrollando su apuesta con gran naturalidad y sencillez; resulta que Adela acude a un médico (interpretado por José Luis Borau, guionista de la cinta junto a su director, Jaime de Armiñán) para saber qué le sucede, qué ocurre en su interior, y él saca el problema a la luz: la señorita Castro no es tal, es un hombre. Tras un estupendísimo primer plano en el que López Vázquez, con apenas un sobresalto de cejas y una tímida sonrisa, nos deja percibir el alivio que siente ante la noticia, y la tranquilidad al ver sus dudas despejadas, la cámara funde a negro hasta que un tren sale de un túnel y llega a Madrid; de él se apea un señor que camina encogido, como si quisiera desaparecer, que se para sobrecogido cuando alguien llama «¡Señorita!. Al verle la cara, a pesar del bigote que ahora luce, tenemos muy claro que estamos ante Adela Castro, aunque ahora se haga llamar Juan. Borau y Armiñán acertaron al escribir el guión con tintes realistas y costumbristas, igual que la dirección parece casi documental, porque de esa forma resulta muy fácil creer que la mujer de la primera parte pueda convertirse en el hombre de la segunda, sin necesidad de explicaciones que tergiversarían la intención de la historia. Y, por encima de todo, dieron en la diana al tener muy claro, desde los primeros borradores, qué actor tendría que hacerse cargo del papel principal para hacer llegar al espectador toda la complejidad, hondura y humanidad de Adela/Juan sin caer en el estereotipo o la parodia. George Cukor estuvo años persiguiendo a José Luis López Vázquez porque quería trabajar con él; le consideraba uno de los mejores actores que había visto en la pantalla, y fue a conseguirlo rodando Viajes con mi tía el mismo año en que Mi querida señorita se colocaba en la final de los Oscar (aunque el maestro Buñuel, compitiendo por Francia con El discreto encanto de la burguesía, se llevó el gato al agua). A buen seguro, el gran director disfrutó con la prodigiosa transformación de José Luis en una educada señorita de provincias, que sólo sabe tocar el piano y coser, rezar y participar en actos benéficos, pero es capaz de hacer el saque de honor en un partido de fútbol con más energía que el mismo Pirri. Gestos breves, para no molestar, con la modestia como bandera, resguardándose en la buena educación, sacando el genio sólo para recriminar a los jóvenes: las manos sobre el pecho, rebuscando en el monedero, azorándose ante los efusivos besos de su criada, sonrojándose por el tono meloso de su pretendiente, López Vázquez entrega una interpretación superlativa, difícil de calificar, porque cualquier adjetivo parece poco ante la magnificencia de este enorme actor que, una vez reconocido como hombre, se sigue moviendo como la señorita que ha sido durante 43 años y, al mismo tiempo, ofrece la perfecta y desoladora estampa de alguien que está fuera de la sociedad, con un DNI que le reconoce como mujer. sin haber aprendido un oficio para sanarse la vida, triste, solitario, comiendo algo en un banco mientras una pareja se besa con pasión. En la ciudad se reencuentra con la que fue su criada e inician una tímida historia de amor a sobresaltos, con lagunas y ausencias, ya que Juan tiene que zanjar muchas cuestiones para enterrar definitivamente a Adela y, por supuesto, no quiere que Isabelita sepa nada ni le reconozca como la que fue su señorita. Pero Armiñán y Borau guardan la mejor baza para el final: una vez ha sido reconocido como varón y liquida las propiedades de Adela, Juan empieza a estudiar, compra un piso y se lo enseña a la joven pero, en el momento en que tienen su primer acercamiento carnal, él la rechaza porque el miedo y la inexperiencia no le dan ánimos para continuar. Isabelita, estupenda Julieta Serrano (juvenil, actuando con frescura y gracia; inocente e ingenua, pero divertida), no se conforma con ello y, tras varios días sin saber nada de él, va a buscarle y le encuentra en la cama, sin afeitar, lloroso y medio enfermo. Allí retoma un discurso similar al que tuvo con la señorita al principio de la película: «¿De qué tienes miedo? Si estoy aquí, si no me iré nunca... si te quiero, y subraya sus palabras con un beso. Una elipsis nos lleva al momento después, en el que parece que el encuentro amoroso no ha sido muy satisfactorio, ya que los dos están espalda con espalda; Juan mira a Isabel por encima de su hombro y, colocándose encima, le explica que algún día le contará una cosa muy importante, a lo que ella, con risa franca, replica: «¿Qué me va a contar usted, señorita?. El acepta la frase con una sonrisa emotiva y vuelve a besarla. Una sola palabra, ese «señorita dicho con intención y pasión por Julieta Serrano, cierra la película y explica a la perfección todo lo que hemos visto: el rubor de Adela ante los besos de Isabelita, el coqueteo de la criada con la señorita y el juego amoroso simbolizado en el clavel, los enfados por celos de ambas que llevaron a la criada a dejar la casa, la amargura de la señorita al verse sola, la facilidad con que Isabelita se dejó rondar por Juan, la mentira de una vida. El «señorita de la copla era terrible, lapidario, contundente; el pronunciado por Julieta despeja el horizonte de dudas y abre un futuro con promesa de felicidad.