Estaba recostado contra la entrada del Cinema Adriano en la plaza Cavour, un hombre esbelto, un poco calvo, de casi setenta años. Giacomo Medici no se mete con nadie. Vestido con un polo verde, con una cadena de oro sobre el pelo del pecho, parecía un romano medio holgazaneando en aquella tarde de verano; las mujeres fácilmente podrían encontrarlo atractivo. Por teléfono, Medici había accedido enseguida a encontrarse conmigo y había escogido un sitio céntrico y discreto para la reunión. Aunque se negó a que le hiciesen fotos, Medici se mostró sorprendentemente amistoso y enteramente dispuesto a hablar de su vida como contrabandista convicto de antigüedades. La condena de Medici en 2004 está considerada como una de los triunfos de la brigada de arte de la policía italiana, la culminación de un esfuerzo vigoroso por reunir pruebas y procesar a un hombre que, durante los últimos treinta años, había sido uno de los conductos fundamentales de venta de las antigüedades excavadas ilegalmente. A Medici se le atribuE (o se le imputa) la venta a museos y coleccionistas extranjeros de cientos, si no miles, de objetos saqueados. Tras un juicio acelerado que dio lugar a un veredicto sumario, Medici fue hallado culpable de tráfico de objetos robados y sentenciado a diez años de cárcel y a una multa de diez millones de euros. Fue la mayor condena jamás impuesta por un tribunal italiano en un caso de antigüedades. Sin embargo, en 2008 Medici se encontraba todavía en libertad. El caso estaba bajo apelación, y mientras esperaba un segundo veredicto, Medici pontificaba ante quienes quisiesen escucharlo. Decía que era un proceso absurdo, con pruebas poco sólidas y llevado por un fiscal con motivaciones políticas que había distorsionado las pruebas encontradas en el almacén de Medici. "¡Fotografías! ¡ Me condenaron tan solo a partir de fotografías!" exclamó en francés en el coche de camino a su apartamento. (Medici no habla inglés, y yo no hablo italiano). "¿Quién ha oído hablar jamás de una cosa semejante? ¡Ni un solo documento! ¡Muéstrenme uno!". íbamos en un pequeño sedán Fiat, en dirección al Tíber. El coche lo conducía su hija Monica, una joven increíblemente hermosa que tiene un doctorado en historia del arte y que cree profundamente en la inocencia de su padre. "Él ha sufrido tanto", dice serenamente en inglés, mientras aparcamos en su edificio de apartamentos. El matrimonio de su padre no resistió el estrés generado por su arresto; desde que se divorció, él ha estado luchando contra un cáncer de próstata, dijo su hija. yPara Giacomo Medici la pesadilla comenzó cuando la policía suiza registró su almacén el 13 de septiembre de 1995, en el puerto franco de Ginebra. Medici había trasladado su galería de Ginebra a esta zona fronteriza al sur de la ciudad, que está exenta de documentación de impuestos y aduanas y que se emplea fundamentalmente para meter y sacar mercancías de Suiza. Muchos tratantes de arte radicaban allí, así como comerciantes de otros artículos caros como vinos, joyas o coches de lujo. Medici llevaba allí varios años, en un almacén de color gris acero llamado Pasillo 17. El registro, que había sido autorizado debido a la incautación de otros documentos durante el arresto casual de un tombarolo, se produjo de improviso. y"Para las autoridades italianas, el hecho de que algo esté en el puerto franco significa que es ilegal", dijo Medici. "La acusación dice que la única razón por la que escogí el puerto franco es porque mi comercio es ilegal. Si partes de ahí, es una locura. Todo el mundo utiliza el puerto franco". Durante el registro del almacén de Medici encontraron mucho más que fotografías, y las fotografías en sí mismas no eran irrelevantes, pues muchos objetos que aparecían en las fotos resultaron estar en manos de museos. A petición de la policía italiana, la policía suiza registró la compañía de Medici, Editions Service, y encontró armarios repletos de antigüedades. Como describen Peter Watson y Cecilia Todeschini en su libro de 2006 La conspiración de Medici: Algunas estaban envueltas en periódicos; había frescos tirados en el suelo o apoyados contra las paredes; otras vasijas estaban empaquetadas en cajas de fruta, y muchas estaban sucias de tierra. Algunas tenían etiquetas de Sotheby's atadas con cordel blanco. Pero eso no era todo. Había una enorme caja fuerte, de un metro y medio de alto por un metro de ancho. Increíblemente, no estaba cerrada. Si el contenido de los armarios era sorprendente, el de la caja fuerte era de veras asombroso [...] Dentro había veinte platos de mesa griegos, de los más exquisitos que cualquiera de los que estaban allí ese día hubiera visto nunca, además de varias vasijas de figuras rojas, obra de famosos pintores clásicos de vasijas. La policía italiana reconoció de inmediato que una de ellas era nada menos que de Eufronios. En conjunto, el valor de los objetos que había en la caja fuerte debía de ascender a un millón de dólares. (Watson de hecho testificó en el juicio de Medici, y su testimonio fue utilizado para condenar al traficante. Este hecho que un periodista tuviese acceso a información privilegiada durante una investigación constituE uno de los elementos de la apelación). Medici, que nunca ha hablado con Watson, dijo que la oficina de Editions Service contenía quizá ciento cincuenta objetos de valor y otras mil setecientas piezas que eran de valor escaso, insignificante. "Lo que hicieron fue increíble", dijo. "No me dejaron estar allí. No me permitieron tener un abogado. La policía suiza clausuró las puertas, y durante cinco años llevó a cabo una investigación rigurosa. Los suizos dijeron: 'Si estas piezas son robadas, ¿de dónde provienen?'. Al cabo de cinco años abandonaron el caso porque no tenían ninguna prueba de que fuesen robadas". En 2000, los suizos entregaron a los italianos todas las pruebas incautadas, y los objetos del almacén de Medici están ahora bajo custodia policial. Pero los cientos de instantáneas resultaron algunos de los artículos más condenatorios con que la policía se hizo. Algunas de ellas mostraban antigüedades aún cubiertas de tierra; en otras aparecía Medici junto a algunas antigüedades en el Met o el Getty, entre ellas había una foto suya donde parecía vanagloriarse junto a la crátera de Eufronios. Los fiscales dijeron que eso probaba que él había vendido los objetos saqueados a museos estadounidenses y que luego había ido a visitar aquellos objetos y se había fotografiado orgullosamente junto a ellos. En cuanto a los objetos con etiquetas de Sotheby's, la policía italiana argüyó que Medici había comprado sus propios objetos en Sotheby's para darles la legitimación de haber salido de esta subasta. Estos argumentos sirvieron de base a los cargos levantados contra él y a su condena. Medici dijo que esto era absurdo. A lo largo de cuatro horas de intensa conversación, disertó con todo lujo de detalles acerca de la injusticia del proceso contra su persona, acerca de la falta de pruebas y del sesgo político de los fiscales. Pero no afirmó estar libre de culpa. Su principal afirmación era su inocencia de los cargos que se le imputaban, y que la policía nunca había tenido pruebas sólidas de que él traficase con objetos robados. "Usted puede creer lo que quiera. Pero si va a acusar a alguien, tiene que tener pruebas", protestó. ¿A quiénes les vendía él? "No es importante a quién le vendía. Lo importante es que no hay ninguna prueba de aquello por lo que me condenan. Todo lo que hay son fotos. ¿Se puede condenar a alguien por unas fotos? Eso es ridículo". Sentado en la sala del apartamento de su hija (que está justo al lado del suyo), y mientras Monica asentía plácidamente, Medici caminaba y reflexionaba en voz alta, gritaba, se reía sardónicamente, y finalmente cayó en un paroxismo de ira por la injusticia de su situación y la ruina de su carrera. Entonces se plantó frente a mí, agitando los brazos, gritando a voz en cuello: "Medici, diavolol Medici, diavolo\ Medici, diavoloV. Medici el diablo, se llamaba a sí mismo. "¿Hice cosas malas? Tal vez No, tal vez sí", razonó, con una lógica afilada por años en la picota pública. "Pero no hice aquello que me imputan. Y eso es hipocresía. En el futuro dirán: 'Este pobre hombre'. Estudiarán mi caso para ver las violaciones contra mis derechos. Ahora, quieren montarse en su carroza de la victoria. Pero es una hipocresía". Desgraciadamente para Medici, hay una plétora de pruebas que demuestran su profunda vinculación con obras de arte saqueadas. Antiguos colaboradores como Felicity Nicholson, la ex directora de la división de antigüedades de Sotheby's, han reconocido ante el tribunal que Medici era la persona que suministraba antigüedades sin certificado de procedencia para vender en la subasta. Asimismo, ladrones de tumbas confesos han identificado a Medici como alguien con quien ellos hacían negocios a menudo. Y las fotos, aunque no vienen con documentación adjunta, sugieren lazos condenatorios entre él, los tombaroli y los coleccionistas. Giacomo Medici está atrapado en una contradicción que él mismo ha creado; él cree que, independientemente de su estricta inocencia o culpabilidad, ha sido tratado de manera injusta. Él se considera un amante de las antigüedades, alguien a quien le importa el pasado cultural de su país. Su estatus oficial de "contrabandista convicto" no le cuadra con la vida que ha llevado durante treinta y cinco años, negociando con poderosos conservadores como Marión True, comerciantes de prestigio como Robin Symes, y casas de subasta como Sotheby's. Y a decir verdad, a lo largo de las décadas de 1970, 1980 y 1990, en las que el mercado del arte floreció, Italia no parecía estar muy preocupada por el comercio ilegal de antigüedades. (Los fiscales dijeron que no tenían suficientes pruebas para intervenir la red ilegal de excavadores, contrabandistas y traficantes). Pero fue la determinación del general Roberto Conforti, el jefe de la policía italiana, que se encargó del tema en la década de 1990, lo que vino a cambiar las cosas; Conforti inició una cruzada personal por desenmascarar el tráfico ilícito. Y los políticos enarbolaron esta misma bandera por sus propios intereses. Medici, en su histrionismo, se contradecía, ora condenando el saqueo del patrimonio de su país "Yo estoy contra las excavaciones ilegales", ora llamando a los tombaroli "dulces campesinos" que amaban el pasado. Pero en sus horas de autodefensa, hizo algunos cuestionamientos que vale la pena analizar. Medici afirmó que nunca había visto muchas de las fotos de los objetos que está acusado de vender. Y dijo que la policía había tardado tres años en hacer un inventario correcto de todo lo encontrado en el puerto franco. El cree que mezclaron en su expediente fotos de la investigación de Pasquale Camera, otro contrabandista de antigüedades. "De corazón le digo, yo tengo muchísimas fotos, y estas nunca las había visto", dijo, aduciendo que el especialista en obras de arte de la fiscalía debía haberlas mezclado. Estas fotos no son de mis cuadros", aseveró. "Pertenecen a Camera. Las mezclaron todas". De todas las piezas robadas que la policía atribuE a Medici, "solo una era mía", admitió, un vaso pintado con una figura de Hércules.