—¿Por qué estáis todos juntos en este caso? —preguntó Rhyme al ver al grupo, que representaba a las tres agencias más importantes al servicio de la ley. —Es un puto psicópata —replicó Coe. Peabody ofreció una respuesta más mesurada: —Probablemente, el Fantasma sea el traficante de personas más peligroso del mundo. Se le busca por once muertes: no sólo de inmigrantes, sino también de policías y agentes. Pero sabemos que ha asesinado a más gente. A los ilegales se les llama los «desaparecidos»: si tratan de engañar a un cabeza de serpiente, los matan. Si se quejan, los matan. De pronto desaparecen para siempre. —Y también ha violado al menos a quince mujeres —añadió Coe—, que nosotros sepamos. Estoy seguro de que hay más. —Por lo que sabemos, la mayoría de los cabezas de serpiente de alto nivel, como éste, no hacen el viaje —dijo Dellray—. La única razón para que él mismo traiga a esta gente es porque está expandiendo sus operaciones hasta aquí. —Si accede al país —dijo Coe— va a haber muertos. Muchos muertos. —Bueno, ¿y por qué yo? —preguntó Rhyme—. No sé nada sobre tráfico de personas. —Lo hemos intentado todo, Lincoln —replicó el agente del FBI—, pero no hemos conseguido nada de nada. No tenemos ninguna información sobre él: ni fotos de fiar ni huellas. Nada de nada. Salvo eso —dijo, y señaló el maletín que contenía los efectos personales del Fantasma. Rhyme lo miró con expresión escéptica: —¿Y a qué lugar de Rusia fue? ¿Tenéis alguna ciudad en concreto? Un estado, una provincia, lo que sea que haya allí. Es un país bastante grande, o eso me han dicho. Sellitto le contestó con un levantamiento de ceja, como queriendo decir que no tenía ni idea. —Haré lo que pueda. Pero no esperéis milagros.