yPasando del calor atroz del Valle de los Reyes a la fresca oscuridad de la tumba de Seti I, Mustafá Wazery y yo caminamos cautelosamente por el pasillo largo e inclinado que conduce a la tumba más espectacular que hay en este lugar. ySeti I, el padre de Ramsés II, fue uno de los faraones más grandes de Egipto, tradicionalmente conocido como el faraón que reinó antes que Ramsés, aquel despiadado personaje interpretado por Yul Brynner en la película Los diez mandamientos. Puede que esto no esté demostrado con total seguridad, pero lo cierto es que Seti reinó en la decimonovena dinastía del Nuevo Imperio, y se le atribuye la restauración del poder de la dinastía en el extranjero tras el declive de esta durante los ataques de los faustas, que vinieron del nordeste de Anatolia. Emprendió campañas militares en Canaán y, más al norte, en Fenicia, con lo que aseguró el control de Egipto sobre esta región y sobre Siria. También consiguió pactar un acuerdo histórico de no agresión con los hititas que acabó con el conflicto armado con esta potencia rival. En Egipto, creó la sobrecogedora sala hipóstila del templo de Karnak y construyó el templo de Abidos, uno de los monumentos más espléndidos de Egipto (que dejó pasmados a los savants de Napoleón) y que es testimonio del poder y de los grandes logros alcanzados por Egipto. Su tumba refleja la gloria de aquel periodo. Los artistas que la esculpieron, a noventa y un metros de profundidad en un lecho de roca, crearon en ella sucesivas salas de magníficas escenas de los dioses con el faraón. La momia de Seti es una de las más famosas de la egiptología moderna, por la preservación de su noble perfil: la frente inclinada, la nariz aquilina, la cabeza pequeña pero orgullosa. Y su lugar de descanso es igualmente extraordinario. Descubierta por Belzoni en 1817, la tumba de Seti conduce al visitante a lo largo de un túnel colorido y decorado, pasando por una cámara, después otra, y después otra, hasta llegar a la sala mortuoria central. Allí estuvo alguna vez el célebre sarcófago de alabastro que, con grandes esfuerzos y a un gran coste, se llevó Belzoni, quien trató desesperadamente de venderlo al British Museum. La sala mortuoria es en sí misma un espectáculo impresionante, con un elevado techo de seis metros de alto (cosa sumamente inusual, pues las tumbas no suelen ser nada espaciosas), pintado de azul oscuro y adornado con imágenes astrológicas del cielo, dispuestas en líneas rectas. El clima seco y cálido del Valle de los Reyes y la piedra arenisca en que están talladas las tumbas han sido un ambiente ideal para la supervivencia de estas obras de arte. Los colores son vibrantes, las tallas se ven frescas, no sucias de polvo ni desgastadas por el paso del tiempo. por otra parte, los visitantes recientes han causado daños visibles. La obra de los visitantes del siglo xix resulta evidente y vergonzosa. En la oscuridad, Wazery apunta con su linterna al techo de una antesala de la cámara mortuoria central, donde la pared contiene bellas imágenes a tamaño natural de Seti sosteniendo la mano de Horus, y también la mano de otro dios, Anubis. Arriba, en grandes letras negras de molde, pone: "Deloc, 1822". Y luego, rodeado en negro: "Costei, 1837", y en letras torcidas: "Meade, 1860". La tumba de Seti es excepcional e inspiradora. Para quienes se toman el trabajo de visitarla, constituye ciertamente una de las visiones más memorables de la vida, una vivida incursión en un pasado antiguo y desconocido. Por lo tanto, resulta desconcertante que no solo un grupo, sino muchos, a lo largo de sucesivas décadas de visitas a esta obra maestra monumental, hayan garabateado aquí sus firmas en letras gigantescas. Dice mucho de la arrogancia de los europeos que la visitaron en aquella época y de su sentido de propiedad sobre ella. yNaturalmente, aquel no fue el principio ni el fin de los ultrajes infligidos a la tumba de Seti. Los antiguos ladrones de tumbas ya habían robado hacía milenios la mayor parte de los tesoros ocultos en ella. Pero fue en el siglo XIX cuando los coleccionistas comenzaron a desmantelar la propia tumba, arrancando pinturas de las paredes y robando paneles enteros. En varios pilares de la cámara mortuoria principal falta la decoración desde el suelo hasta el techo; casi con toda probabilidad estos fueron los paneles que se llevó Champollion. "Toda esta parte está en el Louvre", dijo Wazery, mientras señalaba un panel vacío. ¿Cómo se habrá sentido la gente de aquella época, cortando y desmontando esta cámara de exquisita artesanía, arrancando y desprendiendo pedazos? Entusiasmados, tal vez; avergonzados, tal vez no. yEl robo de la tumba de Seti no es todavía cosa del pasado. En 2003, en una subasta en Estados Unidos aparecieron tres piezas escultóricas de la sala de ofrendas que está justo detrás de la cámara mortuoria principal, entre ellas un borde de piedra pintado y con franjas que rodeaba una repisa para las ofrendas. yActualmente, la tumba de Seti está cerrada a causa de los riesgos que el tráfico humano supone para sus obras de arte. Nadie puede verla ni fotografiarla si no es con un permiso especial. Pero eso no justifica la posesión de piezas robadas de la tumba, ni excusa al Louvre de contar a sus visitantes de dónde provienen las obras de arte de Seti que adornan sus paredes.