Del estreno al escándalo La parada de los monstruos, que había comenzado su rodaje en octubre de 1931, se estrenó en Los Ángeles el 10 de febrero de 1932 provocando reacciones muy diversas, algunas desmesuradas y aún más exageradas con el paso del tiempo; quizás incluso provocadas por la propia maquinaria de mar keting de Hollywood. En este sentido resulta muy difícil creer que una mujer tuviera un aborto durante el preestreno y demandara a los responsables. Lo que sí está claro es que el público no comprendió (o no quiso comprender) La parada de los monstruos, quedándose horrorizado. A pesar del considerable recorte de metraje que sufrió después del accidentado preestreno del mes de enero de 1932, la trayectoria de La parada de los monstruos fue de mal en peor, envenenada considerablemente por las terribles críticas que le lanzaban desde los rotativos y revistas especializadas más importantes del país: «Tod Browning ya puede retirarse en paz, satisfecho de haber dirigido el mayor de los horrores», «No hay excusa para esta película»( La polémica recuerda a las que se han ido repitiendo de vez en cuando a lo largo de la historia con otras películas, caso de Holocausto caníbal (Caníbal Holocaust, Ruggero Deodato, 1980) o más recientemente A Serbian Film (Srdjan Spasojevic, 2010), sin que estas menciones aquí supongan intención alguna de compararlas con La parada de los monstruos. Aunque en la crítica hubo excepciones tan sorprendentes como la de la habitualmente dura Louella O. Parsons, algunos cines estadounidenses no quisieron exhibirla y en Gran Bretaña se prohibió durante tres años (y no sería el único país en censurarla). Si la crítica había sido implacable, aún más lo serían los colectivos sociales que velaban por la moral, que escrutaron hasta los detalles más ínfimos de la película para sacar a la luz sus pérfidas intenciones sexuales. Definitivamente, ésa no era la época de Laparada de los monstruos y la Metro decidió retirarla de las salas porque, además de que no estaba obteniendo los resultados económicos esperados, su presencia se estaba convirtiendo en un escándalo. Así pues, Laparada de los monstruos quedó relegada al olvido hasta que en 1947 la Metro Goldwyn Mayer vendió los derechos de distribución a Dwain Esper para que los explotara durante 25 años. Retitulada por Esper Forbidden Love, Monster Show o Nature's Mistake, la obra cumbre de Browning pasó a formar parte de un programa de películas moralistas que el empresario solía proyectar en autocines. De ahí que en algunas copias aún pueda verse al principio una especie de «explicado» que tiene buena parte de la culpa de que algunos analistas hayan querido ver en Laparada de los monstruos un claro alegato sobre la deformidad y una crítica a la normalidad, si bien un visionado algo más pausado de la película arroja interesantes matices para desestabilizar una supuesta intención maniquea de Browning. Afortunadamente, un público algo más exigente que el de los autocines pudo descubrir con sorpresa las cualidades de Laparada de los monstruos gracias a la edición de 1962 del Festival de Cine de Venecia, momento que marcó un antes y un después en la historia de la película, ya que a partir de ahí comenzó a considerársela como lo que era: una de las más grandes obras cinematográficas de la primera mitad del siglo xx.